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ANIVERSARIO DE LA INTERVENCIÓN

El último hugonote

El actual presidente de Banesto simboliza la contumaz gestión del ahorro contrapunto de la codicia

A Mario Conde, mitrado de la impostura, y a todos sus adláteres, todos, ¡sepulcros blanqueados! "No es que el dinero haya desaparecido; es que se lo han llevado", pronunció Alfredo Sáenz, consciente de las, consecuencias procesales que desencadenaba. Aquellas palabras esculpen macizamente y para siempre el marmóreo pasado del emblemático banco.-Toda una sentencia, pronunciada a modo de último hugonote. Ante la comisión parlamentaria que investiga a los ex gestores de Banesto, el actual- presidente del banco demonizó a Conde, Arturo Romaní, Juan Belloso, Rafael Pérez Escolar y Fernando Garro. Aquel día, la inocente perplejidad del compareciente no supo, o no quiso, esconder el impertérrito sesgo casi inquisitorial del saludable calvinismo vasco

Su primer tono gestual es frío pero apacible. Después, asoma una sonrisa de innegable retranca; media luna acechante sobre fondo Pálido, incoloro , casi fiero. Sáenz Abad, aunque nacido apenas en la alta gleba, es ya banquero de alcurnia.

Azul oscuro de entallado porte. Imagen impoluta. La misma que aconseja la severa tradición de Deusto para entrar sin miedo al fracaso en el ceremonial secretista de Neguri, rive droite de la ría del Nervión donde germina la endogamia aristocrática de las finanzas y del hierro.

Hace apenas un año que desembarcó en Banesto acompañado de José Antonio Sáenz de Azcúnaga y Víctor Menéndez, dos fieles del Banco Bilbao Vizcaya (BBV) a los que se añadió poco después José Angel Merodio, exconsejero delegado de Banca Catalana. Se quemaba rabiosamente la etapa que desgajará para siempre del Español de Crédito a los Gómez Acebo, Garnica, Argüelles, Aguirre y Herrero, últimos apellidos de abolengo, reducto de una tradición bancaria amalgamada en la vieja oligarquía.

Su relevo es de fondo; pero también en la forma constituye un estilo excluyente en relación con la diversa morfología de los grandes teórico-prácticos de la economía en las últimas décadas. Sáenz desdobla, por este orden, al prestamista Ullastres, al báquico Estapé, al botones Escámez, al apasionable Boyer, al otrora inductor Rubio, a muchos engominados, a otros tantos almibarados, y sin olvidar naturalmente a su valedor, el británico Toledo.

Acunado en el Vizcaya, debutante en la gestión de grandes grupos siderúrgicos como Altos Hornos de Vizcaya y Tubacex, providencial en el reencuentro de Banca Catalana con la senda del dividendo -en 1984 superó un traumático nombramiento a la presidencia cuando los accionistas del antiguo banco de Jordi Pujol salían a su paso entonando Els segadors-, se erige en mano reflotadora de la última etapa socialista.

Sáenz es a la actual Administración socialista lo que Letona fue al centrismo de UCD y al primer gabinete de Gonzalez. Férreo fontanero de bancos en crisis, aunque con una misión mucho más arriesgada que la recaída sobre su citado homólogo, José María López de Letona y Núñez del Pino, conocido notable, pri mer sanador del Banesto catalán -fundó el Catalán de Crédito, hijo espurio del agujero que dejó, Javier de la Rosa en la Garriga y Nogués-, cuyo perfil tecnocrático había rivalizado incluso con el del mismísimo Adolfo Suárez en la designación real de la primera presidencia de la democracia española.

Las crónicas del destello y ocaso financiero de Mario Conde moralizan inexcusablemente sobre el valor del ahorro, balsámico contrapunto de la codicia. Sobresale así la figura alternativa de Sáenz, un licenciado en Derecho y Ciencias Económicas que empezó su carrera de ejecutivo a los 23 años y se sembró antecedentes académicos como profesor de mercadotecnia en las aulas de la Universidad de Bilbao. Sus alumnos recuerdan al comunicador llano pero eficaz, el profesor que situaba en primer plano el concepto y rehuía la alocución, fácil y brillante.

Su primer salto al mundo financiero se inició en 1981. Desparrama, desde entonces, esa extraña mezcla de sobriedad y sentido del riesgo que caracteriza también a otros altos ejecutivos del antiguo Vizcaya, forjados por el que fue presidente del banco vasco Ángel Galíndez. En aquel primer envite, el fallecido Pedro Toledo le franqueó el pasadizo que finalmente le ha conducido a las más altas cimas de la banca, española. Sáenz sorteó al destino. Para investirse de financiero rechazó una generosa oferta política -fue propuesto para un alto cargo en el Ministerio de Defensa cuando se cumplían pocos meses del intento de golpe de Tejero- realizada por el entonces centrista y también fallecido Agustín Rodríguez Sahagún.

El segundo round de su carrera tuvo un archiconocido registro de dolor: la lucha por la sucesión de Pedro Toledo tras la fusión de los bancos Bilbao y Vizcaya. Sáenz jugó su baza con la legitimidad que le confiaba entonces el empuje motriz de Galíndez. Perdió. La ascensión a la presidencia única de Emilio Ybarra le colocó en una vicepresidencia de la entidad, metafóricamente atendida desde un despacho en la torre de hierro de Castellana -sede del BBV en Madrid- simétrico, sólo en la geometría, al de Javier Gúrpide, también vicepresidente, miembro destacado del Círculo de Empresarios, de sobrenombre poeta por su insólita -tratándose de un financiero trayectoria lírica y narrativa.

Desde la entropía burocrática, tejida para taponar su inmenso poder teórico dentro del BBV, Sáenz renació para Banesto, gracias al salvoconducto del gobernador Luis Ángel Rojo. Muy lejos queda el primer intersticio que le propulsó en el Vizcaya, entre la neutralización de Juan Manuel Urgoiti y la soberanía de Toledo; también ha olvidado la sucesión de este último. Aguarda sigiloso su permanencia en el cargo.

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