Katharine Graham: “Siempre habrá espacio para el buen periodismo”
Cuando Katharine Graham asumió la presidencia y la dirección de The Washington Post a la muerte de su marido, en 1963, llegó con intención de gobernar, no sólo de reinar. La rica heredera educada en Madeira School y en la Universidad de Vassar abandonó el hogar para trabajar a tiempo completo. Contrató a Ben Bradley -su mejor decisión- y convirtió The Washington Post en uno de los periódicos más influyentes del mundo. En 1993 dejó los puestos de más responsabilidad en manos de su hijo Donald, pero sigue con un despacho en el edificio de la calle 15 de Washington, donde, a los 77 años, cumple sus funciones como presidenta del comité ejecutivo de The Washington Post Company y copresidenta del International Herald Tribune. Su compañía posee además el semanario Newsweek, varios canales de televisión y un sistema de cable con medio millón de suscriptores.
Pregunta. ¿Se ha sentido usted alguna vez la mujer más poderosa de Estados Unidos?
Respuesta. No. Nunca creo que lo haya sido. Yo he sido más relevante que poderosa. La única razón por lo que la gente decía eso es porque no había otra mujer al frente de una compañía como esta. Hay hombres como Sulzberger, que está al frente de The New York Times, pero nadie dice de él que sea el hombre más poderoso de América.
P. ¿Cree usted que ser presidenta de The Washington Post es más importante que ser presidente de Estados Unidos?
R. ¡Por supuesto que no!
P. Pero usted, su periódico, fue capaz de derrocar un presidente.
R. No, no lo hicimos. Debe tener cuidado cuando dice eso, porque nosotros no lo hicimos. Hubiera sido un error que nosotros hubiéramos derrocado a un presidente. Lo que nuestro periódico hizo, y estoy orgullosa de ello, es mantener la historia viva en los primeros meses, cuando la Administración trataba de silenciarla. Pero lo que deshizo al presidente fue el procedimiento constitucional, los tribunales, el gran jurado y los comités del Congreso. Nosotros cumplimos el papel de la prensa, pero ningún periódico debe derrocar a un presidente; ni puede ni debe.
P. ¿Fue su decisión personal seguir adelante con Watergate?
R. No del todo. Fue mi decisión personal ir adelante con los papeles del Pentágono, que era esencialmente una historia que Robert McNamara había encargado a alguien que escribiera sobre los orígenes y las causas de la guerra de Vietnam, y ellos decían que era información secreta y de seguridad nacional. Ése fue un momento muy delicado para nosotros, porque estábamos en el proceso de convertimos en empresa pública y nuestras acciones estaban aún en manos de casas de inversión, pero no habían sido vendidas. Y teníamos canales de televisión que hubieran sido vulnerables. Yo decidí que debíamos ir adelante. En el caso del Watergate, la historia empezó muy pequeña. Cuando se hizo verdaderamente seria, en octubre de 1972, nuestra reputación y nuestra existencia habrían estado en juego si hubiéramos cometido un error; yo pensé que los reporteros y los editores estaban siendo responsables, y seguí adelante. No encuentro imaginable que yo hubiera bajado a la Redacción para decir: "Por cierto, he decidido que no vamos a dar esta historia".
P. ¿Temió en algún momento, durante el Watergate, que estuvieran publicando una historia equivocada?
R. No. Claro que daba miedo. Si hubiéramos fallado, estaríamos acabados. Sin embargo, estaba convencida de que estábamos, haciendo todo lo posible para ser justos y exactos.
P. ¿Habló personalmente con Richard Nixon en ese período?
R. No.
P. ¿Usted cree que algunos periódicos están tratando ahora de convertir el escándalo Whitewater en un Watergate?
R. No lo creo. Alguna gente lo está exagerando un poco.
P. ¿Cree que el Whitewater es comparable al Watergate?
R. No. Creo que es un asunto menor. Yo creo que el error de la Administración fue el de no revelar totalmente la verdad. Eso es algo que deberían haber aprendido del Watergate.
P. ¿Cree usted que los periódicos se parecen un poco a sus dueños?
R. En alguna medida. El propietario marca el tono y, de una forma genérica, crea la atmósfera, señala los objetivos y escoge a la gente, que maneja el proyecto. Pero, al mismo tiempo, si diriges un buen periódico, tienes que hacerte con los mejores profesionales que puedas encontrar y después darles mucha libertad.
