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El periodismo

El periodismo, paradójicamente, no tiene buena prensa. No sólo por las terribles dentelladas que se lanzan, unas a otras, gentes de esta profesión, sino, más sustancialmente, como decía Beuve-Mery, el inventor de Le Monde, porque "en un mundo donde la profusión de medios de información sólo parece favorecer la pululación del Crror y la mentira, resulta cada día más dificil establecer y manifestar la verdad". Pero esa diversidad de medios es, por otra lado, la única garantía para que los lectores -y, hoy día, el resto de usuarios de los otros medios de comunicación- sepan de verdad lo que pasa a su alrededor. Y como a menudo la realidad es ambigua o equívoca, incluso en la pura descripción de los hechos, un periódico que se precie debe ser un recinto de confluencias donde se oigan las diversas voces y opiniones. Pero si esa absoluta objetividad no es posible -el punto de vista en que se coloca forzosamente el periodista es uno de los ejemplos más nítidos del perspectivismo de la vida humana-, en definitiva, como dijo Juan Luis Cebrián en su librito El tamaño del elefante, "no se trata de. pretender periódicos, radios y televisiones imparciales tanto como periódicos, radios y televisiones honestas. En las que, en todo momento, se sepa quién dice las cosas, por qué y cómo las dice, en las que existan mecanismos que permitan garantizar que la información está al servicio de los usuarios antes que a los intereses" -por legítimos que sean- "de quienes controlan los medios, fueren los Gobiernos, los propietarios, los gerentes o los propios profesionales". Medios que digan la verdad, sin inventarla cuando no está clara. Beuve-Mery añadía que esta verdad había que darla "brutalmente cuando la verdad es brutal, aburridamente cuando es aburrida, tristemente cuando es triste".Quizá exagerase el director del famoso diario francés, pues claro está que esa verificación de los acontecimientos puede y debe hacerse con amenidad, sobre todo en España, donde al lector hay que seducirle para que continúe siéndolo. No cabe en nuestras latitudes aquella pedantería de Mme. Tabouis, que empezó la andadura de su diario L'Oeuvre de Toulouse con este eslogan: "Los imbéciles no leen L'Oeuvre". La seriedad informativa no significa que un periódico haya de ser un repertorio de tristezas. También hay hechos optimistas. Yo apunté una vez, sin ser propiamente periodista, algunas noticias que coincidieron en una misma temporada: 1) El tribunal que juzga a Bokassa -el excéntrico y presunto antropófago que había sido presidente de la República Centroafricana-, después de oír al fiscal y a la defensa, decide retirarse a la selva para deliberar. 2) Un joven americano -Rust- vuela desde Helsinki a la plaza Roja de Moscú sin que se enteraran los sofisticados sistemas de alerta de la URSS. 3) Los delfines del Atlántico muerden el cable submarino de fibra óptica que se está instalando en lugar del tradicional. 4) En los famosos monumentos protohistóricos de Stonenhage, en Inglaterra, un grupo de modernos druidas adora la salida del sol y tuvo rifirrafes con la policía. 5) Estados Unidos exporta a Arabia Saudí grandes cantidades de arena para las fábricas de cemento. Quizá los diarios españoles adolezcan de falta de humor, salvo el abrumador referente a la política, y del que sólo quedarán las espléndidas caricaturas de Mingote y de Peridis, o las más crípticas de Máximo.

El mayor problema de un redactor es que el periódico, a diferencia de la revista y el libro, más extensibles y morosos, tiene que contar la actualidad en un espacio y en un tiempo limitados, sin posibilidad de ampliación ni demora. El periodista, ha dicho un notable profesional francés, es "obrero de lo efímero y cronista del instante", y esa lucha suya contra el espacio y contra el tiempo hace del periodismo un terrible devorador de energías y dificulta que el buen periodista llegue a ser, a. la vez, un gran escritor. Escribir bien requiere tiempo para el ensayo y la enmienda, pausas para la meditación de la palabra, y las horas del redactor no suelen gozar de tal elasticidad. Mi abuelo, José Ortega Munilla,,que tenía grandes dotes para la literatura, fue consciente de cómo su activa labor periodística en El Imparcial le impidió colmar esa otra vocación suya que le hubiera colocado en la historia de nuestra literatura. Y, por poner, otro ejemplo actual, barrunto que la menor asiduidad que me parece percibir en nuestras columnas de mi admirada Rosa Montero se debe a que quiere destinar, mayor parte de su tiempo a la narrativa, para la que dispone de buena pluma y mucho ingenio.

