"Mamá, al fin volvemos a mandar"
La huestes chiraquistas toman el centro de París para celebrar una gran fiesta
París era anoche una locura. Después de varias horas de silencio en las calles, de suspense, cuando la televisión anunció la victoria de Jacques Chirac, los seguidores del nuevo presidente de la República iniciaron la fiesta. En los Campos Elíseos, algunos centenares de jóvenes emergieron de las ventanillas de sus todoterreno coreando el apellido del nuevo presidente, mientras las bocinas seguían el ritmo de las victorias futboleras. Pero eso era sólo al principio. El jolgorio se extendió por el centro como una marea. Decenas de seguidores, con carteles y botellas de champaña, tomaron los alrededores de la torre Eiffel, uno de los símbolos de la ciudad.Los alrededores de la elegante avenida de léna estaban bajo control de la la policía. El ruido de las bocinas ya empezaba a ser ensordecedor. "Dios mío, mamá, al fin volvemos a mandar", le comentaba alegre un joven encorbatado a una mujer mayor. Allí estaba la sede del cuartel general del chiraquismo.
La evidencia de que el poder había cambiado de manos se traducía en la proliferación de chicas rubias, bronceadas, altas, casi todas con cadenillas de oro alrededor del cuello y vestidas con falda azul o negra, relativamente corta, y una chaqueta amarilla. En la plaza de la Concordia, el gentío fue creciendo lentamente hasta convertirse en una muchedumbre, que esperaba con euforia desbordada la llegada de su líder. Los Campos Elíseos, desde la plaza de L'Étoile a la Concordia, quedaron totalmente abarrotados y desde la televisión se pedía a los parisienses que se abstuvieran de utilizar el vehículo para desplazarse hasta aquella zona. París se transformaba poco a poco en un gigantesco atasco.
En un escenario, un, grupo tocaba jazz mientras la gente se bañaba en las fuentes, silbaba a Lionel Jospin cada vez que su imagen aparecía en una de las pantallas y proclamaba sus esperanzas cuando les ponían un micro delante: "Chirac va a suponer un gran cambio".
Al margen de los más apasionados, el resto de los franceses celebraba la victoria de manera modesta, progresivamente sorprendidos de ser tantos los que iban acudiendo a la reunión en torno del obelisco de la Concordia. Banderas francesas, algunas de ellas con improvisadas cruces de Lorena; las tradicionales estrofas de la Marsellesa, y la necesidad de repetirse una y otra vez lo de "¡hemos ganado!", eran los elementos distintivos de una población, en su mayoría muy joven, que ayer enterraba el mitterrandismo. La música, de pronto, convirtió la enorme explanada del centro de París en una improvisada discoteca al aire libre en la que las oscilaciones de luces se fabricaban ondeando las banderas tricolores delante de los focos.
"¡Jacques, pon la presidencia en catorce años!", fue, quizás, la más divertida de las consignas. Y mientras el peuple de droite bailaba y chillaba, Chirac iba del Ayuntamiento a léna y de léna al Ayuntamiento en coche, respetando los semáforos, con la ventanilla abierta, en compañía de su mujer, pero hablando por teléfono y rodeado de un enjambre de reporteros en moto. Cuando se apeó del vehículo estuvo a punto de ser aplastado por una multitud enamorada. Era su gran noche. Por la que tanto había luchado.
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