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Reportaje:

El desmayo de mamá Martínez

Tres hermanos bomberos bajan cada año el cuadro de la Virgen de la Paloma

Ana Alfageme

A doña Lucía se le empezaron a humedecer los ojos cuando su hijo, el bombero Antonio Martínez, subía la escala para bajar el cuadro de la Virgen de la Paloma tras la misa solemne. Para cuando estaba arriba el hombre -un mocetón barbudo, de 35 años- las manos le temblaban tanto que no podía enfocar su cámara de fotos. Y cuando el cuadro empezó, oscilante, a bajar, mecido en las cuerdas de los bomberos, entonces doña Lucía, viuda de bombero y madre de otros tres, se desmayó.Hacía muchos años que doña Lucía -madre, en total de siete hijos, abuela de 14 chavales y bisabuela de seis- no veía el cuadro descendiendo para la procesión, y es que hace muchos años, muchos, era su marido, también bombero, el que cuidaba del cuadro, un anónimo del siglo XVIII. Pero ella enviudó y fueron los tres hijos los que se hicieron bomberos y siguieron con la tradición. Los Martínez copan el desprendimiento del cuadro de la Virgen.

La misa había sido un tormento de sudores de los feligreses, aliñados con abanicos, como un aletear constante de palomas. Sudaban los uniformados de gala, las chulapas, los concejales, y el viejo párroco, don Jesús, convenció a las masas que el mundo tiene hambre material, sí, pero sobre todo hambre de amor.

Era ayer. Estaba la madre del Rey, doña Mercedes, la primera en comulgar, en su silla de ruedas, y el alcalde -terno oscuro y vara de mando-, ya un veterano después de tres años en la misa de la Paloma. En 1992, José María Álvarez del Manzano era tan novato como alcalde como lo era Antonio Martínez en lo de bajar la Virgen.

Doña Lucía se recuperó pronto: la sentaron en la sacristía, la atendió el concejal de Sanidad, Simón Viñals, quien en cuanto vio caer a la mujerona de 66 años acudió raudo a auxiliarla, con su corbata de palomas muy a tono con el acontecimiento.

"Es que no me podía creer que mi hijo pudiera bajar el cuadro", decía doña Lucía, una vez recuperada la conciencia, ya en manos de los chicos del Sarnur (ambulancias municipales). "Le opera ron ese brazo, mire, mire, un clavo que tiene en el codo; es que se cayó, y a mi otro hijo -se refiere a Fernando, de 47 años, cabo de bomberos- le dieron 56 puntos porque se le rompió el talón de Aquíles. Vaya año".

-Hijo, quiero besar a la Virgen -decía la madre al bombero que bajó el cuadro. Ella vive aho ra en Valencia, con una de sus hijas.

-Le he dado dos besos por ti, uno arriba y otro abajo -le respondió Antonio, con la frente perlada de sudor.

-Pero quiero besarla yo -insistía la mujer.

-Ahora es imposible, mamá.

Cuando Antonio no baje a la Virgen lo hará su hermano Norberto, que ayer tenía guardia. Y cuando los tres hermanos dejen de mecer a la Virgen con cuerdas, lo harán sus hijos y los hijos de sus hijos. Así es la tradición.

Y la tradición convirtió la calle de la Paloma en un rincón de casticismo de los que ya no se ven; una mezcla de limonadas; no, limonás; manolas y chulapos bajo balcones peinados de todos los colores, tómbolas chillonas, ven dedores, descuideros y un calor que a todos acoge. Una mezcla que proporciona al visitante un prolongado escalofrío.

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Sobre la firma

Ana Alfageme
Es reportera de El País Semanal. Sus intereses profesionales giran en torno a los derechos sociales, la salud, el feminismo y la cultura. Ha desarrollado su carrera en EL PAÍS, donde ha sido redactora jefa de Madrid, Proyectos Especiales y Redes Sociales. Ejerció como médica antes de ingresar en el Máster de Periodismo de la UAM y EL PAÍS.

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