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El Madrid confirma su curso vacilante

El Compostela apostó por un tono agreste que privó a los de Valdano del balón

Xosé Hermida

El Real Madrid sigue inseguro, extrañamente nervioso dada su clasificación. Su vacilante actitud de las últimas jornadas se confirmó ayer plenamente en el estadio de San Lázaro tras una semana de vacaciones en la Liga. En pocos desplazamientos se habrá visto un Madrid tan desconcertado, incapaz de buscar soluciones para superar a un rival que, a falta de talento, derrocha ilusión. Los de Valdano no supieron ni administrar una ventaja frente a un Compostela únicamente pertrechado para el contragolpe. El Madrid marcó en otra jugada que volverá a avivar la polémica por las ostensibles desavenencias entre el árbitro y un juez de línea. Y ni así fue capaz de sacar el encuentro adelante. Tal y como pintó la tarde, incluso el empate fue un buen premio, algo para llevarse a la boca, para los jugadores de Jorge Valdano.

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El partido se movió entre la inseguridad del Madrid y el miedo del Compostela. Los madridistas ya estuvieron al borde del colapso en la primera parte. Laudrup se quitó de en medio, ajeno a una batalla que no era la suya, y Redondo actuó como un tanque: robusto en defensa y pesado en ataque. Ningún detalle ilustró mejor las angustias del Madrid que la sorprendente fragilidad inostrada en el centro de la defensa por Hierro y Sanchis, una pareja que hasta ahora era una de los patrimonios indiscutibles del líder liguero.

Con simples centros diagonales, o sea, balones largos, el equipo de Santiago rompió la espalda de los centrales madridistas. A los gallegos sólo les faltaba osadía, valentía delante. En las zonas peligrosas del campo, el Compostela cayó víctima de sus dudas. Temeroso de violentar a su rival, de su respuesta a las cargas, prefirió jugar hacia atrás antes que buscar el, área contraria con determinación.

Pero el debate futbolístico lo había ganado rotundamente el Compostela. Desde el principio, la discusión estaba clara. La diferencia (Se calidad era tanto abismal que la única opción de los santiagueses pasaba por darle un tono físico y agreste al partido. El Madrid no tuvo personalidad para imponer su estilo. Disfrutó poco del balón y en el choque recio, impetuoso, que proponía el Compostela, salió siempre perdiendo. En esa guerra de trincheras más que de guerrillas fue en la que no quiso entrar nunca Laudrup y en la que el mediocentro Redondo acabó vapuleado.

Cuando más extraviado estaba el conjunto de Valdano, el encuentro le hizo un guiño placentero. Languidecía la prime ra parte, atacaba el Compostela y Fernando Hierro salió con toda su enorme presencia a por un balón al borde del área. El juez de línea, a cinco metros de la jugada, levantó la bandera, previsiblemente indicando falta a un delantero gallego que llegaba hacia el esférico al mismo tiempo y salió rebotado del choque. El árbitro le hizo tragarse sus aspavientos y el Compostela, enfrascado en la pro testa, se olvidó del contraataque blanco. El joven Raúl se quedó solo ante Tocornal, le dribló con sutileza, disparó de lante de sus narices" y amargó el café del descanso a la afición local.

Con el partido aparentemente despejado, el Madrid tuvo una respuesta paradójica, aunque no tanto dados sus antecedentes: pasó de la mediocridad al desastre. Su segunda parte fue penosa. La de Redondo, en particular, deplorable. Fabiano le robó la cartera tantas veces que el argentino acabó entregando la pelota directamente al contrario. Valdano le dejó en el campo aunque le sustituyó moralmente. Prefirió retirar a Laudrup (visitante de otro planeta tras sus problemas gastrointestinales) para que Milla tratase de encontrar la cuadratura de círculo: ordenar el caos.

Valdano había realizado otro cambio poco habitual cuando Lasa se lesionó al poco de iniciarse el partido. El jugador vasco sufrió en un choque una luxación de dos dedos, que tuvieron que ser escayolados. El técnico argentino situó a Alkorta de lateral izquierdo, una tentación para que el adversario tratase de meter velocidad por esa banda.

Santos tomó nota y en el descanso recurrió a una antigua camiseta madridista: Paco Llorente. Su primera aparición fue letal. Efectivamente,, desbordó a Alkorta con una carrera sobre la línea de fondo, el centro rebotó en Sanchis y Fabiano encontró, vía volea con su pierna derecha, el premio a su magnífico partido. Es el primer gol del brasileño esta temporada en la Liga.

El Madrid se esfumó tras este golpe. Incapaz de esbozar siquiera una reacción, si alguna vez llegó a intuirse el gol, fue siempre en el área de Buyo. El ardor del Compostela pudo cien veces más que la calidad madridista. En toda la segunda parte, sólo Luis Enrique disparó una vez con cierta intención. Todo muy inquietante para el Madrid, preso de la confusión cuando empieza la recta final.

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Sobre la firma

Xosé Hermida
Es corresponsal parlamentario de EL PAÍS. Anteriormente ejerció como redactor jefe de España y delegado en Brasil y Galicia. Ha pasado también por las secciones de Deportes, Reportajes y El País Semanal. Sus primeros trabajos fueron en el diario El Correo Gallego y en la emisora Radio Galega.

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