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El tiempo y los sentimientos

A Carmela Sanz RuedaEl tiempo está ahí siempre inevitable y, sublime paradoja, pasando casi sin damos cuenta. Su rápido transcurrir ofrece la perspectiva lejana de una desvanecedora melancolía. Está yéndose para arrojarse en el vacío del no-ser. Es el tiempo exterior, objetivo que constituye la sensible y material temporalidad. Parece imposible vivir el tiempo, cuando no podemos ni retenerlo. Somos hijos de Cronos, dios de las horas, de los días, de los años que huyen, de su voluntad que nos hace y deshace en el transcurrir de su camino infinito. Al unísono, existe un tiempo subjetivo que deja huellas, rastros visibles, y podemos medirlo, examinarlo, darle vueltas, acariciar su piel inmóvil, y hasta verlo venir bueno o malo. Es el sentimiento del tiempo que atraviesa las paredes del cuerpo, estremece, conmueve hasta las entrañas, y experimentamos su transcurso en nuestra propia vida íntima.

.. Algunos pensadores intentan demostrar la, pureza originaria del tiempo, su idealidad extramundana, negando la materialidad de su presencia inmediata. Por ejemplo, según Sartre, el tiempo no nos es dado, y añade: "La temporalidad debe tener la estructura de la ipseidad". Pensamos que los múltiples y sucesivos sentires se desarrollan en un tiempo, se racionalizan y proyectan en el fluir del río consciente de la sentimentalidad.

En nuestros días, el tiempo adquiere una actualidad dramática, preocupa hasta acongojar. Quizá nunca como ahora haya sido tan evidente y acuciante. Estamos invadidos por hechos, situaciones que se precipitan a ritmo vertiginoso. Los cambios se encadenan unos a otros y el mundo vive bajo una dimensión temporal desmesurada. Es indudable que siempre nos gobierna el orden implacable del tiempo, pero en otras épocas la vida tenía una cadencia armoniosa campesina: se hilvanaban las horas acordes al ciclo natural de las estaciones del año, y el acontecer florecía con eventos de orden pausado. El advenimiento del capitalismo, con su furia innovadora, sacudió el lento discurrir de la vida, destruyendo arcaicas formas de existencia, la verdad del ser, la poesía virgiliana del espíritu, la hondura de las eras, la perpetuidad del linaje, originando un nuevo y moderno sentimiento del tiempo: transformaciones febriles, violenta industrialización, cosmopolitismo, trastrueque de costumbres, desenraizamiento.

Sobre estas bases históricas nace una angustiosa conciencia de las finitudes inmediatas, viviendo en una tierra que ignora el sosiego. "No sólo en la mecánica, tampoco en la electrodinámica hay propiedad alguna de los fenómenos que corresponden al concepto de reposo absoluto"' dice Einstein. Llevados y traídos por las inesperadas rupturas del suceder y las alteraciones continuas, nos sentimos como a la intemperie, sin un solar firme en el que asentarnos. La implacable ley de estos nuevos días nos hace víctimas de la inseguridad, el desamparo, guiándonos la estrella del tiempo por un mar de inquietudes. Por otra parte, la avidez de posesión rápida atormenta hasta perder la serenidad. La revolución técnico-científica, la cibernética, la informática, agudizan la acucia temporal. Ya no es el tiempo, sino diversos tiempos con medidas y valores diferentes, que, al no ser coincidentes, nos separa el que cada uno vive.

El concepto tiempo propio, descubierto por la teoría de la relatividad, obliga al individuo a medir y desarrollarse en un tiempo único para sí mismo. El tiempo ya no es solamente el espacio abierto de la sensibilidad humana, sino también el que creamos viviendo. Cada uno somos tiempo en el estricto sentido de la palabra. Por ello decía sabiamente José Bergamín: "Todas las verdades, para serlo de verdad, tienen que arder y quemarse". Así, los sentimientos son sucesivos, temporales, como "el pasajero del alma" que va de un sentir a otro y no permanece definitivamente en ninguno. Los sentimientos avanzan por el pasillo interior del espíritu sin eternizarse. Algunos se prolongan, maduran como los frutos; otros sentimientos no llegan a florecer y se pierden en el camino de la vida.

La experiencia sentimental demuestra la duración de los sentimientos, aunque no podamos saber cuánto, pero finalmente se apagan. Mientras, el ser humano vive, siente sin cesar, por ello los sentimientos son eternamente temporales o temporalmente eternos. Se deduce, pues, que los sentimientos son fluir del tiempo y, a la vez, espacio inmóvil que conserva lo sentido.

Es muy difícil definir el tiempo. "Cuando nadie me lo pregunta, lo sé. Cuando trato de explicarlo, ya no lo sé", decía san Agustín, que lo conocía al vivirlo, y asimismo lo sentía esfumarse. ¿Cómo resolver esta antinomia? No por una artificiosa conciencia íntima del tiempo, que explicó Husserl, sino aceptando que el tiempo, al ser dialéctico, su transcurrir es continuidad discontinua, o sea, unidad de sus propios contrarios. Sólo los sentimientos pueden solucionar las antinomias desgarradoras del tiempo, ya que pasan por distintas gradaciones de intensidad y, por ello, son discontinuos en su fluidez continua. Debernos a Husserl el descubrimiento de estas diferenciaciones en su desarrollo, y sostiene: "Cada instante es distinto individualmente de otro, y no puede tener lugar dos veces lo mismo, ningún modo del transcurrir puede tener lugar dos veces".

El tiempo no es uniforme, como demuestra la teoría de las partículas elementales de la física moderna, sino discreto, atómico, ya que se trata del proceso universal de cosas materiales y finitas, al que no escapan. los sentimientos. Sentir es reflejar los efectos. que causan los estímulos exteriores, percatarse de sus ecos en nuestro jardín interior y descubrir un tiempo original, propio, diferente a la abstracción móvil del tiempo. El sentimiento vendría a ser la cuarta dimensión del espacio-tiempo de Einstein, o sea, la memoria donde subyacen los sentimientos vividos otrora. Recordar es retrotraer lo sentido, es situarse en un espacio concreto, pues evoca seres, cosas, hechos que en él han ocurrido. La memoria del tiempo es así un ejercicio de geometría sentimental. Bergson nos habla de la pureza abstracta ideal y simbólica del tiempo, en su concepto de la durée, es decir, continuidad de la memoria sin diferenciaciones internas. Pensamos, por el contrario, que la memoria involuntaria del tiempo, de Proust, es más real y concreta, pues a través de la ventana abierta de los sentidos materiales, los sentimientos reviven inesperadamente de un perfume, un paisaje, un sabor, y luego se desvanecen. Éste es el ritmo verdadero de los sentimientos, fugaces o duraderos en su procesalidad íntima. Por ello, la concentrada tentativa de Proust para eternizar sentimientos pasados fracasa, ya que si se hubieran fijado para siempre no sería necesario sacarlos de la sombra, y prisioneros de ellos no viviríamos realmente.

En consecuencia, nuestra vida sentimental es una serie de experiencias felices o desdichadas, pero siempre perecimientos, y demuestran que los sentimientos son despedidas sucesivas del ser que somos, para llegar a construir una historia original e íntima. Por esta razón, los sentimientos mueren sobreviviéndose.

Carlos Gurméndez es ensayista, autor de Teoría de los sentimientos.

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