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Los duendes de Lopetegui

A Julen Lopetegui los duendes del fútbol le deben una explicación. ¿No estábamos en que la constancia sirve de algo? ¿No hay una ley de las compensaciones capaz de equilibrar los presupuestos de la fortuna? ¿Qué ha hecho él para merecer esto? Alguien tiene que descubrir urgentemente si el azar trabaja por cuenta de algún conspirador.En un primer momento, Julen parecía destinado a prolongar la estirpe de los porteros vascos. Sus Poderes estaban escritos en su fotografía. Tenía una buena estatura, lo cual le garantizaría el dominio del juego aéreo; armaba una abultada musculatura de campeón de catch, lo cual le valdría el dominio del juego de choque y se afirmaba sobre unas piernas fuertes y elásticas; tenía dos cohetes capaces de propulsarle hasta el palo. Por tanto, era la suya una de esas fortalezas evidentes que suelen definir a los deportistas de manual. ¿Quién podía meterle! un gol a ese muro?

Hace varios años llegaba al Real Madrid sin mucho ruido. Al fin y al cabo, su fichaje parecía el mero cumplimiento de una profecía muscular. Sus cualidades jamás fueron discutidas: para su indudable éxito solamente sería necesaria la paciencia que impone todo relevo generacional. En cualquier partido de Copa subiría un peldaño, se plantaría sobre la línea de gol, y allí se quedaría a vivir para siempre. Sin duda, aquel marco estaba hecho para aquella estampa.

A Julen Lopetegui nunca se le conocieron desórdenes ni pendencias, por eso su traspaso. al Logroñés fue interpretado como una fatalidad administrativa: una temporada le bastó para consolidarse, y un minuto para ser proclamado sucesor de Zubizarreta en el Barcelona.

Allí volvería su mala suerte. Nadie sabe qué duende de armario le lustraba el balón; el asunto es que comenzó a escurrírsele entre los dedos. Inesperadamente, Cruyff ya había conseguido una coartada para elegir a Busquets.

Desde entonces, una mano negra mueve sus hilos. Sólo hubo en su joven carrera, una falsa alarma: mientras reaparecía ante el Atlético de Madrid en la Copa del Rey, sus amigos pensaron que, por fin, el destino había comenzado a saldar todas sus penas. No podía ser de otro modo: el Barça estaba resucitando y el estadio hervía como en las grandes noches. Bajo las luces de su uniforme, él parecía un gigante sintético.

De pronto vio venir a José Luis Pérez Caminero por la diagonal.

Cuando quiso darse cuenta, estaba en el túnel. Llorando.

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