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Un nuevo régimen en Gaza y Jericó

Las nuevas realidades que se están creando en Gaza y Jericó confunden a muchos observadores. El factor más destacado parece ser el de la policía y los servicios secretos palestinos; el poder último está en manos de Arafat y sus cortesanos, todos los cuales pertenecen al liderazgo exterior, que nunca ha sido elegido de forma democrática; este círculo cerrado intenta obtener el control de la ayuda exterior, así como desviar parte de los beneficios de los empresarios locales al "fondo especial del presidente". Las posibilidades de que se celebren elecciones generales en octubre son escasas.Recordemos que en la mayoría de los países árabes el poder descansa en tres pilares fundamentales:

1. El palo, es decir, los aparatos de seguridad y las fuerzas policiales especiales (preferentemente varios de cada tipo, a fin de incrementar la competencia entre los servicios y evitar la dependencia exclusiva del régimen de ésta o aquella herramienta para imponer su voluntad y neutralizar a sus enemigos).

2. La zanahoria, es decir, puestos de trabajo (en la Administración y en el sector público de producción); traspaso de salarios y subsidios; créditos blandos, inversiones en desarrollo y licencias de importación concedidas a regiones o estratos sociales cuyo apoyo al régimen se desee cultivar.

3. La conciencia social que el régimen desea promover entre la población. Esa conciencia depende de una relación especial (histórica, ideológica, etcétera) con el territorio que este Estado controla. Porque sólo así se puede mantener unido un territorio cuyos límites, a menudo, son artificiales. Un Estado territorial se transforma así en una nación-Estado. El régimen debe ser considerado el representante auténtico de esa conciencia nacional.

Si se observa a la OLP, se descubre de hecho que hoy se esfuerza en Gaza y Jericó a fin de conseguir tanto el palo como la zanahoria. No sin grandes dificultades, especialmente en lo que respecta a la zanahoria. La razón parece ser que la ayuda exterior está destinada, en primer lugar, a proyectos de infraestructura (que financiarán la actividad de suministradores y empresarios de los países donantes). Sin embargo, la OLP necesita una zanahoria política, es decir, servicios de financiación (sanidad, educación, bienestar social, etcétera), pero la mayoría de los desembolsos destinados a esos servicios van a parar a salarios para los residentes locales. Los países donantes no tienen el más mínimo interés en esos gastos.

No obstante, la situación de la OLP es mucho mejor en el reino de la conciencia colectiva. Los largos años de lucha que dirigió cristalizaron en una conciencia nacional palestina, una relación con el territorio, predicada apoyándose en mitos poderosos que interpretan la realidad (el derecho a Palestina, las injusticias cometidas con sus nativos, las razones de la lucha y su historia). Como defensora de esta conciencia durante tres décadas, la OLP, es decir, el liderazgo exterior encabezado por Arafat, goza de una ventaja inequívoca sobre los dirigentes internos (Intifada) pro-OLP, como Faisal Huseini, que sólo desempeñaron un papel activo los últimos siete años, y también sobre los activistas islámicos, que durante los 20 primeros años de Gobierno israelí se concentraron exclusivamente en extender las normas religiosas entre la población e hicieron caso omiso de la guerra santa.

¿Pero cuál es la razón de que el régimen que está estableciendo la OLP carezca de atributos democráticos? La misma razón, precisamente, por la que la democracia fracasó a la hora de arraigar en otros países árabes: la falta de una sociedad civil, ese espeso tejido de asociaciones voluntarias que se mueven en el área comprendida entre la familia (es decir, el reino del parentesco) y el Estado (esto es, el reino de la fuerza).

Como señaló Alexis de Tocqueville, la libertad requiere una tradición de autogobierno, y esa tradición, a su vez, sólo se puede adquirir en una sociedad civil. Un pueblo sin experiencia de autogobierno puede abusar de la libertad, bien cayendo en la anarquía o bien atropellando los derechos de las minorías. Es el diálogo entre (y dentro de) las asociaciones voluntarias lo que puede permitir a la sociedad desarrollar una conciencia moral común que establezca los límites al uso del poder.

Qué acertado estuvo Tocqueville en su diagnóstico, pronunciado hace siglo y medio, es algo que podemos comprobar hoy en Europa oriental. Y lo mismo es aplicable a Oriente Próximo.

La razón de la ausencia de una sociedad civil en Oriente Próximo es producto, como en Europa oriental, de su propia historia específica. El Estado territorial moderno se estableció en Oriente Próximo a costa de la sociedad civil tradicional; el Estado invadió dominios que habían sido responsabilidad exclusiva de esa sociedad (educación, bienestar social, etcétera). Los regímenes militares populistas (el de Nasser, el del Baaz, el del FLN) catalizaron este proceso.

Esto también es cierto en lo que respecta a los territorios palestinos. Aquí, 27 años de dominio israelí pulverizaron lo que pudiera quedar de una sociedad civil al término del dominio jordano-egipcio. La OLP, como corresponde a un movimiento revolucionario, no ha sido nunca democrática. Es prematuro decir si la plétora de instituciones voluntarias que se desarrollaron durante la Intifada (a pesar de los intentos israelíes para desbaratarlas) conseguirá promover una sociedad civil de pleno derecho. Éste será un largo proceso. Su primera prueba consistirá en establecer límites a la arbitrariedad de los poderes que haya, límites establecidos por ley. Hasta entonces, el régimen de la OLP se basará en la zanahoria y el palo.

Emmanuel Sivan es orientalista, profesor de Historia en la Universidad Hebrea de Jerasalén.

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