_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

'El síndrome del 10 de julio'

El mundo político ruso sufre el síndrome del 10 de julio. Ese día, en Bielorrusia y Ucrania, las dos repúblicas eslavas vecinas, la vieja guardia, copia calcada de la que está en el poder en el Kremlin, sufrió una sangrienta derrota electoral. El acceso al poder de nuevos presidentes en Minsk y Kiev tiende a confirmar que en Europa del Este se está estableciendo una nueva regla: los hombres que están en el poder desde la caída del antiguo régimen no sobreviven a la prueba de unas elecciones poscomunistas. Desde Lituania a Ucrania, pasando por Polonia y Hungría, el escenario se repite. También en Moscú el partido gubernamental perdió las elecciones legislativas de 1993. Pero no se trataba más que de un toque de atención a Borís Yeltsin, cuyo mandato no finaliza hasta junio de 1996. Hoy todo el mundo afila en Rusia las armas teniendo en cuenta esa fecha, lo que añade peso a los acontecimientos que tienen lugar en los países vecinos.El cambio más espectacular ha tenido lugar en Bielorrusia, donde por primera vez se elegía presidente mediante sufragio universal. En esa república de 10 millones de habitantes, Alexandr Lukachenko, un joven diputado de 39 años sin adscripción política, obtuvo el 80,1 % de los sufragios, aplastando al primer ministro,Viatcheslav Kebitch, que contaba con el apoyo de todo el establishment. Lukachenko se dio a conocer en 1991 al votar, casi en solitario; contra los acuerdos firmados por Yeltsin, Kravchuk y Chuchkievitch (entonces jefe de Estado de Bielorrusia) en el pabellón de caza de visones de Bialowiertza mediante. los cuales acabaron precipitadamente con la existencia de la URSS. Posteriormente, como presidente de la comisión parlamentaria anticorrupción, el joven diputado no salvó de sus investigaciones a Chuchkievitch, quien, según él, sé hacía construir villas y facilitaba el enriquecimiento de sus amigos. Derrocado a primeros de año por el Parlamento, el ex presidente contaba con las elecciones presidenciales para restablecer su reputación. En la primera vuelta sólo obtuvo un 8% de los votos y fue eliminado. Lukachenko pronunció una frase lapidaría: "El primero de los visones acaba de ser abatido".

El segundo visón, el ucranio Leonid Kravchuk, se defendió más encarnizadamente. Primero hizo lo imposible para lograr un aplazamiento de las elecciones, pero el nuevo Parlamento, de mayoría nacional-comunista y agraria, hizo fracasar sus maniobras. Con fina táctica, Kravchuk intentó entonces transformar el escrutinio del 10 de julio en un voto plebiscitario sobre la independencia, argumentando que su adversario, Leonid Kutchma, presidente de la Unión de Industriales y Empresarios de Ucrania, era un submarino de los rusos. Para ilustrar su tesis "reveló" que Kutchma no sabía, la lengua del país hasta 1992, en que la aprendió tras ser nombrado, por poco tiempo, primer ministro. No era ni muy elegante ni hábil. La inmensa mayoría de la élite ucrania se ha formado, como Kutchma, en escuelas y universidades de lengua rusa -que continúan funcionando en Ucrania- y ha aprendido el ucranio en casa o en la calle. El Parlamento de Kiev es, además, bilingüe, y muchos diputados comienzan tranquilamente sus discursos en ucranio y luego se dejan llevar y pasan al ruso. Por otra parte, desde su discurso inaugural, Kutchma elevó el ruso a lengua oficial junto al, ucranio, que sigue siendo la lengua del Estado.

La campaña de Kravchuk no hizo más que inflamar las pasiones nacionalistas de Ucrania occidental, que hasta 1939 perteneció a Polonia y se distingue por su hostilidad hacia Rusia. Se llegó hasta a levantar barricadas para impedir que se celebraran los mítines de Kutchma. No es de extrañar, por tanto, que en Lvov, capital de la región, Kutchma sólo obtuviera un 4% de los sufragios. Las secuelas de tal batalla electoral no desaparecerán así como así. Kutchma, elegido con ventaja frente a Kravchuk (con un 52%, frente al 45% de los votos), se niega a crear una federación de las dos Ucranias porque teme que ello desemboque en un drama como el de Yugoslavia. Está convencido de la necesidad de una Ucrania unificada, y para apaciguar los ánimos cuenta con la mejora ,de la situación económica y con la ayuda del Parlamento. Su tarea, terriblemente difícil, exige tiempo, pero felizmente los nacionalistas de la Ucrania occidental no son secesionistas y no piensan en una "Galicia independiente". Por otra parte, su actual alianza con Kravchuk, al que odiaban durante el tiempo en que estuvo en el poder, prueba que su humor es versátil.

Cuando un tema da mucho que hablar, lee todo lo que haya que decir.
Suscríbete aquí

Lo que más sorprende en las elecciones de Ucrania -y también en las de Bielorrusia- es lo pacífico de su desarrollo, sin incidentes y sin cuestionar los resultados, hechos públicos con la mayor celeridad, como en cualquier democracia ya rodada. La afluencia a las urnas (más del 70% de los votantes) se sitúa en un buen nivel europeo y sobrepasa con mucho la registrada en Rusia o en Polonia. La alternancia, tanto en Kiev como en Minsk, se verifica sin problemas.

