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Tribuna
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Suker: bohemio pero magistral

Fue en el campeonato mundial juvenil de Chile donde los ojeadores supieron de Davor Suker. Entonces Davor era un junco con botas. Visto de frente, su cabeza comenzaba a ensancharse gradualmente sobre el vértice de una larga barbilla croata, y terminaba de pronto, a ambos lados de una frente amplia y rectilínea. Aquel triángulo invertido, sólo alterado por dos ojos oblicuos que brillaban como cristales cuando había peligro de gol, era indudablemente una cara de lobo.Bajo el uniforme azul de la selección yugoslava, el cuerpo de aquel joven delantero centro se movía como un cable de alta tensión. Sus arrancadas progresaban irregularmente, igual que una chispa eléctrica, y finalizaban en un bombazo seco: abandonado a su propia suerte, el portero contrario se convertía así en la réplica de un viejo pararrayos

Conforme avanzaba el campeonato, Davor conseguía un sólido prestigio de goleador. Aparente mente, no se podía hacer otra cosa; en la selección jugaban también Boban Prosinecki y algunos otros valores de la mejor promoción yugoslava de todos los tiempos. Puesto que unos sucedían a los otros en una continua feria de habilidades, la única posición razonable era cono cer las limitaciones propias, esperar turno y, llegado el momento, no de sentonar. Sin embargo, él no se con formaba con eso; acompañaba sin complejo alguno al solista que interviniese en la maniobra, buscaba un claro para armar la jugada y des componer la defensa, y por fin, si se dignaban pasarle la pelota, tiraba a puerta con el desenfado de un niño atrevido en cualquier equipo de barrio. Cuando quiso darse cuenta, había hecho campeona a Yugoslavia con sus goles extremos y sus escapadas de explorador.

Pero era precisamente en su naturalidad burlona donde se guarda ba su verdadero secreto. Sería por que siempre consideró el fútbol como una excusa para el disfrute. A pear de la dureza del mercado profesional y de la tensión competitiva, él siempre jugó para su propio placer. Algunos pensaron que su visión romántica y algo desordenada del trabajo diario le impediría triunfar en un campeonato tan exigente como el español. Los hechos se encargarían de desmentirlos: no habría fronteras para su calidad.

Un futbolista tan grande como él es intermitente por obligación. En consecuencia debemos saber esperarle. Si tenemos paciencia, le veremos aprovechar el vuelo de la zancada, amagar hacia el palo y pisar la pelota de izquierda a derecha, zigzag, como sólo él sabe hacerlo.

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