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El futuro está aquí

Rominger asombra al mundo ciclista y eleva el récord de la hora a 55,291 kilómetros

Carlos Arribas

Fue una explosión de velocidad. Fue el momento más intenso del deporte en los últimos años. Fue como pasar de 9 metros en salto de longitud, fue Bubka pasando los 6 metros con su pertiga. Fue....fueron sólo 250 metros, la tercera vuelta de Tony . Rominger sobre tres tubos de acero en el velódromo de Burdeos. Fue un cuarto de kilómetro infernal.Fue una velocidad de 571,900 kilómetros a la hora, una fuerza descomunal que lanzaba al ciclista, al conjunto hombre-máquina, contra el peralte. Y fue en ese momento, cuando aún no se había cumplido ni el primer minuto que Rominger debía hacerse en solitario, en la noria, cuando todo el mundo supo que lo extra ordinario estaba aconteciendo, que 59 minutos después habría que frotarse los ojos para creerse lo que había pasado. Y eso: una hora después de las 14.33.51 del sábado 5 de noviembre, sobre la pista sólo quedaban un hombre cansado y un tablón que decía: 55,291 metros. La actuación del suizo ayer en Burdeos es un anticipo de otro siglo: en sólo 65 días, desde el 2 de septiembre, cuando Induráin dejó la cotiza ción de la hora en 53,040 metros, el valor del récord ha aumentado en 2,251 kilómetros.

El hombre y la máquina

Dicen los que le conocen que Rominger es de carne y hueso, un cuerpo de músculos con un corazón que late y una cabeza que conoce el dolor y el cansancio. Dicen los que le conocen, como su masajista, Marcelino Torrontegui, que Rominger no es una máquina, un precioso mecanismo de relojería, que el suizo, de 33 años, también sufre dolores -ayer, en el maleolotibial de su pierna derecha, cuestión de cambio de longitud de las bielas, explicaba el propio Rominger-, y que es capaz de gastar bromas y de mentir, y que tiene sentido del humor, cosa de la que no pueden presumir los mecanismos. "Y tampoco soy un marciano", dijo Rominger, que el día anterior había dicho que 55 era una marca de extraterrestres. "Simplemente he tenido la fuerza y la suerte". Habrá que creer a los que le conocen: no es una máquina, Rominger es la persona que, más se le acerca. ¿Cómo explicar, si no su cadencia de metrónomo? El récord podía haberse medido sin reloj, y no es una exageración. Sólo habría hecho falta contar las pedaladas, cada una de las cuales le hacía:avanzar 9,02 metros, para medir el tiempo: ha dado 102 vueltas a la manivela, ha pasado un minuto. Y las cuentas habrían salido. Fue una regularidad que asustaba: en cada una de las 221 vueltas completas al anillo de 250 metros Rominger invirtió un mínimo de 16 segundos y un máximo de 16,4. Fue una operación limpia, matemática y física: tengo una bolsa de tantas reservas,puedo gastar tantas por vuelta, ni un gramo más ni un gramo menos. "Es algo que no se puede enseñar", dice Michele Ferrari, el cerebro de la operación.Rominger llevaba un pulsó metro, una cinta alrededor de su pecho con un sensor y una especie de cronómetro en el manillar de titanio de su bicicleta, pero sólo era para apuntar después los latidos de su corazón. El los sabía sin mirar al reloj. "Yo sólo me fío de mis sensaciones", dijo después Rominger. "Y sé que en ningún momento mi corazón pasó de 180 pulsaciones por minuto". Y tan bien las contabilizó que, a las. 15.33.51, lo primero que dijo el nuevo rey de la hora fue: "Estoy muerto" ni le sobraban ni le faltaban fuerzas. Y alguno, como Eddy Merckx, el hombre que cuando en 1972 dejó el récord en 49,431 kilómetros dijo que por nada del mundo volvía a someterse a esa hora de sufrimiento, no se lo podía creer. "Es extraordinario, acabo, de verlo y no me lo creo" dijo.

Desperdicios

Y, sin embargo, también hubo desperdicios. En cada una de las 442 curvas que tuvo que tomar casi sin término intermedio: a tal velocidad las rectas del velódromo, poco más de 70 metros, pasaban como una exhalación convirtiendo todo en un círculo, el suizo se veía en el ojo de un huracán: la fuerza centrífuga tirándole para afuera, hacia el peralte, lejos de la línea negra que marca la cuerda ideal; otras fuerzas empujando a la bicicleta hacia adentro, frenando su penetración, y él, un fuerte conjunto de huesos, articulaciones y acero, en medio, sometido a los embates. Y como un barco en una tormenta, Rominger perdía el rumbo. Pero ese hombre tiene algo más. Cuando veía que su pupilo se apartaba de la mejor trayectoria, Ferrari -un hombre metódico en una mesa de formica en la que, ordenados como si los útiles de un oficinista puntilloso se tratara, se alineaban un folio, un bolígrafo, una calculadora y un cronómetro- se levantaba con paso tranquilo, avanzaba unos metros al borde la pista, se acuclillaba y cuand o la bala de Rominger pasaba se acercaba una mano a la cabeza. Concentración, pedía. "Todo es un problema de concentración mental", explicó luego el médico italiano. Y Rominger, entendido en ese lenguaje gestual, asentía para que su interior..¿Cómo es posible concentrarse en medio del dolor y el agotamiento? "Yo, cuando Ferrari me pedía concentración, aceleraba, así me concentraba" dijo luego Rominger, como quien no quiere la cosa. Y vuelta a la regularidad, a marcar varias vueltas seguidas el mismo tiempo, décimas incluidas. "Fue el triunfo de la regularidad", explicó Laurent Fignon, otro de los excampeones que se pasó, por el velódromo de Burdeos. Todos los expertos se declararon sorprendidos, todos menos el cerebro, menos Ferrari. "Yo sabía que podía acercarse a 55 kilómetros por hora", explicó luego. "Pero una cosa es lo que yo veo en los entrenamientos y otra lo que pueda hacer en realidad". Y el médico italiano no citaba lo que había hecho después de comer. No dijo que había cogido un trozo de papel y escrito en él una cifra: 55,200. Y que había pasado ese papel subrepticiamente a Brigitte, la esposa de Rominger.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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