El Valencia conserva el maleficio
Un rival inofensivo, un árbitro claramente favorable y un par de parasicólogos ejercitando la meditación trascendental no sirvieron para nada. El Valencia conserva su maleficio. Un hechizo poderoso, quizá demasiado para los aprendices de brujo amigos del consejero del club. El caso es que el Sporting se aprovechó del encantamiento. No hizo más que acurrucarse y esperar ayer pasar el cadáver de su enemigo en forma de incompetencia. La grada no vio magia por ningún sitio y quiso enviar a la hoguera a sus jugadores.Parreira tiene una debilidad: la defensa. Cualquier jugador de este corte tiene acomodo en su equipo. Así Juan Carlos, un futbolista limitado a la persecución, se instala en el lateral izquierdo. En el derecho ya tiene a Otero, que convierte cada carrera en un atropello. Más adelante tampoco hay interiores -no se compraron- y el juego del Valencia es un atasco. No hay bandas. Y sin ellas no hay fútbol.
Al Sporting, sobre todo le privó de mayor botín un jugador: Mazinho. Su contribución ofensiva es escasa pero en la destrucción es el futbolista perfecto.
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