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Tribuna:CUMBRE FINANCIERA EN MADRID
Tribuna
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Formaciones G

Emilio Ontiveros

El poder de decisión de un país miembro del Fondo Monetario Internacional (FMI) -la capacidad de voto y la elección de sus órganos ejecutivos- está fundamentalmente determinado por la magnitud de sus cuotas. Éstas reflejan, en gran medida, la importancia relativa de las economías correspondientes. El resultado es que los grandes son los que disponen de la mayor capacidad de incidencia en los asuntos de que se ocupa esa institución.Si esto es así, ¿por qué siete de los principales países industrializados -Estados Unidos, Japón, Alemania, Francia, Reino Unido Italia y Canadá- siguen manteniendo un ámbito diferenciado de encuentro como es el Grupo de los Siete? ¿Son tan distintas sus deliberaciones como para que no se puedan mantener en el seno del FMI? Si no es así, ¿qué necesidad existe de cuestionar la propia virtualidad de las reuniones anuales del FMI y del Banco Mundial decidiendo en sus vísperas sobre asuntos que serán objeto de atención en esas reuniones? ¿No es necesario escuchar a los otros 172 países miembros de esas instituciones cuyo ecumenismo se pretende reforzar? ¿No es necesario el FMI?

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Más allá de la representatividad de las economías de los países que conforman ese grupo, cuestionada por una terca realidad que, además de desautorizar criterios convencionales de jerarquía económica, acentúa progresivamente el grado de globalización e interdependencia, su capacidad para resolver problemas entre los países del propio grupo es, cuando menos, cuestionable. El contencioso comercial que siguen manteniendo Estados Unidos y Japón (el G-2), su potencial desestabilizador sobre los mercados financieros y, en general, sobre la economía mundial, es uno de los más recientes e ilustrativos exponentes al respecto.

En su reunión del sábado en Madrid, tres días antes de que formalmente se inaugure la reunión anual del FMI y del Banco Mundial, el G-7 ya ha anticipado gran parte de su desenlace. Más allá de esas genéricas y obvias manifestaciones de sus propósitos orientados a asegurar el proceso de recuperación económica, el núcleo duro de ese grupo ha marcado sus distancias respecto a la principal propuesta que incorporará el discurso de Michel Camdessus, director gerente del FMI: la ampliación de la asignación de derechos especiales de giro (DEG) a 36.000 millones (50.000 millones de dólares) con el fin de hacer frente a las necesidades de reservas mundiales en los próximos cinco años, especialmente destinadas a favorecer la transición de las economías del Este.

Una decisión, como las más genéricas pero no menos importantes, vinculada a la redefinición del papel de las instituciones nacidas hace 50 años, en la que es necesario que concurran opiniones adicionales a las vinculadas a esas formaciones G nacidas cuando el G-1 dio al traste con el sistema nacido en Bretton Woods. Son los días del G- 179.

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