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La visión europea

Participó en una mesa redonda francesa sobre Chile y salgo moderadamente optimista. Tenemos que admitir que no siempre ocurre. Es probable que ocurra, en esta oportunidad, porque el tema es una obra de teatro de Marco Antonio de la Parra, Dostoievski va a la playa. No sólo se habla, por consiguiente, de política y de politiquería. Se habla de esas cosas, desde luego, pero también se habla de teatro, se cita a William Shakespeare, se comentan las dificultades de traducir a Dostoievski del ruso al francés y las de dirigir en Francia la obra de teatro de un autor chileno. La literatura provoca una mirada más compleja, más reflexiva, menos esquemática.Alguien sostiene que no todo en el ser humano puede reducirse a la dimensión política, y estoy enteramente de acuerdo. En el Chile de fines de la década de los sesenta y de comienzos de los setenta, la politización y la polarización, la división de la sociedad por motivos políticos, llegó a extremos enfermizos. Hubo culpa de todos o de casi todos los chilenos en ese fenómeno, pero no fue poca la responsabilidad de los intelectuales y los periodistas extranjeros, sobretodo los del mundo occidental, que llegaban a América Latina a dictarnos cátedra y a decirnos cómo teníamos que hacer nuestras respectivas revoluciones. Todo para ellos era poco. Hasta la Unidad Popular de Salvador Allende les parecía demasiado burguesa y conservadora. Aunque parezca paradójico, los únicos que tenían muy a menudo una palabra razonable, equilibrada, conciliadora, eran los que venían de Europa del Este o de Moscú. Ellos sabían en qué consiste una verdadera revolución, lo habían padecido en carne propia, y eran, por eso mismo, más cautelosos. "¿Ustedes saben en qué se están metiendo?", me preguntaba Yanek Osmancic después de asistir como delegado de Polonia a las ceremonias de la transmisión del mando de Eduardo Frei Montalva a Salvador Allende. Muchos escritores cubanos, y sobre todo José Lezama Lima, con otras palabras, en un tono nuestro, me susurraban al oído la misma pregunta en La Habana pocas semanas más tarde. Entretanto, había nubes de profesores, de periodistas franceses, alemanes, norteamericanos, que vociferaban que Allende era un pequeñoburgués, que su Gobierno era demasiado tibio.

En la mesa redonda sobre la obra de Marco Antonio de la Parra escuché decir que las cosas habían sido más complicadas en Chile de lo que la prensa francesa y europea había mostrado en los primeros años. No se había tratado de una simple lucha entre militares perversos, apoyados por el imperialismo norteamericano, y revolucionarios inocentes. Había que considerar otros factores. ¿Cómo se podría entender, de otro modo, el triunfo de la oposición en un plebiscito, el carácter pacífico de la transación, el buen estado actual de la economía? En los países del Este, por ejemplo, existe hoy una decepción popular bastante alarmante para nosotros frente a las libertades democráticas recuperadas, fenómeno que no se da en general en América Latina, salvo en casos marginales.

Salí, como dije, animado, sintiendo que los intelectuales franceses han empezado a reflexionar con más seriedad sobre él mundo nuestro. El optimismo, por desgracia, me duró poco. Abrí una revista mensual especializada, dicen, en cuestiones diplomáticas, y me encontré de inmediato con las viejas monsergas, con el Diccionario de las ideas políticas recibidas. Hace tiempo que junto entradas para ese diccionario, como discípulo aplicado de Gustave Flaubert, y confieso-que la revista en cuestión me proporcionó un material abundante. Chile: país donde un general llamado Augusto Pinochet reina, aun cuando no gobierna hace ya algún tiempo. Donde los políticos socialistas juegan al tenis con los ex sicarios de la dictadura. Donde no se dice nunca "dictadura", justamente, sino "régimen autoritario", puesto que la gente, por lo visto, no se atreve a llamar a las cosas por su nombre. Donde la mayor parte de las inversiones extranjeras proviene del narcotráfico. Donde la, economía parece sólida (hasta el punto, agrego, de haber resistido muy bien el oleaje externo de la crisis mexicana), pero tendría que derrumbarse en cualquier momento.

¡Pobre país! A juzgar por estos, reportajes y estas revistas, no tiene salvación con nadie, ni con la izquierda, ni con la derecha y la dictadura de derecha (léase régimen autoritario), ni con el centro. Me pregunto si no estarán esperando la dictadura de izquierda para quedarse tranquilos. Se acusa a este vapuleado país, incluso, de un crimen grave, nuevo en los códigos penales contemporáneos: el de la búsqueda obsesiva del consenso, el de cultivar la intolerancia frente al conflicto". Yo me digo: los españoles supieron lo que es una guerra civil y adquirieron un respeto profundo por el consenso y su cultura. Es lo que sentí a cada rato cuando viví, en España en los años de la transición, lo que espero que ahora, en una coyuntura difícil, no sea olvidado. En Chile no llegamos al conflicto abierto, pero tuvimos una guerra larvada, sorda, un estado extremo de división interna, y adquirimos, por otros caminos, una conciencia bastante parecida a la de los españoles.

Por otra parte, entre los países donde se ha efectuado una transición pacífica a la democracia ninguno ha seguido tantos procesos y efectuado tantas condenas por los atentados contra los derechos humanos. Ni España, ni Grecia, ni Brasil, ni un largo etcétera. Pero eso, claro está, no basta. Los intelectuales de izquierda del mundo occidental, desde sus cómodas trincheras, nos acusan y nos acusarán siempre. No importa nada lo que nosotros, hagamos.

Vuelvo a colocarme en la atmósfera de la mesa redonda sobre Dostoievski va a la playa y llego a una conclusión. Donde se puede citar a William Shakespeare, a Apollinaire, al Dostoievski de Crimen y castigo, todas las posibilidades están abiertas. Habrá siempre una visión humana, sensible y, en definitiva, más inteligente de las cosas. Donde predomina, en cambio, el pensamiento político. en estado puro predomina el dogmatismo, la rigidez, la majadería. Es algo que los políticos chilenos y latinoamericanos, y quizás los españoles, deberían meditar a fondo y aprender, puesto que los intelectuales de izquierda, especie que yo creía en extinción, probablemente no lo aprenderán nunca.

Jorge Edwards es escritor chileno.

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