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Nacionalismo español

Cuando se dice que los nacionalismos catalán y vasco nacieron y se robustecieron como reacción frente a un nacionalismo español unificador y centralizante se incurre en una notable ligereza histórica. Si cualquier afirmación de ese tipo no entrañara siempre una simplificación cabría decir, más bien, lo contrario: fue la debilidad del Estado, su escasez de recursos, su perpetua bancarrota, lo que impidió al nacionalismo liberal español del siglo XIX culminar la tarea unificadora que otros Estados europeos realizaron entonces con éxito sobre una diversidad nacional, cultural y lingüística de tan hondas raíces como la española: la diferente incorporación de los vascos a los Estados nacionales francés o español es buena prueba de ello.En realidad, los nacionalismos catalán y vasco crecieron en la medida en que el nacionalismo español no existía o era débil. El nacionalismo demócrata y progresista ha sido entre nosotros flor de un día, incapaz de construir un Estado, sin héroes a los que presentar ofrendas florales, sin lugares de peregrinación, sin una bandera ante la que caer de hinojos, sin un día que festejar como fiesta nacional. Poco dados a exaltaciones nacionalistas, los demócratas españoles tampoco han sentido el prurito de combatir al nacionalismo catalán y ni siquiera al vasco, por más que en otros tiempos hayan visto reflejado en éste lo peor de la tradición española, mezcla singular de intolerancia y agua bendita.

Tampoco los partidos dinásticos, impotentes testigos del desastre, han sido proclives al entusiasmo nacional. Los con servadores, que dominaron en connivencia con los liberales la escena política durante el decisivo periodo que va de 1875 a 1923, se dejaron impregnar de ese pesimismo antropológico que con tanto cinismo expresó Cánovas cuando definió al español como el que no puede ser otra cosa. Luis Cernuda lo recordaba quizá en el exilio cuando escribía: "Si yo soy español, lo soy / a la manera de aquellos que no pueden / ser otra cosa: y entre todas las cargas / que, al nacer yo, el destino pusiera / sobre mí, ha sido ésa la más dura".

No es propio de los pesimistas lanzar cruzadas y tal vez por eso el lugar que dejaron medio vacío los progresistas y conservadores, lo llenó a rebosar la Iglesia y el Ejército: sólo cuando la política se ha visto dominada por estas instituciones, ha surgido el afán compulsivo de edificar una identidad nacional española sobre un Estado unificador. Pero precisamente por la configuración clerical / militar de tal nacionalismo, es también un error afirmar que ha perseguido con más saña al nacionalista catalán o vasco que al disidente interior: no es verdad que Cataluña y Euskadi hayan sufrido a manos de ese nacionalismo españolista una represión superior a Andalucía o Aragón, ni siquiera en el ámbito cultural. Puestos a recordar culturas devastadas, la madrileña del primer tercio de siglo sufrió con el ya hemos pasado" un exterminio sin precedente en nuestra historia cultural. La pérdida de novelistas, poetas, médicos, profesores, periodistas, abogados, arquitectos, ingenieros, científicos, que trabajaban en Madrid fue sencillamente atroz. De manera que los nacionalistas catalanes y vascos, a quienes nadie impide ni niega que puedan sentirse y ser una nación, no tienen una cuenta especial que saldar con el nacionalismo español. En esta historia no hay víctimas privilegiadas: a los nacionalistas catalanes y vascos les ha ido en ella tan bien o tan mal como a los demócratas o a los rojos españoles, ni más ni menos.

Y si eso ha sido así en el pasado, no hay razón para pensar que pueda ser de otro modo en el futuro. Por eso, los nacionalistas que ostentan responsabilidades de Estado deberían entender la desazón, más que la ira, el desaliento, ya que no la irritación, que a muchos demócratas españoles les produce su permanente discusión de nuestro común marco constitucional. Lealtad a la Constitución ¿es mucho pedirla a quienes gobiernan en su nombre?

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