Las bufandas y el miedo

Los vendedores de bufandas ayer estaban tristes. No hicieron negocio. Momentos antes de comenzar el partido, en dos de los puestos situados en las puertas de Las Margaritas no habían conseguido vender más de diez. Uno de los tenderos explicaba la cuestión: "Los derbies son los peores partidos para vender bufandas, porque la gente tiene miedo a ponérselas por si luego hay incidentes". Sin embargo, el partido de ayer fue totalmente pacífico. No hubo ningún tipo de enfrentamiento entre las aficiones. Sólo hicieron ruido.El Leganés, al saltar al césped, fue recibido por su hinchada con una lluvia de confetis. El Getafe, con una de papel higiénico. Los Comandos Azules y los Ultras Geta desplegaron los rollos sobre el portal de Mario, que acabó empapelado. La representación ultra local triplicó a la visitante.
El entrenador del Leganés, Luis Ángel Duque, y su capitán, Dorado, fueron los objetivos prioritarios de las bromas en las gradas. Cada vez que el entrenador pepinero salía de la caseta, el griterío de hacía ensordecedor. Su participación en una tertulia en un canal de televisión privado fue utilizada para todo tipo de bromas. Un aficionado se empeñaba a recomendarle a Duque que alineara a uno de los invitados a esa tertulia, un escritor de cuentos pornográficos: "Saca al de la coleta", le gritaba una y otra vez. La veteranía de Dorado, de 33 años, fue el otro filón que aprovechaba la hinchada local para desplegar su ira.
El partido de ayer sirvió para que jugadores y afición estrecharan un poco su fría relación. A la salida del estadio, los socios se abrazaban los unos a los otros. "Ya era hora", comentaban con una sonrisa de oreja a oreja, para empezar a vociferar de inmediato cuál era su impresión, quién era el que mejor había jugado. Unos se decantaban por Gonzalo, otros alababan el papel de Jaime en su recién estrenada demarcación y todos decían maravillas de Guerrero.
Los jugadores acabaron el partido en el fondo de los Comandos Azules, donde festejaron la victoria lanzando sus camisetas. Todos menos Lucio, que se acercó a la peña femenina para entregar la suya a las enfervorecidas aficionadas.
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