El derecho como pretexto
La avalancha de sucesos es tal que uno no sabe realmente a qué atender ni qué decir, Me temo que se trata de una situación muy generalizada entre los españoles, aunque los que están profesionalmente obligados a ofrecer siempre soluciones (es decir, los políticos y algunos periodistas) hayan de ocultar su desconcierto escudándose: tras alguna excusa, recurriendo a algún pretexto. En esto, nuestros políticos, como cabe esperar de quienes lo son en una democracia, no hacen sino seguir una pauta de comportamiento tan universal que quizás pudiera ser utilizada para caracterizar a la sociedad española actual. Nadie parece obrar en razón de convicciones propias, sino de un modo que le viene impuesto, aunque le resulte moralmente penoso. En las formas más triviales y burdas del fenómeno, quien impone el comportamiento conveniente, pero moralmente desagradable, es el enemigo. La política o los negocios se hacen como se hacen, porque de otro modo los rivales, aviesos y carentes de principios, arrojarían del poder a quienes lo tienen, o impedirían llegar a él a quienes tanto lo merecen, o arruinarían a quienes tan bien contribuyen a la riqueza nacional, etcétera, etcétera, y estos etcéteras llegan naturalmente hasta el modo de conducir o. de aparcar, pongo por caso.En formas más elaboradas, la razón que hace imposible obrar de la manera que parece ética y deontológicamente adecuada está en la necesidad de atender las exigencias de un dios al que todo debernos, en primer lugar, veneración, No se trata de una sustitución universal de la ética de la convicción por la ética de la responsabilidad, sino de la renuncia universal al comportamiento ético, sustituido por lo que tal vez pudiera llamarse una forma de comportamiento religioso, aunque se trate de una religiosidad secular. Los entes numinosos cuyas exigencias hay que atender, aun en violación de nuestras conciencias, son entes de este mundo, no del otro, pero misteriosos y terribles como los ultraterrenos, e incluso servidos, como ellos, por unos sacerdotes tremendos.
Estos dioses mortales son varios, pero en el panteón de nuestro tiempo hay sobre todo dos dioses mayores, aunque no iguales: el Estado de derecho y el mercado (o los mercados, porque, como ya he dicho más de una vez, yo no acabo de saber si de este dios máximo se ha de hablar en singular o en plural: quizás ambas formas sean correctas, porque se trate de un dios que es a la vez uno y plural; como se sabe, no sería el único caso).
En su origen y en su contenido, la noción de Estado de derecho es una noción muy ambigua. De hecho, es una mutilación de la idea más amplia de Estado constitucional que hizo fortuna en la doctrina alemana, de donde procede, porque en la Alemania de comienzos del siglo XIX no estaba bien visto hablar de Constitución. Por Estado constitucional entendían los ingleses de aquella época un Estado en el que impera el derecho (la rule of law) y está gobernado por un "Gobierno responsable" (es decir, por un Gobierno que responde ante. la opinión), algo que manifiestamente el rey de Prusia, por poner un ejemplo, no estuvo nunca dispuesto a aceptar.Este recordatorio de erudición banal no permite negar, sin embargo, que aquí y ahora la noción de Estado de derecho es compendio y suma de todo lo bueno. De ahí, desgraciadamente, su perturbadora capacidad para servir de pretexto, de excusa para no hacer lo que realmente se debe hacer. Esta utilidad es, por supuesto, universal; se benefician de ella tanto los ciudadanos como sus gobemantes.La utilización ciudadana, quizás la más grave, es muy simple: en un Estado de derecho, los ciudadanos tenemos derechos, y en consecuencia, mientras nos limitemos a hacer uso de ellos, estamos en paz con el dios y nadie puede reprocharnos nada. Naturalmente, se trata de una falacia espantosa, porque el derecho no es más que un poder, precisamente lo contrario de un deber. El respeto al derecho de los demás, que es lo que nos impone la Constitución, no es más que el mínimo indispensable; además, tenemos que respetarlos a ellos, no verlos como simples instrumentos para nuestros fines. El Estado de derecho es ampliamente compatible, como la práctica enseña, con una sociedad de: bribones.El uso más aparente del pretexto es, sin embargo, el que de: él hacen los titulares del poder, especialmente algunos jueces y, los miembros del Gobierno. Aquellos de formas muy varia.. das, que van desde la muy anticuada de amenazar con el delito de desacato hasta la más moderna de insinuarse como salvadores de la patria por ser capaces de cumplir con su obligación (la tremenda figura del juez montado en un caballo blanco), o la ya comúnmente, aceptada de ser a la vez jueces y ciudadanos-periodistas que, en uso de su libertad de expresión nos ilustran cada mañana sobre lo divino y lo humano.Pero, entre nosotros, el usuario más entusiasta de la cobertura es seguramente el Gobierno que nos gobierna. Quízás lo dé el cargo, si las apelaciones que el Partido Popular ha hecho a "la fuerza de cosa juzgada" en relación con el asunto Naseiro son consideradas como una muestra de que está ya cerca del poder.Entre las formas de este uso no deben incluirse las estupendas y frecuentes apelaciones al secreto del sumario" para no contestar preguntas en el Parlamento o en la prensa. Tal vez yo no sepa muy exactamente lo que es el secreto del sumario, pero creo estar seguro de que de él no nace para los particulares (es decir, para todos los que no son el juez o sus auxiliares) obligación alguna de no decir lo que saben acerca de sus propios actos o dichos. Cuando oigo escudarse en él a un procesado de derecho común pienso que es una argucia tosca de un pobre hombre que se encuentra en situación difícil y no cuenta con buenos asesores, aunque no sé si es razonable pensar todo esto de banqueros riquísimos. Cuando lo veo invocado por quien, siendo ministro, dispone, por muy ignorante que sea, de ese "intelectual orgánico" casi omnisciente que es la Administración general del Estado, ya no sé qué pensar. En todo caso, se trata de una argumentación rabulesca, nada que tenga que ver realmente con las exigencias del Estado de derecho.Cuando éste entra de verdad en juego es cuando se apela al derecho para eludir las obligaciones que impone la política. Por ejemplo, para negar (como desde hace tiempo se viene haciendo, y desgraciadamente no sólo por el Gobierno y su partido) que haya falta política en aquello en lo que no hay falta penal, o para negar la necesidad de convocar elecciones porque jurídicamente nada obliga a ello.
Yo no sé realmente si se deben disolver las Cortes ya, o se debe esperar hasta el mes de mayo; o quizás hasta el otoño de este año o la primavera del siguiente. La. inquietud de los mercados río me impresiona mucho, y lo que a mí me parece una ambigüedad deliberada del Partido Popular no me permite ver con claridad qué bienes, aparte de la alternancia (que no es poco), cabe esperar de su llegada al poder. En lo que sí tengo una seguridad roqueña es en el hecho de que entre las mil razones que quizás hay para no convocar nuevas elecciones no está la de que jurídicamente el presidente González no está obligado a convocarlas. El derecho se pervierte cuando es utilizado como pretexto.
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