Julia
Alégrense los vaticanistas: estoy dispuesta a revisar mi acendrado ateísmo desde los cimientos, y a reconocer no sólo que Dios existe, sino que es un perfecto desaprensivo. Sólo desde este punto de vista puede entenderse que a Charlton Heston no lo fulminara un rayo tras su interpretación de Moisés en Los diez mandamientos, y que un derrame cerebral haya terminado con la talentosa vida 0,el actor hispano Raúl Juliá, que acababa de ser para el cine nada menos que Chico Mendes, mártir ecologista brasileño. Juliá también había incorporado en otra película a monseñor Romero, el arzobispo asesinado en El Salvador por la extrema derecha, la misma que hoy gobierna en el pequeño país centroamericano.La muerte de Raúl Juliá resulta especialmente frustrante porque se trataba de uno de los poquísimos actores latinos *que -podían medirse en plano de igualdad con los anglosajones, sin verse "relegados a hacer de grasiento sudaca made in Hollywood en producciones racistas, y sin basar su prestigio en conceder entrevistas metiéndose cada dos con tres con Fidel Castro. Era un gran actor, y a su sólida formación teatral, cimentada en Nueva York con los mejores, unía el encomiable detalle de no sólo no haber renunciado a su latinidad, sino de haberse servido de su talento para rescatar la parte de la que se sentía orgulloso: en recuerdo de unos héroes que pueden dar sopas con honda a los prototipos que suele glosar el cine del primer mundo.
Si también hay un infierno bueno, en él se encuentra ahora Juliá: con Romero, Mendes y Manuel Puig, escritor de mi particular santoral, de cuya hermosa novela El beso de la mujer araña, Raúl fue la encarnadura cinematográfica' en el papel del revolucionario ortodoxo redimido por la ternura de una locaza mitómana. El diablo los tenga a todos en su gloria.
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