La impotencia de un líder y el campeón
El forcejeo del Español no rompió la defensa de Barça en un partido de fútbol pobre
Un miserable empate a cero zanjó un derby muy hinchado. El resultado dice muy poco en favor tanto del líder como del campeón. Uno y otro fueron impotentes sobre una hierba rasurada por los gusanos. El Barça resultó un equipo timorato. Jugó como si hubiera un partido de vuelta. El empate fue una bendición para el grupo de Cruyff. Dada su naturaleza fecunda, no se explica su esterilidad actual. Más argumentos tiene el Español a su favor para explicar cómo se pasa de una media de cuatro goles por partido a cero. Dirá, y nadie les replicará, que les castró un árbitro que, por más señas, vistió durante medio tiempo los mismos colores de la zamarra culé.No defraudó el Español. Es un equipo en ascenso. Tiene el rostro de Clint Eastwood. Es duro de pelar. Juega como grita Camacho, y el técnico fue un futbolista de corte duro y rudo. Trabajó ayer como un condenado. El Barcelona, en cambio, va con la palma de las manos puesta sobre los bolsillos como si hubiera perdido algo. Habla de recuperar a cada paso. Recuperar el juego, el balón, el ritmo, la agresividad, la velocidad, la posición, el crédito, el automatismo, la confianza. Le han robado el carnet de identidad y ayer fue incluso cuestionable su alcaldía futbolística en Barcelona.
La agresividad blanquiazul contrasta con la candidez azulgrana. Es hoy el Barça un equipo manso. No ha perdido ese espíritu rebelde que aflora cuando el sepulturero le toma las medidas para el ataúd. Pero divaga. Es un colectivo aún ambiguo y dudoso. Se deja. Le atenaza una obsesión desde el arranque del ejercicio: negociar un resultado positivo para ganar tiempo y rearmarse. La carga que para el Barça llevaba la contienda -todos los números le dejaban tan malparado que incluso su victoria se cotizaba más que la derrota- le hizo dar por bueno un 0-0, un resultado que no debería entrar en el manual del Profeta del gol. Cruyff, sin embargó, presumirá de que jamás ha perdido en Sarriá, y el orgullo tiene mucho valor en los derbies.
Cruyff puso en escena un equipo desnudo de cintura para abajo. Privado de la carrera de Stoichkov y el arrastre de Romario, el Barça se agarró a la presencia de Hagi y al zapatazo de Koeman. No tenía el equipo en el campo un solo delantero capaz de intimidar con el apellido. La alineación estaba plagada de jornaleros que van con el mono puesto. Hasta los dos zagueros que juegan con la mirada al frente (Abelardo y Sergi) se quedaron en el banquillo. No había tiempo para los dibujos animados. Había que fajarse en defensa y darle la bola a Hagi para que se jugara la vida.
El rumano no eludió la responsabilidad. Bajó, tocó, y remató -el suyo fue prácticamente el único disparo a puerta de los forasteros-, y ofreció al respetable tres mano a mano con Artega, por el flanco izquierdo de la defensa local, que reivindicaron su cartel de Maradona de los Cárpatos al tiempo que ponía de vuelta y media al improvisado lateral blanquiazul. No hubo más.
El partido fue un monólogo de los zapadores de Camacho. El Español sacó del campo al Barcelona desde la salida. Los periquitos pusieron su nido en el área culé. La presión que ejerció el conjunto españolista desde la divisoria le garantizó un buen robo de balón. No salía de su área el Barça. Llegó así un gol anulado por una de esas faltas que jamas se pitan y nadie protesta; un remate de Radu que se escapó por un dedo; y el constante serpentear de Lardín.
Tuvo suerte entonces el colectivo de reencontrarse con Ferrer. El Chapi recuperó su chispa y aguantó la estampida local el tiempo sufiente para que Guardiola entrara en acción. El medio centro consiguió calmar algo el choque, y apagó el incendio que originó el árbitro en la grada. El partido se, enfrió, y el grupo de Cruyff pudo levantar la cabeza. No culminó ni una sola transición, puesto que el cuero sigue quemándole, pero retiró al grupo local hacia su campo. El balón dejó de salir de cada mata como un conejo.
Camacho intentó remover la contienda sacando a Lluís para presionar a la zaga azulgrana desde su cueva. La pelota volvió a poder del Español, y el encuentro recuperó el ritmo atropellado de partida. No duró mucho. Tenía el Barça el freno de mano puesto y no había quien le arrancara de la medular. El choque fue muriéndose de forma lamentable, salpicado por las sustituciones, y el humo de las hinchadas fue apagándose. Triste final.
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