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Tribuna
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Gordillo, el rey del cartílago

Hay varias leyendas sobre el ilustre equilibrista sevillano Rafael Gordillo, y según se dice en los mentideros del barrio de Santa Cruz todas son verídicas.La primera de ellas explicaría su desvencijada elasticidad; esa especie de caos vertebral con que maniobra por la zona izquierda de la cancha: pide la pelota, relaja los hombros en un inconfundible gesto de gato montés, y comienza a trepar por el aire. A partir de entonces se opera una sorprendente transformación en su cuerpo. Afloja la nuca, fuerza ángulos y coyunturas y comienza a desarmarse taba a taba como si estuviera poseído por el esqueleto colgante de un gabinete de anatomía.

La facilidad conque pliega y despliega la figura hizo pensar que tiene huesos de contorsionista. Así como una antigua leyenda taurina dice que los toros de Miura echan en el espinazo una pieza suplementaria que les permitiría girar el cuello unos grados más hasta alcanzar la femoral del torero, otra explica que, por un antiguo problema de nutrición, Rafa se quedó a medio calcificar y, armado de cartílagos por todas partes, se convirtió en un tiburón de agua dulce con la complicidad del Guadalquivir. Los hechos y las formas avalan esta hipótesis: en plena carrera parece que el fémur se le dobla por la mitad y engarza misteriosamente con una triple tibia de goma y un tobillo flácido. Sería este complicado juego mecánico lo que le permitiría llegar hasta la línea de fondo, accionar su pierna extensible, y rebañar el balón en los banderines como si fuese una tapa de menudillo.

Lejos de los actuales deportistas macrobióticos, el Gordo ha viajado tranquilamente por la cerveza y el humo. En realidad es idéntico a Puskas, Kubala, Garrincha y a todos aquellos seres superdotados que jugaron por cuenta propia y que el fútbol nunca logró reemplazar. Mientras los demás alcanzan la meta sólo porque se han. llenado el depósito durante la semana, él se limita a perseguir la extenuación como si fuera un horizonte: llega arriba totalmente agotado, pero en un último esfuerzo vuelve la cabeza y emplea el resto de su alma en pedir la pelota y disparar a gol. Su problema es que en ningún momento aprendió a decir basta. Por eso a él nunca le sustituyeron: simplemente fue evacuado por el entrenador.

Dicho lo cual, sólo queda reconocer que es un privilegio seguir viéndole desguazarse por las canchas, como un pequeño dinosaurio empeñado en escapar a su última glaciación.

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