Yo he sido, desde, que comencé, en 1971, a ilusionarme con la idea, el que emprendió este periódico. Pero desde el primer momento vi muy claro que sin buenos periodistas no había periódico y sin empresa tampoco. Como suelo decir, un periódico lo hacen los profesionales de la información, y lo hacen posible unos empresarios capaces, con espíritu a la vez audaz y precavido, que sientan, además, el tema. Por eso insistí, desde los primeros tiempos, cerca de Jesús de Polanco, colega mío en el mundo del libro, para que se uniese a la aventura. Así lo hizo, felizmente, y ha sabido convertirla en una rentable aventura multimedios, ampliando su vocación informativa a la radio y a la televisión.

Cebrián, a pesar de su juventud -30 años-, tenía ya una intensa experiencia profesional. Emilio Romero y Jesús de Ia Serna, dos periodistas tan notables como de tan distinto espectro profesional, habían sido sus maestros, y su rápido paso por la televisión estatal le había enseñado otra cara de la noticia. Estaba, en el momento que le hablé, como redactor jefe de Informaciones, que dirigía La Serna, a quien pedí, naturalmente, su venia para arrancar de su equipo a Cebrián. Su juventud era, para Polanco y para mí, un atractivo y una preocupación. Pero nos decidimos, y Juan Luis Cebrián fue así el gran director del primer periódico independiente que llegaba a la naciente democracia española, sin pasado y con expectación.

Debe agradecernos Cebrián, a Polanco y a mí, que le diésemos completa libertad para elegir los colaboradores que prefiriese, cumpliendo siempre los principios ideológicos que yo había redactado y que luego se incorporaron oficialmente al Estatuto de la Redacción. Fue una Redacción joven y Capacitada, muchos de cuyos miembros pasaron más adelante, por la valía que demostraron aquí, a puestos importantes en otros medios de comunicación. Pero' se formaron en torno suyo y siempre les amparó, cuando tuvieron algún encontronazo con el Gobierno o con la justicia, presentándose siempre como responsable personal de cuanto se publica sin firma en las páginas de su diario.

El periodista no tiene por qué ser un intelectual, pero, si es culto, lleva mucho ganado. Ce

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brián lo era. Es más, como él mismo ha dicho en el libro-citado, "un periódico, una radio, una televisión, son ellos mismos un hecho cultural, forman parte de la definición de la cultura..., son ellos mismos cultura" No he de ocultar que la cultura de los periodistas brilla muchas veces por su ausencia, pero esto es un fenómeno posmoderno y lamentable que afecta a muchas otras profesiones, untes humanistas y menos masificadas. Pero no llego a creer que "esa mezcla delicada de confusión mental y de incultura sea lo que constituye el encanto del periodismo a la moda... y que; éste sea el único oficio que permite escribir sin saber leer". como afirmaba hace algun tiempo, tan malévolamente para sus colegas, el director de Le Figaro Magazine Louis Pauwels.

Cebrián, por el contrario, sensible a la cultura, y a lo que sentía la juventud, supo llevar con su propio estilo este periódico a ocupar rápidamente el liderazgo de la prensa española. Si ahora está en labores ejecutivas, precisamente por su conocimiento profesional, en el complejo grupo de comunicación concebido por Polanco, no olvida, cuando lo requieren los acontecimientos, analizar en sus artículos, con su brillante mirada de periodista cabal, la marcha del mundo. Y el mejor elogio que podemos hacer a sus sucesores es que, en las horas actuales' de extrema competencia de la prensa de nuestro país, siguen sosteniendo ese liderazgo, lo cual levanta ronchas en tanto envidioso o en tanta alma aviesa como anda por ahí capaces -es el caso reciente de Jaime Capmany en una de sus leídas columnas del ilustre, diario Abc- de verter lamentables calumnias hacia el hombre que a sabido llevar a alta mar uno de los grupos de comunicación más importantes de España. Lo cual, por añadidura es el máximo pecado que puede cometer un periodista, a saber, mentir desinformando al lector.

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