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El Madrid es una fiesta

Los madridistas desarbolan al Sevilla en su debú liguero

Santiago Segurola

El Madrid se dio un homenaje en el viejo Nervión. Llegó a Sevilla y continuó el programa de festejos que inauguró frente al Palmeiras. Ahora mismo vive en estado de gracia, como si estuviera alumbrado por los dioses. Quizá, pero también hay una explicación más mundana, más apegada al suelo.El fútbol del Madrid irrumpe de la reunión de un grupo de grandes jugadores, dotados mayoritariamente para todas las artes que puedan verse en un estadio. Por aquí hay destreza, por allá fantasía y la intuición, y también la contundencia. Sin embargo, todo esa materia magnífica ha permanecido en estado de hibernación, sometidos sus mejores fútbolistas a un descrédito brutal. Primero recibieron mensajes confusos, luego sufrieron la herida de las primeras derrotas graves y por fin cayeron en un proceso destructivo que afectó por igual a su deseo por el juego y a su autoestima. Los sucesivos entrenadores tuvieron un efecto nocivo. Estuvieron más atentos a proclamar los defectos que las cualidades de sus futbolistas, y todos estuvieron presos de la vanidad: quisieron estar por encima del equipo.

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El gol del calentamiento

La impresión es que se ha producido un cambio de escenario en el Madrid. Frente a las grandes teorías hay que decir que el retrato del equipo es practicamente el mismo que los anteriores. El Madrid que debutó en la Liga sólo presentaba dos novedades: Quique y Laudrup, sucesor de Hagi y Prosinecki, futbolistas de renombre. Y sin embargo, todo parece diferente. Los mismos futbolistas desacreditados -Michel, Sanchis, Martín Vázquez, Milla- son un año más viejos, pero han recuperado su esplendor. Bastante de su renacimiento para el fútbol tiene que ver con la recuperación de la estima. Hay un hombre, Valdano, que les ha dicho que tienen un talento inmenso y que deben agotarlo por encima del miedo y las críticas. Y también les ha dicho que el fútbol pertenece a los jugadores y nunca a los pizarristas.

La liberación volvió a apreciarse en Sevilla, una plaza siempre difícil para los madridistas. Por el camino quedaron varios asuntos para los estadísticas. El Madrid sacó del centro y devolvió la pelota al Sevilla quince segundos después. En medio estaba el gol más rápido que se recuerda en España. El toque atrás, Milla hacia Quique, la pelota a Michel, que dibuja un pase que recorre de manera perfecta el callejón del ocho, donde aparece Zamorano como un trueno para matar con un pelotazo. Ahí comenzó la fiesta madridista.

El Sevilla, que había salido con la obsesión de presionar, tuvo que hacer un cambio de papeles. Tenía que jugar. Y no pudo. Cayó noqueado, tumbado en cada jugada madridista, enredado en la tela de pases que tejió una y otra vez el Madrid. Llegó inmediatameente el segundo gol, que sirvió para confirmar que Zamorano ha encontrado una mina en Laudrup. En el vértice del diamante, Laudrup es una bendición para el fútbol. Y un ganador. Te raja con un pie de seda. Es la peor muerte posible, porque encima se gana la admiración del vencido.

Desde el segundo gol, el Madrid interpretó un monólogo que tuvo momentos brillantísimos. Volvieron a disfrutar del fútbol sus jugadores, una sensación perdida en el erial de los últimos años. Vean a Martín Vázquez, un alma en pena desde su regreso, que ha recuperado la vitalidad, la alegría, el desenfado que siempre le caracterizaron. En Sevilla dejó dos muestras asombrosas de fantasía y precisión. En la primera, enganchó la pelota en el medio campo, se quitó a un rival con una pisada de balón, siguió con un reverso de bailarín y tiró el pase corrido a Zamorano, que entregó a Amavisca, atropellado por los defensores sevillistas. Fue el primer penalti. Falló Laudrup y Martín Vázquez no quedó satisfecho. Una nueva invención del interior madridista produjo el segundo penalti y al cuarto gol madridista. La rotundidad del Madrid invitaba a un elogio global, pero detrás de la puesta en escena aparecían algunos jugadores que tuvieron una noche colosal como Quique y Milla.

Lo mejor de este Madrid está por encima de las cifras. Hay que buscar por debajo de la epidermis. Allí se encuentra. la sutileza, el ingenio y el deseo de reivindicación que exigen sus futbolistas.

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