El Madrid pasa un mal trago
El conjunto de Valdano ganó al Sporting de Lisboa, pero se desplomó en la segunda parte
SANTIAGO SEGUROLA Cuando llega la hora de Europa, el Madrid juega contra la historia. Ahora y siempre, será -el club que lleva el legado de Di Stéfano y todo lo que significó aquel equipo irrepetible. Ellos dejaron para la posteridad la divisa del Madrid: "El respeto se gana en España; la leyenda se forja en Europa". El peso de la herencia ha alentado y ha oprimido al equipo, según las épocas. Pero algo no ha variado: el Madrid se mide con el pasado y con su mito. La exigencia del compromiso gravitó en la presentación madridista en la Copa de la UEFA. Hubo excitación y buenas intenciones, pero el trago fue muy duro para el equipo de Valdano. El juego, que comenzó prometedor, cayó al abismo en la segunda parte. Se salvó el Madrid por la excepcional noche de sus defensas, pero detrás de la victoria quedaron demasiados motivos para la sospecha.
El Sporting tenía todo el aspecto de los adversarios complicados. No pertenece a la realeza del fútbol, pero su cartel es suficiente y sus raíces son muy sólidas. Como a cualquier equipo portugués, se le supone oficio, manejo y carácter. Tuvo todo eso. Además su fútbol está alimentado por buenos jugadores, dotados para tocar la pelota y armar jugadas con rapidez. Algunos son excelentes, como ese chico, Figo, capaz de desbaratar a cualquier defensa. Reunidas todas sus cualidades, el Sporting fue lo que se sospechaba: un equipo capaz de poner en graves aprietos al Madrid.
El partido siguió una curva muy precisa. El Madrid salió excitado, como podía esperarse. Valdano, siempre atento a las cuestiones de la historia, quería levantar el vuelo de un equipo que ha fracasado reiteradamente en su asignatura europea. El gol de Martín Vázquez vino a expresar ese estado de energía general. El juego sufría de impaciencia, pero el Madrid tenía el poder en el campo. El Sporting se había echado a las barricadas, con Peixe atento a Laudrup y el resto metido en trabajos defensivos. Aunque había un aire precipitado en los jugadores madridistas, la recuperación del balón era instantánea. Por ahí llegó el gol. Se produjo después de una jugada de apariencia intrascendente. El balón se escurre hacia el banderín después de una centro de la derecha. Lo recoge Sa Pinto con el miedo en el cuerpo. Laudrup se da cuenta y lo aprieta contra la esquina, sin meter el pie. Lo apura hasta que el portugués se saca como puede la pelota. El despeje, muy deficiente, queda para Luis Enrique, -que cede a Martín Vázquez. Un amague, la diagonal y el remate cruzado. Gol.
Desde ahí, el partido entró en un estado de indefinición. El Madrid quiso poner gas a su juego, pero no lo consiguió. Había partes del equipo que funcionaban perfectamente. La defensa jugaba con inteligencia y decisión. Y en el centro del campo aparecía el mejor Milla posible. Parecía el menos afectado por la excitación: sacaba el balón con pulcritud, solucionaba algunos problemas tácticos y recuperaba la pelota con una facilidad extraordinaria. De medio campo hacia arriba, su presencia era mucho más leve. Pero eso forma parte del equipaje de Milla como jugador. Los problemas estaban en otros lados. Michel nunca pudo abrir una vía de agua por la banda derecha. En la izquierda, Luis Enrique participó poco en el juego de ataque y Martín Vázquez perdió chispa después de un arranque espléndido.
El Sporting creció un poco, pero no sacó todo su repertorio hasta la segunda parte. Se sentía inseguro, respetuoso con el Madrid, que llegó a tener algunos momentos soberbios. Lo mejor fue un rondo magistral en los últimos minutos de la primera parte, con todos los madridistas al toque. La pelota iba y venía entre los hipnotizados portugueses, hasta que se abrió el boquete y apareció Laudrup para entregar el pase definitivo a Zamorano, que cayó derribado por el portero. Pero el árbitro se aconsejó por el linier y sancionó la acción como fuera de juego. Fue una manera, de manchar la jugada del partido.
El segundo tiempo observó el desplome madridista. El cambio de Amavisca por Michel no tuvo ningún efecto. Las dificultades las ponían ahora los portugueses, que habían adelantado su línea defensiva y reinaban en el centro del campo. El Madrid se quedó sin la pelota. Literalmente. No la volvió a tomar en el resto del partido, a pesar de los esfuerzos de Sandro en el último cuarto de hora. Milla tuvo que correr para achicar el agua, Martín Vázquez acabó varado en la banda derecha, Amavisca se vio superado por los acontecimientos y Laudrup escogió mal. Quiso convertir en gol cada uno de sus pases. No lo consiguió y además porporcionó al Sporting la posibilidad de montar una hilera de contragolpes, casi todos dirigidos por Figo, un jugador de primera.
Las oportunidades del Sporting se sucedieron. Hubo remates al palo y llegadas fulminantes. El empate se anunciaba en cada contra, pero no se concretó. Una vez más, Sanchis, que vive días felices, dirigió las operaciones defensivas con criterio y altura. Fue difícil porque el Sporting jugaba con enorme superioridad en el centro del campo y alcanzaba el área con tres o cuatro Jugadores. Para el Madrid fueron momentos de sufrimiento y decepción. En el mismo partido había pasado del poderío a la pobreza, hasta mirarse en el mismo espejo de los últimos años: un equipo desbordado por el rival y por la exigencia de la historia.
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