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El Toledo enseña las vergüenzas del Rayo

Wilfred, a pesar de los dos goles encajados, fue el mejor de los de Vallecas ante el colista

El Rayo anda desnudo por la Segunda División. Y así le va. Ayer el Toledo puso a la luz todas las carencias que ahogan al conjunto madrileño. Que son incontables. Le falta orden, buen gusto y verticalidad. En resumen, talento futbolístico. Utilizar como excusa de la derrota ante el colista la expulsión de Calderón, tras la que inmediatamente llegó el primer gol manchego, no es más que un patético recurso. Ayer, los mejores del Rayo fueron su portero, Wilfred, y un defensa, Cota. Con eso está todo dicho. La fantasía hace tiempo que dejó de visitar a este equipo.El primero, y posiblemente el único, en pagar los platos rotos, o la vajilla entera, ha sido David Vidal. Es la ley del fútbol. Pero colgarle la etiqueta de único culpable sería pueril. Como lo sería olvidar que con él en el banquillo el Rayo ha bajado a los infiernos.

Ayer,el equipo y su técnico se achicharraron. El Toledo puso en solfa el mojigato sistema vallecano. Y lo hizo desde el primer momento, con el reloj casi intacto. Cincuenta segundos de juego se llevaban cuando Serrano cabeceó en plancha y rozó el gol. El entramado defensivo madrileño, supuestamente su mejor y única arma, tuvo la consistencia de un papel de fumar. Y, además, de un papel malo. Sólo Cota, el de siempre, y Wilfred, el de casi siempre, mantuvieron el tipo.

Es el primero un jugador que se conoce al dedillo cada rincón de su área. Y se maneja a gusto en todas las guerras de guerrillas que pueblan el fútbol. Y cuando Cota cae, o no llega a tapar tantos y tantos agujeros, aparecen los enormes guantes de Wilfred, que ayer sufrieron otro durísimo desgaste.

Las aspiraciones de un equipo cuyos mejores jugadores llevan los números 1 y 2 se antojan nulas. Y por si fuera poco, hubo ocasiones ayer en las que el Rayo rozó el absurdo. Le salió un partido titiritero. Durante la primera mitad, a Onésimo sólo le llegaron balones altos, un hecho que se da patadas con la lógica y con la ciencia. No cuesta deducir el papel del delantero rayista, el más torpe en tan torpe tarde. Pero, para despropósito, el protagonizado por los de Vidal al filo de la media hora, cuando un jugador fue atendido sobre el campo y Wilfred echó fuera el balón. El Toledo, deportivamente, lo devolvió, y el Rayo ¡lo de volvió de nuevo! Sólo faltaba la cabra. Eran momentos, Como todos los del partido, en que se mascaba el gol. Del Toledo, por supuesto. Serrano la pegó con todo a dos metros de la portería y Wilfred la sacó con la habilidad de quien sabe de qué va esto. Un minuto después, Cota rebañó un balón en el al intento final de una jugada con rumbo fijo: la red. El ataque del Rayo, si lo hubo, fue invisible. La salida de Calderón por Gallego dejó ver al menos una luz en el centro del campo, tan metido hasta entonces en el más oscuro de los túneles. El gaditano la buscó e intentó repartirla. Tan lejos fue en su empeño que llegó a zancadillear, sin, querer, por supuesto, al mismísimo árbitro.

Detalles tan surrealistas como éste, encontraron ayer acomodo en un Rayo al que se le escapa la vulgaridad. La segunda parte no varió las cosas, porque el dueño del fútbol seguía siendo el mismo, el Toledo. Sólo el gol daba plantón a los de Hurtado. O quizá era Wilfred quien le obligaba a no quererles. El nigeriano se desriñonó para sacar aquel zambombazo de Corbalán, que la pegó a dos pasos de la línea. A partir de entonces, minuto 14 de la segunda parte, los acontecimientos se precipitaron.

Expulsión de Calderón

Calderón entró a un rival y vio la tarjeta; se sacó la falta y entró a otro rival. Vio otra tarjeta. El Rayo se había quedado definitivamente sin luz.

Wilfred volvió a hacer lo imposible rechazando un disparo a bocajarro, pero se encontró con otro al que sólo pudo echar el guante cuando estaba dentro. La justicia, por fin, se había hecho un hueco en el césped, regalándole al colista, el Toledo, un premio . más que merecido..

El técnico gallego David Vidal siguió desgañitándose en el banquillo, sabedor de lo afilada que estaba la guillotina. Su equipo le echó coraje, pero nada más. Sólo un disparo de Josemi en las postrimerías logró que los 200 seguidores rayistas que viajaron a Toledo soñaran con el milagro. Pero para entonces ellos ya tenían recogidas sus pancartas, y David Vidal, sus bártulos. El indecente fútbol de su equipo acabó de cortar la cuerda de la guillotina.

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