El Atlético sobrevive a un duelo trepidante
El Barcelona se queda a un solo gol de forzar la prórroga
Fue un choque delirante, espasmódico y angustioso. Atlético de Madrid y Barcelona, fieles a sus convulsivas señas de identidad, dibujaron un partido eléctrico, cardiaco, rayando en la épica, que alivió a los dos equipos: los rojiblancos salvaron la eliminatoria y los azulgrana se aplicaron un punto de sutura a sus múltiples heridas. Y como no podía ser menos, dos equipos que practican la ruleta rusa cada vez que se cruzan, dejaron un parte bélico para las hemerotecas: dos expulsados, cuatro penaltis y kilos de adrenalina sobre el cemento del Vicente Calderón. El colectivo de Johan Cruyff palpó la hazaña, pero su falta de talento le dejó al borde del éxito. Mientras, el Atlético, timorato en exceso, siempre estuvo en el limbo. En algunas fases del encuentro tocó el cielo y en la mayoría acarició el infierno.El conjunto de D'Alesandro jugó desde el inicio pensando en el botín apresado en el Camp Nou y con los dos ojos en el cronómetro. Es un equipo dubitativo, falto de fe en sí mismo. Los acontecimientos de los últimos anos le han obligado a mirar de reojo incluso cuando el éxito aporrea su puerta. No importa que su rival se esté desangrando. Tampoco que presente una alineación inexistente en las mejores colecciones, con poco pedigrí. Tenía una eliminatoria cristalina, propicia para saciar a una afición festiva obligada a vivir con el luto permanente, pero se metió en la cueva y permitió maniobrar al Barcelona. Así, el Calderón estuvo a la puerta de otro velatorio.
Los azulgrana, con Sergi de libre improvisado y Sánchez Jara y Escaich -los futbolistas de los que menos ha tirado Cruyff- en la titularidad, agradecieron el gesto e imantaron el balón. Con el Atlético en la sala de espera y el cuero en su poder, el partido se convirtió en un monólogo de los defensas del Barcelona. Eskurza, Abelardo, Sergi y Sánchez Jara se hartaron de sobar el balón en las zonas templadas del campo y siempre en dirección horizontal. La experiencia de Santander no invitaba al riesgo, al juego vertical. El Barça quería lavar su cara, pero con otra medicina Cualquier terapia antes que otra goleada al contragolpe. Todo resultó intranscendente hasta que apareció Hagi, un extra en cualquier película. El rumano, poco adicto a las sensaciones colectivas largó un zapatazo a la red de Abel e hizo tiritar al Atlético.
El Barca cerró los puños y siguió presionando a los rojiblancos, cuyo único envite ofensivo era el Tren Valencia. El colombiano, un futbolista dotado para el juego vertiginoso, nunca tuvo compañía. En cada arrancada descubría a sus compañeros en el furgón de cola. Pirri y Manolo nunca hicieron daño por la banda. Faltos de tacto para el manejo, los dos interiores se perdieron en la destrucción, en el achique enfermizo de todo el equipo.
Sólo al filo del descanso se topó el Tren con un compañero de viaje. Emergió por primera vez Caminero -de nuevo muy intermitente en su juego- y forzó un cruce al límite de Abelardo. Lopetegui se tragó el córner y el propio internacional rojiblanco alojó con delicadeza el balón en la red, con tres azulgrana bajo palos.
El duelo enloqueció. Se enrabietó el Atlético y en un suspiro Valencia birló a Sergi y provocó el penalty de éste. El desenlace de la jugada justificó los manuales del fútbol: el penalty es la única suerte del juego en la que el verdugo puede convertirse en la víctima. El colombiano, rehabilitado en las últimas jornadas, marró. Y Lopetegui, en su año maldito, acertó.
El partido siempre viró del lado azulgrana. Con el 1-2 a su favor y el rival en inferioridad numérica, Cruyff ordenó abrir el campo por los dos laterales: Stoichkov, en la izquierda, y Eskurza, antes lateral, en la derecha. Guardiola y Hagi compartieron el timón y tiraron pases de todos los colores y en todas las direcciones. Con el Calderón al borde de la histeria el equipo local resistió. Sobrevivió con músculo y coraje.
Al Atlético no le sirvió estar herido para reaccionar. Necesitó otro gol en contra para irrumpir en el partido cuando no le quedaba oxígeno. Otra vez apareció Caminero. Dos virajes suyos por la banda derecha estuvieron a punto de desequilibrar al Barça. En las dos ocasiones acabó en el suelo, dentro del área. No hubo penalty, pero el partido se abroncó. Se trabó en beneficio del Atlético. Frenó al contrario, le robó el balón durante unos minutos y le llegó un momento de respiro, el segundo penalty a favor. Resucitaron las pupas y Toni se estrelló con Lopetegui.
Con la hinchada hirviendo el encuentro se tornó agónico. Heroico para el Atlético, que terminó la faena con nueve, teñido de sangre y rabia, y terapéutico para el Barca, un conjunto obligado a apelar a armas diferentes a las que le hicieron grande. Hasta ahora, Cruyff daba permiso al talento para que se expresara, pero el equipo está mudo.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.