P. La imagen de The Washington Post es la de diario liberal, pero creo que usted es republicana.
R. No, nunca lo he sido. Mi padre lo fue, pero él quería que el Post fuera independiente, y yo quiero que sea independiente. Esa es la tradición. El periódico, en realidad, es centrista. Nosotros, por ejemplo, no pedimos el voto para nadie en las elecciones entre Bush y Dukakis, porque no nos gustaba ninguno de los candidatos. Yo voté por Bush, para ser honesta. Pero muchas otras veces he votado demócrata.
P. ¿No le gusta Clinton?
R. Sí, me gusta. No estoy de acuerdo con todo lo que hace, pero le hemos aprobado más cosas de las que hemos desaprobado.
P. ¿Qué es lo que más le gusta de Clinton?
R. Creo que el hecho de que está tratando de concentrarse en cosas que importan. No estoy de acuerdo con su programa de reforma sanitaria, pero creo que algo tiene que hacerse al respecto, y él ha conseguido que nos concentremos en ello. No ha hecho lo que yo hubiera deseado en política exterior, cambia mucho de idea, pero creo que está aprendiendo.
P. ¿Tiene usted relación personal con los Clinton?
R. Un poco, pero no mucho. Los he encontrado porque vinieron a pasar el último verano al lugar donde nosotros veraneamos, en Martha's Vineyard. Yo he estado dos o tres veces en la Casa Blanca, y ellos han venido a cenar a mi casa un par de veces.
P. ¿Qué opina de Hillary Clinton?
R. Pienso que es increíblemente inteligente y capaz, y que es un nuevo tipo de esposa. Ella ha desarrollado su propia carrera y creo que debería tener una gran influencia, y la tiene. Pero estoy un poco preocupada porque tenga demasiada, porque nadie la ha elegido. Yo no la hubiera puesto al. frente de la reforma sanitaria. Creo que eso es un poco peligroso.
P. ¿Qué cree que es más importante para el dueño de un periódico, hacer un gran producto u obtener beneficios con él?
R. El hecho es que no se puede hacer una cosa sin la otra.
P. ¿Y se puede hacer dinero con un buen periódico?
R. ¡Ah, sí, sí!
P. Pero ¿no cree que muchos editores están más preocupados de los beneficios que de la calidad de sus periódicos?
R. No me parece que eso sea cierto. Al menos, no aquí. Creo que lo que tiene que hacer un editor es dirigir bien su negocio. Nosotros no sólo publicamos noticias políticas, nacionales o locales. Publicamos muchas cosas muy populares. Uno de nuestros poderes es que somos un periódico de masas. Tenemos un 55% de penetración en el mercado, un 70% los domingos. Estamos publicando mucho sobre O. J. Simpson; creemos que a la gente le interesa.
P. ¿Confía usted en la honestidad de la profesión periodística?
R. Yo creo que los buenos periodistas siempre tratan de ser honestos. Creo que hay varios periódicos responsables aquí: The New York Times, The Boston Globe, Los Angeles Times, la cadena Knight-Ridder, The Wall Street Journal.
P. Pero ¿no le parece que ese tipo de periódicos está perdiendo la batalla del futuro frente a la prensa sensacionalista?
R. No. Yo creo que siempre habrá espacio para el buen periodismo. El sensacionalismo también tendrá su lugar, porque la gente se divierte con ellos. La televisión y los medios de comunicación electrónicos, por supuesto, tendrán un mayor papel en el futuro. Pero la prensa tiene un puesto muy importante que ocupar. La prensa escrita es un desafío, pero tengo la confianza de que es esencial para una democracia tener buena prensa escrita, porque cada vez será más necesario explicar bien las cosas. La CNN está muy bien para informar a la gente sobre bases muy superficiales.
P. He leído que estuvo usted en España durante la guerra civil.
R. No; no es verdad. Tengo, eso sí, un recuerdo muy divertido de la muerte de Franco. No quiero decir divertido por la muerte, sino por lo que ocurrió esos días. Estábamos entonces en medio de una huelga que fue muy dura. Si en el proceso normal de elaboración del periódico intervenían 2.000 personas, esos días el diario lo hacíamos 200. Y como Franco estaba agonizando, cada día teníamos, además, que preparar una edición especial para el caso de que muriese. Y Franco nunca se moría. Cada día esperando, esperando, esperando con nuestra edición especial a que Franco muriese. Finalmente se murió y sacamos la edición.
P. ¿Se ha enfadado a veces al leer algo en su periódico?
R. De vez en cuando. Algunas veces atacan a amigos personales y eso molesta. Pero, a menos que creas que están haciendo algo injusto o falso, no dices nada.
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