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Cómo abandonar al perro

Francisco Peregil

Algo habrá hecho un perro para que el amo desee desprenderse de él. Las relaciones, incluso las humanas, tienen un principio y un final, y mantenerlas contra corriente corroe y envilece a las dos partes. Pero nada de dejarlos en la carretera como si nunca se les hubiera visto. Yo no lo haría. Prosinecki tampoco. Uno aprieta el acelerador como si acabara de apuñalar a Marco -el del mono Amedio- cuando encuentra a su madre en Los Andes y quiere abrazarla. Diplomacia. Al perro hay que tratarlo como lo que es, el animal más inteligente. Decirle, más o menos:"Mira Flag, esto ya no es lo que era, seamos sinceros, no levantes así las orejas ni me vengas con gemiditos de esos tiernos, ni me eches la pata en la rodilla como cuando pretendes conseguir algo, ni vayas a montar el número con ladridos porque puedes despertar a los vecinos. Al principio congeniaste bien en casa, y se te acogió como a uno de la familia. Rasgaste algunos sofás, rompiste alguna copa, me indispusiste con algunas visitas, pero bueno, eso es agua pasada y no pretendo echártelo en los hocicos".

"También cuentan los buenos ratos. Sacabas al abuelo a pasear, aunque a él había que convencerle de que te sacaba a ti; cuidabas del pequeño en la calle y me ayudaste, lo reconozco, en las tardes aquellas de insufrible amargura cuando me despidieron de la empresa. Aún me emociono al recordar esos días en que, en vez de corretear con las perritas, porque salido sí que estás un rato, bueno, pues en vez de irte con ellas, te sentabas a mi lado y me parece que casi llorabas de verme así. Nunca dudé de tu inteligencia. Yo creo que a veces, aunque cansado y con sueño, me tendías ,la pata cuando te decía choca esos cinco por no dejarme en mal lugar delante de los amigos. También me consta que nunca me reprochaste mis viajes de negocios. Cuando todos en casa se volvían contra mí por todo el tiempo que pasaba fuera, tú me acercabas el periódico a mi sofá de exilado y lamías mi mano. Casi me hacías sentir a gusto conmigo mismo". "Pero, Flag, siempre he sido un tipo claro, lo sabes. La vida cambia, esta ciudad nos mata a todos cada día de una manera distinta y siempre a traición. Hoy me he dado cuenta de que somos incompatibles. Tú te empeñas en que te saquemos a paseo todos los días, porque si no, te cagas y te meas en el parqué; te pones canijo, canijo, en los huesos, si te llevo a una perrería durante mis vacaciones, y además, insistes en acercarme el periódico, sin saber que eso ya no se lleva, que los perros jóvenes aprenden a traer el teléfono móvil cuando suena. Después vienen las multas. Menos mal que tenemos un alcalde comprensivo que no pone ninguna, pero en teoría me pueden caer hasta 15.000 pesetas si te pescan cagando en la calle. Sí, ya sé, que de eso yo tengo la culpa, que no te enseñé de pequeño a soltar la caquita sólo en los parques y que ahora debería recoger tus excrementos y así nunca me echarían multa, pero, mira, uno no está para hacer de asistenta, ¿verdad? Y para qué engañarte, he descubierto el atractivo de los gatos, mitad salvajes, mitad, mansos. Un tigre pequeñín en casa".

"No, joder, no empiezes a mirarme así; el mundo no se acaba en mi casa. Hay millones de chavales, de solteros y solteras dispuestos a acogerte en su seno. Mira, tú, con disimulo, te quedas aquí ahora en este parque nuevo al que acabamos de llegar y cuando veas a alguien sentado con el aire meláncolico que yo ponía a veces, pues le lames, y ya está. Nueva vida. Uno tarda muchos años en comprenderlo, pero, aunque tu especie sepa lo suyo de amistades, has de creer una cosa: todo el mundo acaba ganando al cambiar de amigos. Bueno, si algún día te veo por ahí, prometo pedirte que me choques esos cinco. Seguro que levantarás la. patita sin rencor. Eres un perro listo. No me sigas, de verdad, Flag, que voy a montar en el coche y cuando arranque te puedo atropellar sin querer".

Así de simple y de complicado. Después, unos se acordarán del perro como quien abandona a una novia embarazada: con poco remordimiento.. Otros, tras los primeros meses de idílica barraganía, continuarán con sus perritos apaciblemente casados, planteándose el divorcio cada verano. Los más, acompañarán a sus perros hasta que mueran, cada vez con más cariño. Y otros muchos nos moriremos cada invierno por tener un perro, pero preferiremos. siempre no tenerlo. Para no saber nunca si seremos capaces de abandonarlo.

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Sobre la firma

Francisco Peregil
Redactor de la sección Internacional. Comenzó en El País en 1989 y ha desempeñado coberturas en países como Venezuela, Haití, Libia, Irak y Afganistán. Ha sido corresponsal en Buenos Aires para Sudamérica y corresponsal para el Magreb. Es autor de las novelas 'Era tan bella', –mención especial del jurado del Premio Nadal en 2000– y 'Manuela'.

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