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La pasión, según Maturana

Atrapado en los hilos del marcador, Pacho Maturana afronta su destino sin perder la calma. El problema viene de lejos: desde que llegó al Mundial 94 fue víctima de un mal presagio; anduvo siempre por el borde de la cornisa, quitándose goles, anónimos y telarañas.Ahora, perseguido por derrotas inesperadas, confusos empates y goleadas providenciales, ese renovado sentimiento fatalista no parece alterarle mucho. Sabe muy bien que su profesión es una lotería, y que un imperceptible golpe de viento puede devolverle al cabo de la calle.

Conviene decir que, se vaya o se quede, Pacho Maturana tiene un doble honor: es a la vez uno de los más grandes entrenadores del momento y también uno de los más lúcidos exploradores del fútbol. Su propuesta a los jugadores está hecha a la medida de las grandes plantillas internacionales y es la siguiente: "Yo les enseño cómo recuperar el balón, y ustedes deciden cómo llevarlo a la portería contraria". Así, ensaya durante la semana dos sucesivas maniobras de guerrilla: la primera consiste en atraer al contrario a las bandas, y la segunda, en asfixiarlo contra la línea de cal como un fugitivo se ahogaría en un callejón sin salida. Esta fórmula sólo admite un reproche: para ser efectiva, necesita tiempo.

Hace varios años, un admirador suyo recién llegado al banquillo del Milan, Arrigo Sacchi, pasó por una experiencia análoga. Entonces, Berlusconi había puesto a su servicio a Gullit, Rijkaard y otros grandes talentos. Sus primeros meses resultaron decepcionantes: el equipo fue de fracaso en fracaso y finalmente cayó eliminado en el torneo de la UEFA ante el Español de Javier Clemente. Como era de esperar, la crítica lombarda le lanzó a la cara todo su arsenal de palabrería italiana. Sin embargo, Berlusconi dijo "el Milan es mío, y Arrigo Sacchi se queda". Un. año más tarde tuvo finalmente lo que quería: el mejor equipo dirigido por el mejor entrenador.

No es fácil que, entre nosotros, Pacho disfrute de la misma condescendencia. Por eso, el desenlace de su aventura tampoco sería una sorpresa; probablemente se moverá entre un vacío lenguaje protocolario y una torpe naturaleza muerta con oficina y florero. Si todo acaba mal, las cosas sucederán más o menos así: el presidente se rodeará de la vajilla de plata, reunirá a periodistas y secretarios, y dará una explicación maquinal: "No tenemos nada contra este hombre, pero, puesto que hemos comprobado que los chicos no reaccionan, le agradecemos los servicios prestados, le despedimos, y solicitamos una calurosa ovación para él".

Luego, él forzará una sonrisa de asentimiento ante los fotógrafos, dirá que nunca podrá olvidar este club ni el generoso trato con el que sus dirigentes le han distinguido, y abandonará el estadio por la puerta reservada. Diez minutos después habrá vuelto al kilómetro cero.

Y, sin embargo, pese a quien pese, seguirá siendo uno de los más grandes entrenadores del mundo.

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