Escalada peligrosa
LOS BALCANES son una región en la que las tensiones nacionales y entre Estados deben tomarse especial mente en serio. Esto ya lo saben incluso aquellos que sonreían cuando se les auguraba una guerra en Yugoslavia y aseguraban que esto ya no era posible. En el último año ha habido un proceso de degradación política y diplomática en la zona sur de la región, tan ignorado en gran parte de Europa como portador de malos augurios para los europeos. Grecia, tentada desde hace años por las peores tradiciones balcánicas, ya ha demostrado en su conflicto con Macedonia que cada vez se atiene menos a los códigos de actuación de la Unión Europea en el umbral del siglo XXI y más a los viejos reflejos xenófobos que alimentan la espiral de enfrentamiento entre irredentismos nacionales. Ahora ha lanzado su peculiar cruzada contra Albania, con la que mantiene unas relaciones de conflicto latente tan antiguo como ambos Estados, que se traduce en cruce de acusaciones, expulsiones o malos tratos a poblaciones 'alógenas en ambos países.El nacionalismo griego siempre reivindicó el Epiro norte como tierra griega. Esto no sería sino un episodio más de la sinrazón de esta región, compartida por lo general por casi todos los países y grupos nacionales, si no fuera porque la política oficial de Atenas parece haberse instalado en la lógica balcánica en distintos frentes, principalmente desde las últimas elecciones, que devolvieron el poder al anciano dirigente socialista Andreas Papandreu.
Y en el otro lado de la trinchera está Albania. Casi la mitad de la población albanesa vive fuera de las fronteras de este pequeño y misérrimo país: en la provincia serbia de Kosovo, en Montenegro y en Macedonia. Cuando hace dos años llegó al poder el actual presidente, Safi Berisha, no cesaba de predicar el respeto para las actuales fronteras y para los derechos de las minorías. Este discurso ha dejado de oírse en Albania de un tiempo a esta parte. Tiene, por supuesto, mucho que ver con la lectura balcánica de las conquistas serbias en Croacia y Bosnia. Si los serbios en estos dos Estados pueden obligar -por medio de la guerra- a la comunidad internacional a aceptar que formen sus repúblicas y que éstas acaben uniéndose a Belgrado en la Gran Serbia, ¿cuáles son los argumentos para negarles a los albaneses una Gran Albania cuando su porcentaje de población en Kosovo y Macedonia occidentales muy Superior al de los serbios en todas las zonas por ellos ocupadas?
Por las mismas razones, el Gobierno albanés argumenta que la minoría griega en el sur de Albania se convertirá en quinta columna y pretexto para Grecia: para, en algún momento, hacer reales sus reivindicaciones sobre ese territorio. Mejor forma de evitarlo: reprimir a la minoría pata expulsarla de una manera u otra, tal como han hecho los serbios en Bosnia con métodos más expeditivos.
Los griegos responden utilizando como mercancía de negociación los varios centenares de miles de albaneses que viven ilegalmente en su territorio -y cuyo trabajo constituye una de las principales aportaciones a la riqueza nacional de su país- y bloqueando además una ayuda comunitaria ya aprobada para la reconstrucción de este desdichado país.
Albania y Grecia están jugando con fuego al alimentar sus nacionalismos y el choque entre sus poblaciones. Pero si es grave en el caso de los albaneses, sin cultura política alguna y recién surgidos de un despotismo oscurantista, es una flagrante falta de responsabilidad por parte de un país como Grecia, miembro de la UE y de la OTAN y obligado precisamente a actuar de garante e impulsor de la estabilidad de la zona. Sus socios de la UE deberían recordárselo, en cualquier caso, con mayor energía e insistencia.
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