México, en la encrucijada
SEALTIEL ALATRISTEMéxico está en la encrucijada de su historia, frente a las elecciones más competidas de los últimos 50 años. En realidad, más competidas quiere decir que, por primera vez, el Partido Revolucionario Institucional (PRI), que ha gobernado el país por más de sesenta años, tendrá que reconocer su derrota o aceptar un triunfo no mayoritario de su candidato actual, Ernesto Zedillo. Lo verdaderamente inédito no es que el PRI pierda o no obtenga mayoría (muchos sospechamos que en el pasado esto ha sucedido varias veces), sino que lo tenga que aceptar. Esta situación implica muchas más cosas de las que a primera vista pudieran derivarse: no es sólo la derrota de un partido, sino un cambio profundo en la sociedad mexicana.
Un análisis somero de la historia reciente de México podría mostrar que el PRI, más que un partido, fue una suerte de institución, a partir de la cual se pudo encontrar estabilidad política. Plutarco Elías Calles fundó el Partido Nacional Revolucionario (PNR), antecedente directo del actual PRI, para que los caudillos emanados de la revolución mexicana encontraran una vía distinta a la asonada para acceder al poder. En el rejuego del partido, había un presidente que gobernaba durante seis anos, casi despóticamente, y al final del periodo elegía a un sucesor que arribaba al poder por otros seis años, al final de los cuales elegiría nuevamente un sucesor, etcétera. Calles, para decirlo con una metáfora olímpica, organizó una carrera de relevos entre los caudillos, que se iban entregando los unos a los otros la estafeta del poder. Claro que había un solo elegido, un ungido mayor, al que toda la corte rendía obediencia, pero todos estos cortesanos, por su misma obediencia, se hacían merecedores de un puesto en el aparato burocrático: desde una secretaría de Estado hasta una dirección administrativa, pasando por diputaciones, sindicatos o gobernaturas. Esta costumbre ha tenido su mejor expresión en dos eslóganes de los políticos mexicanos: "Vivir fuera del presupuesto es vivir en el error" y "No quiero que me den, sino que me pongan donde hay
El PRI ha tenido, obviamente, el consentimiento de la sociedad. El mexicano medio, hay que aclararlo, admiraba al político que "ejercía su derecho de tanto" sobre el presupuesto estatal, no porque le pareciera bien su actitud, sino porque en algún momento futuro, gracias a los azares del destino (o a una amistad fortuita), podría estar colocado, como él, ahí, "donde hay". Una de las revelaciones políticas de mi infancia sucedió el día que llegó a mi casa un gran arcón navideño. Un tío, homónimo de mi padre, acababa de ser nombrado subsecretario en algún ministerio, y un amigo de él, queriendo quedar bien, envió el regalo a mi casa, confundiendo a mi padre con mi importante tío. La revelación vino cuando mi madre sacó la tarjeta del arcón: "Espero que recuerdes los felices años que pasamos en la primaria, estudiando en el mismo pupitre". Papá soltó una carcajada y dijo:
"Este baboso cree que mi primo le va a dar una chamba nomás porque alguna vez se sentaron juntos en la escuela". La vida me ha enseñado que no solamente aquel señor tenía esa llamémosle fe en la amistad, sino que el 90% de los mexicanos piensan que si conocen a un político mexicano, aunque sea de lejecitos, tienen oportunidad de hincarle el diente al presupuesto. Este sentimiento ha dado origen a una subinstitución priística: el compadrazgo político, que ha sido una de las armas centrales del PRI para permanecer hegemónicamente en el poder durante tantos años.
No quiero ser maniqueo, pero puedo afirmar que la sociedad mexicana ha sido ingenua, consentidora y corruptible. Por las razones que se quieran, pero lo ha sido. El mejor ejemplo lo tuvimos en el año 1976, cuando el candidato del PRI, José López Portillo, se. presentó a las elecciones sin oposiciones, y muchos fuimos a votarlo. ¿Para qué tener oposición si todos queríamos que ganara el PRI? El sexenio que siguió fue, si no el más corrupto, sí el más impune y el más delirante. Ante el auge petrolero, por ejemplo, el presidente nos advirtió que debíamos prepararnos para administrar la abundancia. Dos años después estábamos en bancarrota, y los acreedores extranjeros no veían cómo cobrar la enorme deuda externa que habíamos acumulado.
