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La cara oculta de un bautizo

Un artículo periodístico descubrió a Butragueño y de un insulto nació El Buitre

José Sámano

"Viste, ché, el tipo este lleva el gol en el cuerpo; cada vez que le sacudes cae un gol". Aquel 5 de febrero de 1984 Alfredo Di Stéfano había asistido en el Ramón de Carranza de Cádiz al bautizo de un tipo desgarbado con una apariencia tan convencional como la de cualquier alumno de COU. Di Stéfano, que entonces dirigía al Real Madrid, no pudo contenerse. Llegó al Aeropuerto de Jerez y habló por teléfono con Julio César Iglesias, el periodista que tres meses antes había descubierto y popularizado a Emilio Butragueño y sus compañeros de quinta. La pluma que inmortalizó en el vacío a La Quinta del Buitre.

Eran tiempos borrascosos para el fútbol, invadido por conceptos tan corrosivos como "fútbol total", "juego sin balón" y "poderío físico". La afición se desangraba entre el talento de Maradona y el físico de Rumenigge. Y en Chamartín todo acababa en la cabeza de Santillana, previo pelotazo. A Julio César Iglesias, enganchado a Dieguito, le disgustaba el paisaje: "Sabía que existían dos grandes canteras. Una en Madrid y otra en Bilbao -abanderada por los Salinas- y propuse un reportaje a EL PAÍS".

El 14 de noviembre de 1983 apareció publicado un extenso trabajo titulado Amancio (entonces entrenador del Castilla) y la quinta de El Buitre. Un apodo gestado a conciencia: "Lo de Quinta se debía al cambio de velocidad de Butragueño, por tratarse de una promoción de jugadores y porque la componían cinco futbolistas". En aquella época el Castilla contaba con ocho internacionales en categorías inferiores, pero Julio César Iglesias sólo escogió a cinco: Pardeza, Michel, Martín Vázquez, Sanchis y Butragueño. "Les seleccioné porque todos tenían ingenio y eran diferentes entre sí".

Para Julio César Iglesias, asiduo en la Ciudad Deportiva, ninguno era desconocido. Algunos ya estaban fichados: "Michel había sido nombrado mejor jugador en un torneo juvenil en Mónaco y Martín Vázquez había destacado en un Mundialito para infantiles celebrado en Argentina en l978". En realidad, el nombre futbolístico de éste último era simplemente Vázquez. Pero Julio César Iglesias, recordando a un torero llamado Rafael Martín Vázquez, decidió aprovechar la coincidencia y dobló el apellido en su reportaje.

La paradoja de "Tintín"

Butragueño tampoco pasaba inadvertido. "Los aficionados le llamaban Tintín porque también tenía mechón y un cierto aire de dibujo animado. Tras un fallo, un espectador le llamó Buitre y convertí el insulto en una paradoja", explica el periodista.

Aquel trabajo periodístico sobre un puñado de mocosos desconocidos concluía con un mensaje subliminal: "( ... )Di Stéfano tiene diez minutos, acaso dos o tres partidos de Liga, para movilizar a la Quinta del Buitre. Para llamar a la imaginación, a la disciplina y a la calidad. Tal vez así no logre ganar la Liga, pero algunos dirán: "El viejo don Alfredo ha vuelto a ser Di Stéfano".

La solitaria cruzada de Julio César Iglesias tuvo una resonancia instantánea. El día de la publicación sonó el teléfono de su casa. Su vecino, Jesús Paredes, preparador físico del Madrid, le espetó: "Di Stéfano quiere hablar contigo". ¡Dios míó!, Don Alfredo, en persona. Julio César Iglesias sintió un cierto cosquilleo: "Pensé, que quería reñirme. Echarme en cara quién era yo para decirle lo que tenía que hacer". Compartieron mantel y Don Alfredo se mostró encantado con el artículo. Su mayor preocupación era cómo apostar por gente joven a costa de los monstruos sagrados. El periodista animó al técnico a ejecutar "la apuesta más atrevida de fin de siglo". Don Alfredo se reencarnó en Di Stéfano y aseguró que subiría a cuatro de los cinco señuelos. Michel no le complacía.

Aliviado tras la comida con la saeta, Julio César Iglesias asistió complacido a la explosión del Buitre y sus compañeros. Pero de nuevo volvió a sentir aquel ingrato cosquilleo. A las dos de la madrugada del 13 de diciembre de 1984 -horas después de que el Buitre abofeteara al Anderlecht- repicó su teléfono. "Soy Butragueño. Has oído lo que gritaba la gente en el campo. Me llamaban Buitre". Julio César Iglesias, de nuevo, se puso en lo peor. Quiso explicarle el porqué del mote. "No, no, sólo quiero saber qué se hace cuando 100.000 personas te aclaman así". "Meter otro gol".

Las dudas de Butragueño obedecían a las de un muchacho que había carecido de formación deportiva. Que había aprendido a regatear practicando con una perra llamada Mary, a la que burlaba una y otra vez. Tuvo que aprender a manejar el éxito. Su teléfono decoró hasta las servilletas de los periodistas de media España y atascó las cajas fuertes de los multimillonarios clubes italianos. Debió soportar hasta los lenguetazos de los dominicanos -que lanzaron sellos de correos con su cara- Un día cambió de teléfono, luego se hizo mayor y acabó sentado en la grada. El Buitre de Julio César Iglesias se despide. Quizá la historia le bautice de nuevo: Don Emilio.

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Sobre la firma

José Sámano
Licenciado en Periodismo, se incorporó a EL PAÍS en 1990, diario en el que ha trabajado durante 25 años en la sección de Deportes, de la que fue Redactor Jefe entre 2006-2014 y 2018-2022. Ha cubierto seis Eurocopas, cuatro Mundiales y dos Juegos Olímpicos.

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