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Reportaje:EL FÚTBOL ESPAÑOL DESPIDE A UN ASTRO

El hombre que tenía las llaves de la caja fuerte

El brasileño ha sido un modelo de precisión y brillantez en el área

Santiago Segurola

Había terminado la Liga y Alfredo Relaño, director de Deportes de Canal +, deseaba compactar los mejores goles del año. Fue imposible. Tuvo que admitir dos categorías: el universo particular de Romario -diamantes, rubíes y perlas- y los goles bellos, pero definitivamente terrenales, de los otros futbolistas.Romario ha desbaratado todos los juicios previos sobre la condición de delantero centro. Se suponía que un goleador necesitaba un poco de pujanza física, una cierta desesperación por alimentarse de goles, una atención febril hacia el juego y un poco de suerte. Pues bien, llega Romario y nos encontramos con un tipo bajito, de perfil curvo, indolente con el juego y con los jugadores, alérgico a los choques y a los remates de cabeza, un futbolista que se enfrenta con 60 pulsaciones al mejor portero del mundo y que nunca se somete a la fortuna: sólo uno de sus goles se ha producido tras un rechace.

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"Llegaba a resultar desesperante"

Lo que define a Romario es su repertorio. Es un manual ambulante del gol, con un espectacular añadido ornamental. Despojados de su belleza, los goles de Romario serían producto del manual de un goleador. Cruza al segundo palo cuando debe hacerlo, tira la vaselina si lo exige la jugada, remata duro cuando se hace necesario, elige los rincones justos, la velocidad justa, el toque exacto. Por eso no suda, ni se alborota como tantos otros delanteros: ejecuta la jugada y el gol con la certeza del que tiene las llaves de la caja fuerte.

Sin embargo, su origen brasileño le impone una obligación tropical con el fútbol. Vemos entonces que el hueso de sus goles se reviste de luz y lujo. El jugador más certero del mundo se convierte en el goleador más vistoso del mundo. Este ha sido el privilegio que ha vivido la Liga española en el breve paso de un jugador que ha dejado algunas suertes casi irrepetibles.

Tres clases de jugadas constituyen su principal legado. La primera es la vaselina. Cinco de sus goles han llegado con los porteros espantados por las parábola de Romario. Las leyes físicas y el tacto del orfebre se conjugaron en aquella vaselina a Abel, tan memorable como aquélla que levantó sobre el donostiarra Alberto después de una acción sin homologar en el fútbol: controló el pase de Guardiola con el pecho en la media cancha de la Real Sociedad y superó a Alberto sin dejar caer el balón al suelo. Fue su primer partido en España y fue también un gol que anticipaba todas las maravillas posteriores.

Una noche de enero firmó el gol del año. Probablemente los hubo más difíciles o más trascendentes, pero aquél frente al Real Madrid tuvo nombre y consecuencias. Con el perfil en 3 / 4 (su posición predilecta de salida) recibió el pase de Guardiola y realizó una jugada que levantó las cejas de los aficionados españoles. Recogió el balón con la pierna derecha, lo almohadilló con el interior del pie y de repente giró su tobillo 180 grados (sea o no posible) ante la mirada perpleja de Alkorta. La pelota se imantó al pie, en un acto antinatural porque la fuerza centrífuga exigía lo contrario. La vieja jerga brasileña tenía un nombre para la ocurrencia de Romario: la cola de vaca. Ése fue el latigazo seco que dejó helado a Alkorta.

Lo que sucedió en la continuación de la jugada también figura entre lo mejor del repertorio de Romario. Lo ha hecho. tantas veces que la jugada siempre. se asociará al recuerdo del goleador brasileño. Se dirigió por el callejón del diez hacia Buyo y, en el mano a mano, giró su tobillo de goma para dejar la pelota junto al palo.

Estrechar el repertorio de Romario resulta imposible. Sólo los remates de cabeza le resultan espinosos, pero esta dificultad ha cuadrado muy bien con la estética del Barça, un equipo limitado en el juego aéreo. Nunca metió un gol de cabeza con el Barcelona, ni se jugó el tipo en un choque, ni persiguió a los defensas. Ahora que todo ha pasado, nos queda la divisa de sus goles: "Despreció la épica, vivió de la estética y todo le importó un carajo. Menos los goles".

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