Tú a Zaragoza y yo a Damasco
-¿Y por qué yo a Zaragoza y usted a Damasco?Biscuter había aupado su personalidad desde que en el verano de 1992, mientras Carvalho atendía el caso de Sabotaje olímpico, siguió un curso sobre sopas en una escuela de alta cocina en París. La indefinida edad reflejada en sus facciones de fetillo le permitía trasmitirle a Carvalho la mala conciencia por la subalternidad de ayudante tan espabilado como infrautilizado.
-Cuando yo empecé, todos los casos me salían en Hospitalet o por ahí, Biscuter. Tú empiezas por la capital de una comunidad autónoma.
-Y usted por una de las ciudades míticas de la historia.
-Damasco ya no es lo que era.
Escogió Biscuter, resignado, el autocar como medio de transporte porque proyectaban Risky business y Los Monegros eran de mejor pasar con Rebecca de Mournay en la pantalla, miniatura rubita que formaba parte de sus sueños eróticos, noticia que Carvalho restó del inmenso, casi total, desconocimiento que tenía de la trastienda de su ayudante. Silbó Biscuter cuando Calvalho le dio 200.000 pesetas para hoteles, dietas... y otras infraestructuras, porque nunca había tenido tanto dinero en la mano. Fijaron un sistema de comunicaciones para cuando el uno estuviera en Damasco y el otro en Zaragoza, y le emocionó que el jefe le acompañara hasta el pie del autocar en la plaza de la Universidad. Una furtiva lágrima se deslizó sobre la mejillita derecha de Biscuter cuando Calvalho le hizo un leve gesto de salutación en el momento en que arrancaba el autocar.
-Me gusta que vengan a despedirme -comentó Biscuter a su compañera de asiento.
-¿Viaja usted mucho?
-París... Zaragoza... Es el no parar.
En la película salían un Tom Cruisse jovencísimo y una casi adolescente Rebecca. Era una gilipollez bien contada y, sobre todo, allí estaba la nínfula de ancas breves y pechitos de artesanía. En cambio, la mujer que viajaba a su lado era joven, pero rotunda como una samoyeda rubia.
-¿De vuelta a casa?
-No. Soy polaca y estoy haciendo un trabajo sobre chimeneas europeas. Ya tengo censadas las de Cataluña y ahora me voy a por las de Aragón: Echo, en Huesca; Castieflo, en Jaca; Bergua, Buesa, Biescas, Santa Cruz de Serós, Allué, Linás de Broto... Las chimeneas de Huesca son de lo mejor que hay en su género.
Anochecía cuando llegaron a Zaragoza, y a la polaca se le había subido el acento parecido al del Papa a medida que sepultaba a Biscuter bajo los cascotes de las chimeneas peculiares del Alto Aragón. Consiguió escapar Biscuter y, según el plano de Ferrer que le había traspasado Carvalho, fue a hospedarse en la calle Libertad y pagó una semana por adelantado a un recepcionista cojo, de pata de palo, rareza de atrezo que los mejores cojos españoles habían abandonado desde el Plan de Estabilización de 1959. Instalado en pleno Tubo, decidió hacer vida de barrio y se fue a cenar a Casa Tobajas. Llevaba el libro de Irujo, Mendoza y Macca: Roldán: un botín a la sombra de un tricornio, para inducir a la conversación y se lo puso junto a la olorosa ración de asadura de cordero a la aragonesa, plato que suponía inspiraría confianza al dueño o a los camareros a pesar del acento catalán que se le escapara. Pidió de postre unas tortas de Binéfar y fue entonces cuando guiñó el ojo al camarero y le señaló la ovoide cabeza de Roldán en la portada del libro:
-¿No habrá pasado este tío por aquí?
El camarero tenía prisa y apenas concedió un breve reojo al personaje mostrado. -Quién es ése?
-Roldán, el ex director general de la Guardia Civil.
-Yo a ése lo tengo visto por Zaragoza.
-Fue concejal.
-¡Ah, coño!
¡El Relojero! Este tío tenía un tic y siempre estaba mirando el reloj. ¿Y dice usted que fue director de la Guardia Civil?
¡Qué desinformación!, pensó Biscuter mientras se hurgaba la dentadura con un mondadientes cónico. Pero volvía el camarero, esta vez con la amabilidad condicionada por una propina excesiva para sus méritos y con una curiosidad-real.
-Pues yo a este tío le he visto hace poco... Ni dos días, fíjese usted. Estaba jugando al futbolín en El Plata.
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