"No me pegues, papá"
Algunos padres recurren a la violencia para intentar convertir a sus hijos en campeones
Las palabras casi no le salían de la boca. Había pasado otras veces por un mal trago similar: "No me pegues, papá", atinó a decir mientras con manos y brazos intentaba cubrirse la cara. No era más que un niño. Tiene 14 años. Acababa de perder un partido del Campeonato de España Infantil por equipos en el Club de Tenis La Salut de Barcelona. Pero se había convertido en el centro fundamental de atención de su padre. Ocurrió hace poco. No es un caso aislado. La violencia física y psicológica es una de las primeras causas de los fracasos en tenis. Muchos padres convierten la afición de sus hijos a este deporte en una inversión y quieren rentabilizarla. Otros sitúan su proyección en los niños y pretenden redimir en ellos sus fracasos.El relato de Pere Soler, árbitro del encuentro, no tiene desperdicio. "Vi que el chico permanecía sentado en su silla y que no se decidía a marcharse de la pista", comenta. En su último año de infantil, aquel muchacho jugaba' como número uno de un club barcelonés y acabó perdiendo su punto. El torneo se disputó a finales del pasado mes de agosto. "Su madre", prosigue, "se dirigía a él desde la grada y le increpaba para que saliera. Pero no lo hacía. Cuando ya todos los demás se habían marchado, bajé de mi silla y salimos juntos. Al llegar a la puerta de la pista, me pareció muy atemorizado y se dirigió a un señor, al que le dijo: 'No me pegues, papá. No me pegues'. Su padre le respondió con un tono amenazador: 'No. Hoy no voy a pegarte'. Pero le cogió con mucha fuerza por la nuca y le hizo daño. El niño estaba realmente asustado".
Varias personas de su mismo club decidieron intervenir. Suavizaron la situación. Al día siguiente, el capitán del equipo, que además es uno de sus entrenadores, se dirigió al padre para ordenarle que no apareciese por la pista mientras jugara su hijo (esta información ha sido corroborada por el propio capitán). El padre no pudo presenciar el partido.
Para el padre -de quien no vamos a desvelar la identidad por respeto hacia él y hacia su hijo-, no obstante, aquellas son situaciones propias de la tensión del momento y carecen de importancia. "Nunca he pegado a mi hijo", afirma. "Le he presionado psicológicamente, eso sí. Pero también le he abierto todos los caminos para que pueda triunfar. Pocos padres son tan responsables como yo. Pero sé que si a los 20 años no es nada en el tenis y ha dejado sus estudios, no tendrá dónde poder meterse". La carrera tenística del niño parece bien encaminada. Durante el verano mantuvo una línea de regularidad en los torneos infantiles: jugó cuatro semifinales y ganó incluso un torneo. Pero no ha sido seleccionado para los equipos infantiles españoles ni para formar parte de la escuela de la Federación Catalana.
La explicación del padre prosigue: "Yo quiero a mi hijo más que nadie; le quiero a morir. Pocos padres ayudan tanto a sus hijos como yo, ni gastan un porcentaje tan elevado de sus ingresos en ellos. Mi hijo me adora [se le nublan los ojos]. Me exige que le haga informes de sus rivales, que le ayude a preparar los exámenes del colegio. Hay muchas cosas que sus entrenadores no saben de él; por tanto, puedo ayudarle más que ellos en los partidos. Su madre es más dura que yo. A veces me dice que soy demasiado blando. Lo más importante siguen siendo sus estudios, pero mientras él decida seguir en el tenis quiero que dé lo mejor de sí. Para él cada partido debe ser una final".
La pasión que el padre pone en su exposición es admirable. Sin embargo, algunos testigos aseguran que la actitud hacia su hijo no se ha modificado. Recientemente, le amenazó con dejarle en un club cercano a Barcelona si perdía una final. "Tenemos un pacto", concluye el padre. "Yo le seguiré abriendo todos los caminos y le ayudaré, pero él debe responderme". La obsesión del padre por el hijo parece incluso excesiva. Confiesa que le controla desde que se levanta hasta que se va a la cama.
Muchos entrenadores y varios psicólogos sostienen que esa es una actitud perjudicial para el niño en la mayoría de los casos. Otros padres mantienen unos puntos de vista coincidentes. Marisa Vicario y Emilio Sánchez, progenitores de la dinastía más famosa del tenis español, son contundentes. "Nunca hay que presionar, ni mucho menos pegar a los hijos", dicen. "Lo único que siempre hemos pretendido es que hicieran las cosas bien. Y les dejamos muy claro que todo lo que ganaran sería para ellos. Nuestra opinión [coinciden ambos] es que la violencia flisica o psicológica es siempre mala. Porque a la larga el niño que la sufra se rebelará contra su padre y abandonará el tenis".
Sin embargo, desde que montañas de dinero han marcado la orografía del tenis, fa tendencia a la violencia ha crecido. Antes era dificil ver escenas como la relatada. Ahora, todo ha cambiado, todo se ha profesionalizado. Y algunos padres ya no hablan de afición, de practicar un deporte, de jugar. Hablan de dinero, de hacer negocio, de ganar todos los partidos. Es la nueva dinámica en que se hallan metidos, niños, padres, escuelas de tenis y circuitos. Y salir de ahí bien parado no resulta nada fácil.
Pierce y Capriati, dos casos flagrantes
La francesa Mary Pierce y la norteamericana Jennifer Capriati, de 19 y 18 años, respectivamente, son dos casos evidentes de las consecuencias a las que puede llevar la violencia de los padres.A pesar de su juventud, las dos han sufrido desequilibrios emocionales, y una de ellas, Capriati, incluso decidió dejar el tenis hace aproximadamente un año, cuando estaba en el restringido grupo de las 10 primeras del mundo y mantenía una proyección espectacular.
El caso de Mary Pierce estalló primero. En junio del año pasado en el torneo de Roland Garros, el padre de la tenista, Jim Pierce, fue sancionado por la WTA con no poder asistir a ninguno de sus torneos.
Pierce había estado amenazando a su hija, hasta el punto de que ésta tuvo que contratar a un guardaespaldas para protegerse. Las agresiones que a lo largo de su carrera deportiva había sufrido Mary no eran simplemente psicológicas, sino también físicas. Se sentía amenazada.
A Capriati, en cambio, nunca llegaron a pegarle. Pero la presionaron tanto, utilizaron con ella tanta violencia psicológica, que no pudo resistirlo.
Jennifer quería ser simplemente una chica normal y acudir a la escuela. Pero cuando tenía 13 años había firmado contratos por cinco millones de dólares. Y su rebeldía la llevó a cometer un delito -robar en unos almacenes- y a la droga. Ahora se está rehabilitando.
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