Los dos vencedores tienen en común haber trabajado en el sector económico y no, como los salientes, en el, aparato político e ideológico del PCUS. Alexandr Lukachenko fue presidente de un sovjós y su paso por el Komsomol y el partido fue puramente formal. Leonid Kutchma volaba más alto: obtuvo el Premio Lenin por su contribución a la construcción de los misiles SS-18 y SS-20, y después dirigió la mayor fábrica soviética de armas balísticas, situada en Dnieproprietovsk. Ambos, cada uno a su manera, están a favor de un acercamiento a Rusia, aunque no de un alineamiento con su política actual. Lukachenko lo dice con el ardor del neófito que desearía acabar de un plumazo con la inflación y frenar las privatizaciones generadoras de corrupción. El centrista Kutchma se expresa con mayor moderación. Habla de restablecer el espacio económico de la ex URSS, pero según el modelo de la Unión Europea ("si la palabra unión os da miedo elegid otra", dice). Ucrania entrará en la moribunda CEI para que ésta pueda servir de marco a dicha unión. Durante la campaña electoral, los adversarios de Kutchma le acusaban de ser un idealista "que cree que los rusos le harán una rebaja en el petróleo por su cara bonita" Pero el nuevo presidente no tiene previsto ir a Moscú para mendigar. Su objetivo es convencer a los rusos de que necesitan el mercado ucranio para frenar la caída de su producción y de que deben desembarazarse de esa mentalidad pueblerina que les empuja a buscar ventajas comerciales inmediatas. ¿No vemos, insiste, cómo se crean en todos los continentes agrupamientos regionales, incluso entre países que no se han desarrollado juntos como. los de la ex URSS? Sin embargo, esa unión no es una panacea y no se realizará de un día para el otro; Kutchma es el primero en reconocerlo. Mientras tanto, se dedica a convencer a los dirigentes de la economía de que "primero hay que trabajar para el Estado, para el país, y después, cada uno para sí".

Tal y como están las cosas en Kiev, y todavía más en Moscú, la eficacia de tal llamamiento parece dudosa. El famoso "núcleo dirigente" ha aprendido en los últimos tres años a hacer negocios por su cuenta, entre otras cosas fundando provechosos bancos que sirven también para exportar capitales hacia paraísos fiscales. En tomo a ese núcleo se ha formado una capa de auténticos ricos que se protege colaborando con la mafia y que lo único que pide al Estado es que mantenga el statu quo. ¿Es capaz de hacerlo? En Ucrania y Bielorrusia, la movilización del aparato estatal para apoyar a los candidatos salientes no ha dado ningún resultado, ni siquiera recurriendo a una masiva propaganda radiotelevisiva. Esto es lo que ha provocado en Moscú el síndrome del 10 de julio, pues es fácil pensar que también en Rusia esas armas tendrán un efecto bumerán.

Tras la caída de los dos visones en las repúblicas hermanas, la perspectiva de futuro del tercero, Borís Yeltsin, parece sombría. Aunque ha sido agasajado en Nápoles por los miembros del G-7, en Rusia es contestado como nunca porque, para la mayoría de la población inmersa en la desesperación, la causa de que el país esté en crisis es "el pecado original" de diciembre de 1991.

Pasa a la página siguiente Viene de la página anterior

"La URSS no debería haber muerto de este modo", clama a diario Alexandr Solzhenitsin, poco sospechoso de tener nostalgia del pasado. Desde hace cinco semanas hace un periplo, de Vladivostok a Moscú, para conocer en qué estado se encuentra. Rusia, y en cada pueblo o ciudad juzga negativamente los acuerdos de Bialowierza y la política seguida desde entonces. Sin pronunciar el nombre de Yeltsin, le acusa de haber transformado, en una tarde de diciembre de 1991, a los 25 millones de rusos del "extranjero próximo" en apátridas. La prensa da cuenta puntual de sus imprecaciones, pero en el Kremlin nadie se presta voluntario para responderle. Para ,colmo, ha sido gracias a los votos de los diputados comunistas que la Duma ha aprobado una invitación a Solzhenitsin para que pronuncie un gran discurso, en el mes de octubre, en el Parlamento! Es un signo de los tiempos, como también lo es el que todo político que se respete denuncie en Moscú la corrupción, y los abusos, como hicieron Lukachenko en Bielorrusia y Kutchma en Ucrania.

Para atacar esos males, Yeltsin otorgó mediante decreto poderes ilimitados a las fuerzas de represión para atacar esos males, provocando la indignación de demócratas y oposición. Antiguos disidentes como Serguéi Kovalev, consejero del presidente, han puesto el grito en el cielo diciendo que ni bajo Bréznev se tomaban tales libertades con el derecho. Pero nadie cree que ese decreto liberticida pueda ser aplicado. El presidente se comporta como un monarca que no tiene en cuenta las votaciones del Parlamento ni la opinión de la gente de su entorno, pero como no cuenta con un Ejecutivo nacional fiable ni eficaz trabaja en el aire. Para que pueda sobrevivir políticamente, sus nomenklaturistas han propuesto retrasar dos años las elecciones presidenciales y parlamentarias de 1996. Fue Vladímir Chumeiko, presidente de la Cámara alta y segunda personalidad del Estado, quien lanzó esta idea. Reconoce que es inconstitucional, pero piensa que será adoptada por los senadores y diputados porque a ellos también les permite prolongar dos años su mandato. Este globo sonda, lanzado de acuerdo con el Kremlin, ha reanimado el debate y la prensa está llena de artículos sobre el tema. Incluso así, parece difícil que el proyecto pueda ponerse en marcha. Se parece demasiado a las maniobras dilatorias de Kravehuk en Ucrania, y ya se sabe cuáles fueron sus resultados. Pero el hecho mismo de que en el Kremlin se consideren los plazos electorales como facultativos dice mucho sobre la naturaleza del régimen ruso. Hasta el momento, en el extranjero se ha mantenido silencio sobre la tempestad provocada por la iniciativa de Chumeiko. Sin duda, para poder seguir obstinándose en presentar a Yeltsin como el garante de la democracia en Rusia.

K. S. Karol es periodista francés, especializado en cuestiones del Este.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_