Valencia y Atlético decepcionan
El equipo de Carlos Alberto Parreira alivia por unos días la crisis atlética
Lo hicieron de nuevo. Valencia y Atlético de Madrid, dos de los grandes del fútbol español, volvieron a defraudar. Son dos equipos abonados a frustar las reiteradas ilusiones de sus seguidores. El encuentro amaneció lleno de luces y colores, pero se apagó con los espectadores buscando la salida con el sentimiento de haber sido estafados. El espectáculo fue deprimente, si bien un Atlético agónico consiguió su objetivo: puntuar y restar un negativo (le quedan cinco) y endorsárselo a su colega de frustaciones, el Valencia (menos tres). La presumible recuperación del conjunto de Parreira ha durado lo que tardó el delantero Gálvez en lesionarse, un partido y medio. Se marchó Gálvez y se acabó la alegría en forma de velocidad, que, en definitiva, es lo que había transformado a este equipo.Vistas estas cosas y consciente de su posición en la tabla, el equipo de D'Alessandro recurrió al ahorro y manejó todas las suertes en la pérdida de timepo. Allí apareció el meta Abel, un maestro en esta faceta. No tardó en actuar. En el minuto 25, se puso manos a la obra. Cada saque de puerta se convirtió en una especie de tiempo muerto. Entretanto, el árbitro, impasible, lo que puso Mestalla al borde del ataque de nervios. Abel repitió su acción una y otra vez ante la complacencia del colegiado. Ferreira se solidarizó con su compañero y participó, en el recital.
Tras la reanudación, el Atlético acentuó su tendencia conservadora y el Valencia mostró toda s sus flaquezas: los laterales no suben con criterio, los interiores no son tal cosa y, Mijatovic no tiene acompañante que secunde su ingenio. La hichada ya ha encontrado al responsable de la esterilidad ofensiva de su equipo: el antaño héroe Lubo Penev. El búlgaro no está capacitado todavía para superar a defensas de, la talla física de López, con lo que Mijatovic, en un estado de inspiración permanente, se somete al duro trance de enfrentarse solo a un puñado de aguerridos defensores. El montenegrino termina exhausto y desesperado.
Entretanto, Abel seguía con su trabajo (miraba la pelota, la colocaba, la tocaba, la volvía a mirar, ... ) y Mestalla se fue despoblando.
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