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Tribuna:LA AMPLIACION DE LA U.E. AL ESTE.
Tribuna
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Ampliación al Este, Essen y aquel

La ampliación de la UE al Este es un firme compromiso político desde el Consejo Europeo de Copenhague (junio de 1993). No es, pues, la accesión lo que se discute, sino el cuándo y el cómo, el calendario y las condiciones. Los candidatos inmediatos (Polonia, Hungría, República Checa y Eslovaquia) lo quieren todo y lo más pronto posible arguyendo la amenaza involutiva que se cierne sobre jóvenes democracias que no han podido satisfacer las ingenuas -y desmesuradas- expectativas de pueblos que creyeron que la libertad se otorgaba en un vellocino de oro colmado por los ricos vecinos de Occidente, que parecían tan contentos. Viendo las cosas como han ido, es explicable que se sientan decepcionados; lo que no implica admitir que la UE y sus miembros se hayan limitado a predicar y esconder el trigo. Hoy los países citados, más Bulgaria y Rumania, cuentan con acuerdos de asociación y se han ideado estatutos que les permiten participar ya de alguna forma en los pilares de la cooperación y en la UEO...Los candidatos quieren fechas. Europa del Este, dicen, sólo está en la agenda de Alemania. No es mala agenda, diría yo. Bien manejada puede que valga hasta por doce. Las prioridades del primer contribuyente neto de la Unión no son de usar y tirar. Pero es muy natural que la geopolítica y la economía condicionen la sensibilidad de los otros miembros. La ampliación al Este no puede ser prioritaria, por ejemplo, para un país del Sur, ribereño del Mediterráneo occidental, aunque desde luego esté dispuesto a conjugar sus intereses esenciales con los de otros. En este sentido, es lógico que España recuerde que también la dimensión mediterránea de la Unión está incompleta (Malta y Chipre se han incorporado a la lista de la próxima ampliación en el Consejo de Corfú, junio de 1994), insista en la importancia de la cooperación con los ribereños no europeos y sienta legítima preocupación -tras pasar por tantas discriminaciones transitorias para acceder a la CE- cuando se reclama una apertura inmediata de mercados en sectores en que el Este puede ser muy competitivo (entre otras razones por el bajo coste de una mano de obra cualificada). Lo más grave, sin embargo, es que hablándose tanto de la ampliación se hable tan poco de sus consecuencias financieras.

Se ha apuntado que de mantenerse las actuales políticas agrícola y de cohesión, la ampliación al Este podría suponer hasta una triplicación del presupuesto comunitario, lo que los contribuyentes no están dispuestos a sufragar. Como tratándose de mandamientos de solidaridad se descarta que los nuevos miembros vayan a ser peor tratados que los viejos, se adivinan noches de cuchillos largos en que los actuales receptores de fondos estructurales y de cohesión (cuya previsión acaba en 1999) podrían llevarse la peor parte. A la postre, mientras crecen las denuncias de fraude presupuestario en la CE, que John Major tilda de "escandaloso", los nuevos miembros pueden servir la coartada para acabar con el más genuino mecanismo redistributivo de una Unión que tampoco parece decidida a implantar a cambio un sistema fiscal progresivo basado en el principio de prosperidad relativa. ¿Es ésta la intención perversa que anida tras las propuestas de acomodar la Unión a las circunstancias de la Europa del Este y no al revés? ¿Quién le pondrá un cascabel a este gato sin que le arañe su electorado?

Hacer del 2000 efemérides de ampliación sólo es admisible a condición de que estas cuestiones hayan sido previamente resueltas dentro del proceso general de revisión del Tratado de Maastricht, objeto de una conferencia intergubernamental que ha de convocarse en 1996, pero que nadie sabe si, cuándo y cómo -del gran salto al batacazo- acabará. Se trata de la adaptación de las instituciones a una Unión ampliada, pero también de algo más: de la profundización, cuya cópula con la ampliación ha sido hasta ahora impracticable. Hace 100 días comenzaron las provocaciones (declaraciones de Balladur, documento CDU-CSU en el Bundestag, conferencia de Major en Leiden ... ) y de ellas se desprende que, existiendo un radical desacuerdo hacia dónde hay que ir, todos están conformes en que el viaje a cualquier parte puede hacerse en cuadrilla. Por una vez, el lenguaje europeo no es impenetrable, aunque lo puedan ser los propósitos de sus usuarios.

Los días de la Unión como un templo llegan a su fin, reemplazados los teólogos comunitarios por filósofos experimentales que proponen círculos concéntricos, geometrías, variables, núcleos duros y flexibilidad, mucha flexibilidad, todo para indicar que la profundización es posible sólo siendo selectiva. Newton introdujo la geometría en la física y formó una ciencia exacta; pero, ¿ayudará a la política? La clave es, sin duda, la Unión Monetaria. El tratado-templo ya la preveía como capillita. Pero pueden recelarse intenciones inconvenientes cuando algunos caciques, sintiéndose predestinados, amagan arrogarse el derecho a juzgar la virtud de los demás cuya voluntad de profesar no basta. ¿Aprovecharía un grupo de países ricos la ampliación al Este para, dejarlo aparcado con el Sur (voluntad sin virtud) en una zona de libre cambio compartida con el resto del Norte (virtud sin voluntad)? Tal vez con un juego de compases.

Antonio Remiro es catedrático de Derecho Internacional en la Universidad Autónoma de Madrid y director del Centro Español de Relaciones Internacionales (CERI).

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