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O borrachos o posdemócratas

Lo pésimo de la situación política española consiste en que se dan, a la vez, y mezclados de forma confusa, un fenómeno de carácter universal y otro netamente español, de tal modo que la coincidencia de ambos, en vez de resultar esclarecedora de unos sucesos respecto a los otros, no sirve nada más que como subterfugio exculpatorio. La oposición -mucho más la periodística que la política- no hace otra cosa que atribuir responsabilidades a miembros concretos del Gobierno o de sus. aledaños. Da la sensación de que en esa exigencia se vuelve a cumplir aquel axioma de Ortega y Gasset de acuerdo con el cual nada les gusta tanto a los españoles como que se les designe con nombres y apellidos -hora también exigiríamos el NIF- a los causantes de los propios males. En cuanto a los miembros del Gobierno o de su partido, no hacen otra cosa que mirar severamente a los acusadores replicándoles que están poniendo en peligro la estabilidad del sistema democrático mediante sus críticas. Según ellos, en todas, las latitudes sucede lo mismo, y ése sería argumento suficiente para justificar, al menos en parte, a los implicados. Los primeros confían demasiado en una mera alternativa, sin darse cuenta de que ésta puede ser necesaria, pero de seguro, no resultará suficiente. Los segundos no se dan cuenta de que el argumento exterior que utilizan no disminuye la gravedad de lo que sucede en España, sino que la certifica.Entre otros muchos, el reciente ensayo de Alain Minc, L'ivresse démocratique (La embriaguez democrática), ha sido capaz de captar la realidad de un cambio sustancial en nuestros sistemas democráticos que estamos viviendo en estos precisos momentos, y, por ello mismo, no percibimos en sus dimensiones completas ni en su solución definitiva. Minc explica este proceso como el resulta do del paso de una democracia. representativa a una "democracia de opinión". Yo utilizaría, quizá, el término "posdemocracia", que procede de Václav Havel pero en el fondo se trata ría de lo mismo. Como en toda crisis histórica, lo que pasa en este fin de siglo que nos ha toca do vivir es que no sabemos qué nos pasa. Sin embargo, quizá conocemos mucho mejor lo que no queremos que aquello que entrevemos y que desearíamos que constituyera la esencia de nuestra vida. política en. el futuro. No está en crisis la democracia, pero existe una profunda insatisfacción con nuestro sistema político tal como se configuró después de la Segunda Guerra Mundial. Los partidos de masas de otro tiempo no sólo las han perdido, sino que, representando cada vez menos en la sociedad, se atribuyen cada vez un papel más importante en la vida pública. La clase política se arroga privilegios que le otorgan un status superior al del ciudadano normal y tiene un grado de cohesión y solidaridad muy superior al de las clases sociales del pensamiento. marxista. A veces se trata de casos de beneficio directo conseguido a través de la preeminencia política, cuando no de robo, pero hay casos más complica dos que, sin embargo, hacen pensar en los antiguos privilegios estamentales. Por citar tan sólo un ejemplo, baste recordar que a ningún simple ciudadano que haya visto dañados sus bienes o que haya sido secuestrado por terroristas le han solucionado la papeleta los fondos reserovados. La distancia entre gobernantes y gobernados se ha hecho abismal, y además no existe ya, desaparecido el comunismo, la idea de que es necesario mantener la estabilidad, pues de lo contrario el adversario se aprovecharía de la situación.

El resultado inmediato de una situación como la descrita se aprecia principalmente en los países latinos, aunque no sólo en ellos. Vivimos una situación en que lo más característico es. el sentimiento de confusión y de incertidumbre. Aunque en la práctica los Gobiernos no caigan, hay un permanente sentimiento de inestabilidad generalizada, y la reacción de la opinión pública es emotiva e imprevisible. Los protagonistas de la vida política no son ya los partidos o los diputados, sino los jueces y los medios de comunicación Por supuesto, de estos últimos puede esperarse bastante más que de los primeros, pero tampoco carecen de motivos de crítica, porque el juez que escenifica sus procesamientos es como el diputado que ha dejado de ser un verdadero parlamentario porque se limita a, leer su discurso, y el periodista que utiliza la noticia como objeto de venta no hace otra cola que no sujetarse a criterios morales, como suele hacer el partido. No se crea que una situación como la descrita es la simple traslación al papel escrito dé lo. que pasa en España porque me he valido de forma casi literal de la descripción de Minc para Francia. Eso es lo que él diagnostica como estado de embriaguez. Un político de estas latitudes, Jordi Pujol, ha empleado una expresión semejante -la "jarana"-_para describir el estado político actual de España. Llámese de un modo u otro, lo que parece evidente es que no resuelve nada esencial a largo plazo y, en cambio, da la sensación de poner en peligro cosas importantes como la prosperidad económica y la confianza misma en el sistema político.

Lo malo es que nadie puede precisar cuál podría ser la solución a largo plazo para una situación como la descrita, sino tan sólo intuir algunos de sus rasgos, Nadie es capaz de establecer un elenco de las que deberían ser características esenciales de esa. "democracia de opinión" o "posdemocracia" del futuro. Sin embargo, cabe partir de la base de que en ella no sólo se afinarán' al máximo las exigencias de la democracia representativa tradicional, sino que reaparecerán fórmulas de democracia directa, disminuirán los privilegios de la clase política -incluso poniendo plazo a los Mandatos-, los partidos dejarán de ser los monopolizadores de la vida pública y los criterios éticos o de transparencia informativa se incrementarán hasta el extremo. Quizá un día no tan lejano la democracia se haya convertido en una forma de vida como pensaron los filósofos de la democracia desde tiempos remotos.

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El cambio que va a producirse en la democracia va a ser semejante a aquel que tuvo lugar a comienzos del siglo XIX con el advenimiento del constitucionalismo liberal. Ignorarlo no tendrá otro resultado que perderse en la crispada tensión que estamos viviendo en los últimos meses, y combatirlo será lo mismo que estar en contra del sentido de la historia. Lo que es preciso cuanto antes -porque evitarlo sólo, prolonga la agonía- es pensar esta nueva forma de democracia, construirla e institucionalizarla, y no perderse en las efímeras anécdotas diarias con que se colorea en España este periodo transicional de embriaguez. Porque, en realidad, es muy poco lo que separa el caso español de los restantes países latinos. Si acaso,. en España no hemos visto aparecer de manera tan caracterizada como en otras latitudes fenómenos Como el populismo (Tapie, Berlusconi), o esa nerviosa versatilidad del elector que hace pensar en una especie de voto zapping. Todo lo demás, en cambio, forma parte de un proceso universal. Las consecuencias de diagnosticarlo como tal parecen a primera vista importantes. Hay que acorazarse contra el pesimismo en la conciencia de que el problema no tiene solución clara ni rápida. Tampoco se debe pensar que una sola fórmula política nos pueda servir para permitirnos la transición desde una democracia a la otra. En realidad, todo cuanto hay de anquilosado en los regímenes politicos actuales -que es mucho- se resistirá al cambio. La verdadera línea divisoria puede estar entre los ciudadanos y el establishment político. Éste, sin embargo, tiene la posibilidad de darse cuenta de la oportunidad regeneradora que tiene asumiendo un programa de este cariz. Pero todo dependerá, en definitiva, como siempre, de la capacidad de discernimiento del elector con su voto. Por lo pronto, debería partirse de un diagnóstico tan evidente como el que precede, para que el libro de Mínc ofrece una inspiración aguda y brillante.

Javier Tusell es catedrático de Historia Contemporánea de la UNED.

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