El Madrid recupera la fe en el gol postrero
Los de Valdano alcanzan la final del Teresa Herrera con un gol en el último minuto
El Madrid se acercó al suelo. Después del paseo celestial del pasado domingo, aún presente en la memoria de los aficionados, recuperó un fútbol más terrenal. Y descubrió así algunas de las limitaciones que se le sospechaban, la mayoría de ellas en defensa. Los de Valdano, con todo, conservaron su racha de resultados. Más trabajada que en anteriores citas, lograda más por convicción que por belleza, el Madrid sumó otra victoria. Y van cinco.Probó el Madrid un aspecto con el que no se había topado tras su lavado de imagen: ir contra el tanteo. Hasta ahora siempre había jugado con él de cara. Y acusó la novedad. Ya no fue ese equipo que enamoró ante el Feyenoord en cada toque, que encontró cientos de caminos por donde romper al rival, que dibujé ocasiones hasta hartarse, a cuál más bonita, y que puso, en suma, al madridismo al borde del éxtasis.
Tuvo que luchar 70 minutos contra el resultado. Y, aunque no encontró el botón de la magia, no torció la cara. Peleó por el empate hasta conseguirlo, justo al instante de quedarse en superioridad númerica tras la dudosa expulsión de Vierchowod, y peleó después por la victoria. Encontró la recompensa cuando al reloj ya no le quedaban minutos dentro. Fue como en los viejos tiempos: para el Madrid nunca acababa un partido hasta que el árbitro lo diera por finalizado. Siempre podía aparecer el gol. La fe de siempre, en suma, la misma que el equipo había abandonado en los últimos años.
Con el madrugador gol inicial, el partido había quedado al gusto italiano: preparado para el contragolpe. Se echó atrás el Sampdoria, cedió la posesión del balón al Madrid, le obligó a desgastarse en su circulación y sacó los colores a su defensa en las subidas. Los de Valdano, mientras, cargaban con el encuentro, tocaban y tocaban la pelota, pero no disfrutaban. Y claro, tampoco hacían disfrutar.
Para colmo, el Sampdoria cada vez que acertaba a conectar con la pelota, algo que sucedía más o menos cada cinco minutos, metía miedo. La defensa madridista tiraba el achique y como si nada. Por allí entraban los italianos con una facilidad desesperante, sobre todo para Buyo. El Madrid pudo quedar sepultado. Luego, en la segunda parte, corrigió sus errores traseros y el Sampdoria desapareció. Menos en defensa.
La conducción del balón, en cambio, no se arregló. Siguió el Madrid con sus deseos de victoria como principal argumento, pero siguió sin descubrir huecos, sin saber cómo romper a la defensa italiana y, sobre todo, sin la fantasía del pasado domingo. Los toques elegantes, los detalles, aparecían siempre demasiado lejos del área. Más adelante, en el último cuarto del campo, casi todo era atasco. Y cuando no, surgía la patada efectiva italiana al tobillo de turno. El Madrid no tuvo esta vez el fútbol de su lado, pero le bastó querer ganar para lograrlo. Y lo hizo con el cronómetro en el cogote. Como en los viejos tiempos.
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