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Pero ¿cree que va a servir para algo?

Juan Arias

Me lo esperaba. Ya más de uno, empezando por el ingeniero Ramón Aroca, de Madrid, me ha espetado: "¿Pero para qué sirve un Defensor del Lector (Ombudsman) nombrado por el director del periódico?". Lo mismo le habían preguntado ya a mi antecesora, Sol Gallego, a quien me atrevo, en nombre de ustedes los lectores, a darle las gracias por el magnífico trabajo realizado en esta misma columna.Sí, es cierto que el nombramiento lo ha hecho el director y es verdad que me ha dado una consigna -porque tambien hay quien ha ironizado: "¡No me irás a decir que no te han dado consignas de cómo tratar ciertos temas!"-. El director me ha recordado, al anunciarme el nombramiento, que este diario, desde su primer director y fundador, Juan Luis Cebrián, ha tenido siempre un especial respeto e interés por sus lectores, que son, en definitiva, la razón de su existencia, sus verdaderos propietarios. Y añadió que su deseo es que se siga manteniendo, y si es posible reforzando, el diálogo leal y franco con los lectores. Y no creo haberme equivocado si pienso que esa consigna, la única que he recibido en absoluto, le compromete sobre todo a él, ya que voy a tomar muy en serio su palabra. Y también porque la dirección del periódico sabe muy bien que este departamento del Defensor del Lector, que nació va a hacer ahora nueve años, cuenta con un estatuto que le confiere plena autonomía en su trabajo, y le autoriza, si es el caso, a pedir explicaciones de las quejas de, los lectores no sólo a, los redactores que las hayan podido motivar, sino al mismo director o a los otros miembros de su equipo en los casos en que les pueda concernir la directa responsabilidad. Y, de hecho, si los lectores de EL PAÍS han seguido las columnas de mis antecesores -a quienes considero mis maestros- habrán podido observar que los directores y su equipo dirigente han sido no pocas veces convocados a dar explicaciones desde esta columna.

A quienes puedan sospechar que el Defensor del Lector -que es además el responsable de que se observen rigurosamente, en la elaboración del periódico, las reglas profesionales y éticas codificadas en nuestro Libro de estilo- es sólo una operación de imagen destinada a amansar a los lectores, me gustaría recordarles que si ello fuera tan sencillo todos los diarios contarían con la figura del Defensor del Lector como, un bonito florero que no les compromete y les da sólo brillo y esplendor. Y, sin embargo, en España durante ocho años sólo EL PAÍS ha contado con dicho departamento. Y sólo desde hace un año también La Vanguardia lo ha instituido. Y dentro de la misma Europa no son aún muchas las publicaciones que se han decidido a dar dicho paso. En Francia, el parisiense Le Monde ha instituido el Ombdusman sólo recientemente. Hay otros periódicos, como el italiano La Repubblica, en los que las observaciones del Ombudsman se usan sólo en el ámbito interno del diario, sin que se hagan públicas.

Donde la figura del Defensor del Lector tiene mayor tradición, y donde sí se suelen hacer públicas sus respuestas a los lectores en sus respectivos periódicos es en la prensa nórdica y anglosajona, y sobre todo en los diarios norteamericanos, empezando por el The Washington Post. Sin duda, a ningún redactor ni a ningún directivo de un periódico les resulta agradable tener que reconocer en público sus errores, por muy en buena fe que hayan sido cometidos, como tampoco tener que dar explicaciones a nadie de su conducta profesional. Lo más cómodo, para este mismo diario, hubiese sido desde hace tiempo suprimir dicho departamento, limitándose a publicar algunas de los cientos de cartas que cada día llegan dirigidas al director. Pero, a pesar del precio que a veces se pueda pagar, nadie ha puesto nunca en cuestión, ni en la Redacción ni en la Dirección, la continuación de dicho departamento. La convicción de todos es que los lectores, con sus críticas y sugerencias, son sagrados para el diario, y que a nadie se le caen los anillos por reconocer un error, conscientes de que sólo los verdaderos ignorantes creen que no se equivocan.

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Mejor un periodista interno

¿Pero no sería mejor que el Defensor del Lector fuera una persona ajena al periódico, en vez de un periodista del mismo diario constreñido a pedir cuentas a sus compañeros?, se ha preguntado más de uno de nuestros lectores. Y en algunos diarios, en efecto, el Defensor del Lector es una personalidad de solvencia de la sociedad, incluso fuera del ámbito del periodismo profesional. Pero ello ha tenido a veces también sus inconvenientes. Sé de un caso concreto -el de Il Messaggero de Roma- en que, con toda la buena voluntad del periódico, que había designado como su Defensor del Lector al ex presidente de la Corte Constitucional pensando que podría ser más libre que uno de sus redactores, la experiencia no tuvo éxito. Ocurrió que dicho defensor de los lectores, por miedo a herir la susceptibilidad de los periodistas criticados por los lectores, se estaba convirtiendo más bien en el defensor del pe riódico que de los lectores. Y el diario prefirió acabar con la experiencia.

Critiquemos sin miedo

De una cosa estoy seguro: que dicho departamento de defensa de quienes se gastan su dinero comprando el periódico, y que tienen todo el derecho de pedirnos cuentas de nuestra seriedad profesional, no podrá tener éxito ni fuerza moral si ustedes no me ayudan con sus cartas o sus llamadas telefónicas, sin reticencias ni prejuicios, a cuestionamos cada vez que crean que nos hemos equivocado. Por tanto, les animo desde hoy, a que nos critiquen, nos juzguen, nos estimulen y nos aconsejen. Aceptaré con gusto todas sus provocaciones. Ahórrense sólo el insulto o la descalificación gratuita. Por ese derrotero, el Defensor del Lector no podría seguirles, ya que la falta de respeto a las personas son plantas que este diario, desde su fundación, se ha negado a cultivar. Y seguirá haciéndolo.

El teléfono del Defensor del Lector es el (91) 337 79 36. Pueden llamar de lunes a viernes.

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