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NECROLÓGICAS

Antonio Fernández-Cid, crítico musical,

La muerte de Antonio Fernández-Cid en Bilbao cuando iba a iniciar una conferencia sobre Turandot, de Puccini, ha causado gran impresión en los medios periodísticos y musicales. Aunque su salud se resentía desde hace tiempo, a partir de la amputación de su pierna izquierda y el padecimiento, luego, de una lesión de corazón, la vitalidad del crítico gallego alejaba la idea de un final inmediato. Tan grandes eran su afán y su pasión.En los años primeros de la posguerra, Fernández-Cid, frecuentemente vestido de uniforme como oficial del Cuerpo de Intervención Militar, ponía en los entreactos de los conciertos un punto elevado de calor con sus juicios, encendidos, que le llevaron pronto a colaborar en la revista ' Tarea y luego a la crítica titular del diario Arriba como sucesor de Federico Sopeña. Allí permaneció hasta 1952, año de su incorporación a ABC y Blanco y Negro, empresa a la que ha servido hasta el último día de su existencia. Perteneciente a una familia muy ligada al mundo artístico y literario -la de los Cid y los Calvo Sotelo-, Antonio nació en Orense en 1916, y en todo momento guardó fidelidad a su tierra en la vida y en la música; si aprovechaba toda oportunidad para volver a Galicia, promovió un largo ciclo de canciones sobre textos de poetas gallegos al que contribuyeron casi todos los autores significativos de su tiempo.

Trabajador infatigable, de su máquina salían los artículos, comentarios y libros como a borbotones al tiempo que participaba en los entresijos de nuestra vida musical siempre dispuesto a la polémica defensa de sus actitudes. No eran, sin embargo, radicales hasta un último extremo, pues si, por naturaleza, su talante era conservador, no por ello negó Fernández-Cid interés y, menos, noticia, a cuanto hacían las un día denominadas vanguardias, cualquiera que fuese su opinión sobre este o aquel compositor o tendencia.

En sus libros, Fernández-Cid, académico de Bellas Artes desde 1980, nos deja un amplio y- vivo reportaje de la música española desde 1950, con su Panorama de la música española, hasta 1994, con su biografía de Jacinto Guerrero. Ante sus artistas preferidos, Fernández-Cid se entregaba como un fan siempre joven, desde Pérez Casas y Argenta hasta Alicia de Larrocha, Toldrá o García Abril, con un capítulo especial para los grandes cantantes: Domingo, Caballé, Pavarotti o la Freni.

Es difícil condensar en unas líneas un curso tan inquieto y pluriforme como el seguido por Fernández-Cid. Ha muerto, como suele decirse, al pie del cañón, y quizá su última gran impresión musical ha sido el reciente recital de Maurizio Pollini. Como él mismo concluía sus notas necrológicas, deseamos al veterano colega en la prensa el descanso en1a paz.

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