La forja de una ilusión
El Madrid de Valdano cierra la estancia suiza con una victoria ante el Basilea
Estaba previsto que fuera el Madrid de las pequeñas sociedades. O sea que el nuevo Real Madrid, el proyecto ilusionante de Jorge Valdano con Laudrup y Redondo como nuevas caras sobre el césped, debería ser un grupo de amigos de la pelota y del césped. De transiciones ligadas desde un centro del campo escasamente recuperador, de finos hilvanes hasta el área. Allí, los bordados. Eso de las pequeñas sociedades, los pases mágicos de Laudrup, temporizador; las paredes con Michel, pegadito a su banda, y Alfonso, veloz en el interior. Todos, dirigidos desde atrás, en plan orquestal por Redondo. Y fue un Madrid de recursos y espacios, casi de contraataque. Por lo menos el equipo que se está forjando y que anoche se enfrentó a un Basilea que ya ha comenzado a disputar la Liga suiza.La batuta trasera, Redondo, el Guardiola que dirigirá al Madrid, se movió cuando tuvo oxígeno, o sea, cuando se sintió acorazado, cuando sentía que su espacio vital estaba fortificado ante la presión suiza. Entonces, sobre todo en los primeros y en los últimos 15 minutos, sí se vio al argentino en plan maestro, dominador de su zona, zancada amplia con imanes en los pies, clarividencia en las decisiones y métronomo en la cabeza para medir el tiempo del partido. Quizás un poco lento, pero eso no era culpa suya, sino de los problemas delante.
Laudrup, por ejemplo, tropezaba con un escollo en sus intenciones de dar el pase definitivo: su espacio se veía invadido no precisamente por los defensas del Basilea sino por la incómoda presencia de Martín Vázquez echándole el aliento pegadito a su izquierda. Entre los dos, las ganas de un Dubovski al que le cuesta desenvolverse en espacios pequeños, pero que se desvivía por ocupar un sitio en el área, la pelea de Alfonso y las llegadas de Michel, el área suiza pareció en el primer tiempo una estación de metro japonesa: imposible desenvolverse, encontrar pasillos para el balón. Así que Redondo, con la pelota atrás, perdía tiempo, o se retrasaba, o jugaba con laterales y centrales esperando que se desatascaran las vías.
La tarea recuperadora era otra traba. La zona presionante de la defensa -adelantamiento de la línea de cuatro para cerrar caminos ante la llegada de los delanteros rivales- es la solución ideada, por lo menos anoche, para solventar la papeleta de las pocas capacidades de sacrificio de los peloteros que pueblan el campo desde la línea central hacia adelante. Cuando se integren Hierro y Luis Enrique probablemente sea otro cantar. Pero ante el Basilea, se vio que hasta para un equipo oscuro la táctica exige un gran dispendio de concentración y velocidad. El Madrid jugó, así, sin colchón de seguridad. El menor error significaba peligro.
Y el Madrid rompió el partido jugando quizás como no desea Valdano. Sin renunciar a la posesión de la pelota -primer mandamiento- pero renunciando al campo, reculando, dejando llegar a los ingenuos suizos para pillarlos al contraataque. Sentando, por ejemplo, a Martín Vázquez, y ofreciendo más posibilidades a Laudrup. Jugando con dos extremos que salían desde atrás, Míchel y Amavisca, y recurriendo al balón colgado. O sea, a la cabeza de Zamorano.
Claro que no eran balones colgados a tontas y a locas. Amavisca, el hombre que ha convencido a valdano en 10 días, tiene una sola idea fija: que la portería está delante y que la línea más corta es la recta; el ex pucelano es vertical y veloz, sabe desbordar y la sabe tocar. Y además, jugaba como en el Valladolid, en situación de inferioridad frente a la defensa, pero con una ventaja, con un buen rematador delante. La jugada del segundo gol resumió todo eso.
Pero el Madrid está aún en la forja del herrero. Cada jugador encontrará su sitio, las mentalidades tácticas irán aflorando y la ilusión podrá seguir creciendo. Y el de ayer no era más que el primer partido un poco serio.
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