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El Madrid desactiva el robot francés

El equipo de Obradovic alcanza la final con un juego paciente y preciso

Luis Gómez

El Real Madrid acertó a ponerse fuera del radio de acción del Limoges. Esa fue su suerte: escapar, huir, paso a paso, canasta a canasta, de la ultradefensa de Limoges. El diagnóstico de Obradovic fue el correcto: hacía falta coraje y paciencia. El Madrid hizo un estimable trabajo, porque es en términos laborales como hay que afrontar un choque decisivo con ese monstruo de bolsillo que ha creado la inteligencia de Maljkovic. El baloncesto queda a un lado en beneficio de la eficacia. La victoria coloca a los madridistas en la final, a un paso de un sueño largamente perseguido, la octava Copa de Europa. 15 años dura la espera, en cuyo trayecto han sucumbido más de una generación de buenos jugadores.Maljkovic parece haber fijado su residencia en Limoges donde opera con un equipo diseñado para crear verdaderos problemas de identidad al baloncesto europeo. Bajo una disciplina espartana, un grupo de jugadores mediocres ha alcanzado crédito internacional imponiendo un tipo de juego defensivo que convierte en asunto de aficionados las otrora elogiosas por temidas defensas a la italiana. Para ser obra de un hombre que alcanzó la cumbre promocionando la luminosidad de la generación de Kukoc habría que convenir en que lo suyo es un caso de perversión. Cierto es: Maljkovíc debe preferir pasar a la historia como el estratega de la destrucción. Es el genio del mal.

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Con su propia medicina

La tarjeta de visita del Limoges explica que se le supone capacidad para crear problemas o encontrarle respuesta a un choque decisivo. Es un modelo estratégico. Pero su defensa de dos velocidades es cuestión aparte. Es capaz de pasar de lo que se denomina defensa presionante, que es lo que se entiende como el límite a una de rango superior que bien podría definirse como asfixiante, donde la disuasión adquiere un grado superlativo. La negación es su aliado. No daña sus intereses llegar al descanso, como fue el caso de ayer, con 19 tantos en el bolsillo. Y otro detalle: en la elección de segundo americano, Maljkovic había decidido este año dar una vuelta de tuerca. Nada de armarios intimidadores: un marine blanco, que es como puede definirse al pivot Kempton, encargado de sacar a Sabonis de la cancha sin antes preguntar.

Ante un rival de esta estatura moral, el Real Madrid debía preguntarse cada día si estaba preparado para resolver el problema. Y ese no es precisamente su fuerte. El Madrid limita su identidad al juego de sus dos hombres grandes de tal manera que si le falla alguno convierte su baloncesto en un verdadero despropósito. Su punto fuerte es su punto débil, una verdadera tentación para el equipo francés.

Su éxito fue ser consciente de que no podía inventar nada nuevo a estas alturas. Debía ganar con Sabonis y Arlauckas, hacerlos funcionar a cualquier precio. Y para ello, no quedaba otro remedio de sacrificar a cualquier otro jugador en una doble tarea: destruir y proteger. Sin desmayo. Sin prisas. Con la vista pendiente siempre en los hombres grandes. Sabonis y Arlauckas volvieron a sumar más de la mitad de los tantos del equipo (33 por 62) pero su peso en el partido fue superior al que señala la estadística final. En los minutos decisivos, sus cuentas particulares hablaban de un monopolio del juego ofensivo madridista (19 de los 24 tantos iniciales', 12 de los 14 primeros tantos de la reanudación). Vivieron una jornada difícil, pero el equipo trabajó para que la incomodidad no se transformara en incapacidad.

La estrategía tuvo también su alianza con la fortuna. Al genio del mal se le escapó un detalle. No podía atar todos los cabos. Eso hubiera sido terrible. Young, su único argumento ofensivo, el hombre que les dio el título en Atenas, tuvo un día especialmente obtuso y firmó sólo dos canastas (un horrible 18% de acierto). En su fracaso particular medió el esfuerzo conjunto de Coll y Santos, nombrados a dedo por Obradovic para hacer un trabajo fino, tarea en la que agotaron todas las personales. Con Young fuera de sus estadísticas habituales, el Limoges perdió buena parte de su potencial intimidador. No podía controlar el partido, jugaba en una sola dirección.

Anular a Young significaba limitar el radio de acción del Limoges. Difícilmente llegaría a los 50 tantos por ese camino; podía destruir, pero con muchas limitaciones. Eso explica que, aunque Sabonis y Arlauckas estuvieran casi a mitad de camino de sus cifras normales, bastaba para sumar tantos en el depósito hasta ver la luz al final del camino. Y la luz se hizo cuando, a falta de cuatro minutos para el final, la ventaja del Madrid superaba los 20 tantos (53-32).

Maljkovic no podía maniobrar en esos términos: su equipo no puede fabricar 20 tantos en cuatro minutos. Su modelo saca provecho de la negación de ciertos mandamientos del baloncesto. Y esa negación le llevó a la tumba, justo castigo a su maldad.

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