Doce años de cruel realidad parecen habernos mostrado el lado oscuro que construimos en nuestra historia reciente. El suculento pastel que el PRI había venido prometiendo se ranció en un santiamén, y una buena parte de la población se intoxicó con él: inflación, desempleo, corrupción incontrolable, proliferación del narcotráfico, inseguridad social, aumento de la migración a Estados Unidos, guerrilla en Chiapas, asesinatos políticos, han sido parte de los síntomas de una enfermedad que tal vez hoy tenga un nombre: consentimiento de la impunidad política, esperanza de beneficiarse de la corrupción. Su gestor fue el Gobierno, pero su aval fue la sociedad entera.
Con todo, hay que reconocer que los Gobiernos priistas de los últimos dos sexenios han podido resolver los males mayores que nos dejó la euforia petrolera y la impunidad lopezportillista. Hay que reconocer, también, que la mayor parte de la sociedad civil no quiere volver al pasado. Es una sociedad convaleciente que teme a las causas que la enfermaron tan gravemente. Aun los que en las próximas elecciones volverán a votar por el PRI no quieren un PRI a la usanza antigua. Esta decisión de la sociedad, este no querer que se repitan los excesos del pasado, esta falta de consenso con el PRI, es lo que nos ha puesto frente a la encrucijada de nuestra historia. México quiere ser distinto, moderno, democrático, pero ¿aceptarán los viejos priistas que surja un nuevo México?, ¿aceptarán un triunfo que no sea por mayoría, o sea, reconocerán que, aunque tengan más votos que cualquier otro partido, gobernarán a un país no priista, que no estará dispuesto a avalar su política del "póngame donde hay"?, o aún más, ¿aceptarán pacíficamente dejar el poder si lo pierden? Tan esta situación es difícil que hace unas semanas el presidente Salinas necesitó, o se vio forzado, a hacer una declaración extraordinaria: "Entregaré el poder a quien gane las próximas elecciones". Por lo contundente de la afirmación debemos admitir que en el pasado sí se entregó el poder, pero no necesariamente a quien lo ganó; podemos suponer también que la declaración tenía toda la ambigüedad de las frases de los políticos mexicanos e iba dirigida a muchos sectores: ¿se hizo para que la sociedad confiara en la transparencia electoral?, ¿estaba dirigida a algún grupo que no quiere que el poder se entregue a quien resulte triunfador, sino a quien ellos han elegido? Arriesgar cualquier respuesta sería ignorar la forma como se ha llevado a cabo la larga carrera de relevos nacionales. Sólo nos queda -¡míseros de nosotros!, ¡ay, infelices! (como diría Segismundo en La vida es sueño)- la alternativa de elaborar hipótesis para esclarecer el futuro y tener confianza en que predominará la cordura política.
Las perspectivas son inciertas, y los signos de intranquilidad, muchos. Las encuestas, por ejemplo, dan un triunfo al PRI o al PAN -el principal partido de oposición-, con un 40% de los votos respectivamente, pero no sabemos quién está truqueando la información. El PRD -el otro partido de la oposición, emanado de la vieja izquierda y de disidentes priistas-, anuncia que organizará una gran movilización social al día siguiente de las elecciones. Los prústas de viejo cuño, los llamados dinosaurios, están más aguerridos que nunca y parecen buscar los medios que les garanticen sus viejos privilegios: quieren modificar el código electoral para hacer más leve la pena por los delitos que se les pudieran demostrar en las próximas elecciones, y un grupo de senadores está tratando de descongelar una ley que les permita nombrar, en un caso extremo, un presidente interino. Surgen organizaciones ciudadanas por todos lados que exigen transparencia en las elecciones y se proponen como observadores e interlocutores de las fuerzas en conflicto. La guerrilla chiapaneca anuncia una convención democrática por la paz, pero promete defenderse, con. las armas, frente a un posible fraude electoral. Todos llaman a la paz, pero muchas de sus declaraciones tienen un germen de violencia.
Con todo, la lucha mayor se dará entre el viejo y el nuevo México, entre los que creen que se puede. seguir viviendo al amparo de las impunidades del partido en el Gobierno -y los que creemos que la sociedad ha madurado y merece otras opciones. México va a definir cómo terminará el siglo e ingresará al siguiente milenio. Nos jugamos, lo digo sin eufemismos, nuestro acceso a la modernidad: está en juego el ejercicio civilizado de la sociedad, el ejercicio civilizado del poder, el respeto a la disidencia y el derecho a pertenecer a la minoría más grande. De todo esto está hecha nuestra transición democrática, y espero que de todo esto no esté hecho el material de nuestros sueños, sino de nuestra realidad.
es escritor y editor mexicano.
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