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MUNDIAL 94

La banda de Stoichkov

Santiago Segurola

Hristo Stoichkov acababa de marcar el gol del empate ante Alemania. Un fantástico tiro libre. El búlgaro estaba hinchado de gloria y arrogancia. Todo era suyo: el partido, los titulares de los periódicos, el equipo, Bulgaria, el Mundial. Stoichkov, el emperador. En ese instante, un jugador del Barcelona pasó de manera distraída por el recibidor del hotel Hilton de Nueva York. Casi sin querer, dirigió su mirada al televisor. Luego vino un comentario lacónico, muy inglés. "Ya sé quién se sentará en el banquillo en el primer partido de la temporada". Stoichkov.Sólo Cruyff se atreverá a rebajar los humos del delantero búlgaro. Volverá crecido y retador. Es su carácter, pero además esta vez tendrá motivos para sentirse el dueño del planeta. Stoichkov ha dirigido a su equipo hasta las semifinales del de la Copa del Mundo. Lo ha hecho en todos los sentidos. Dentro y fuera del campo. Bulgaria es la banda de Stoichkov.

Resulta un poco estrafalario que el cuartel de Bulgaria se levante junto a la distinguida universidad de Princeton, uno de los lugares de la excelencia Intelectual estadounidense. Sí hay algo que caracteriza al equipo búlgaro es su escasa atención a las formas, a un sentido estricto de la vida, a la introspección. Miren la fiesta que se celebró después de la victoria ante Alemania: corrió el alcochol, se acabó el tábaco, hubo gritos y vítores, se bailó al compás de los acordeones y finalmente, cuando se hizo evidente el espíritu de la cerveza, no hubo más remedio que arrojar a los jugadores a la piscina del hotel.

Stoichkov asistió complacido a la celebración. En sus maneras se adivina un gesto que puede ser paternal ahora y desafiante más tarde. Más que nunca parece un actor de Pasolini, el chicuelo de una película neorrealista. Ningún futbolista es más amado por las cámaras. Su trabajo en el equipo búlgaro es el de jefe supremo. Medio en serio, medio en bromas, se dirige a Dimitar Penev, su entrenador. "No tienes ni idea de fútbol", le dice. Así están las cosas en el hotel de los búlgaros, donde triunfa la heterodoxia. Aquél fuma, el otro regaña con un compañero, almuerzan separados y parece que se vive en un clima caótico. Pero funciona.

Las severas reglas del fútbol, tan pío con las cuestiones de la convivencia de los jugadores y con la aceptación de la autoridad de los entrenadores, se derrumban cuando se observa el comportamiento de los búlgaros. En los corrillos futbolísticos se tiene por seguro que Stoichkov dirige al equipo en todos los sentidos. Dicen que decidió el orden de los lanzadores de los penaltis ante México y también se da por seguro que es el hombre que imparte la doctrinilla táctica.

Antes del partido con Alemania llamó a su amigo Anton Polster, actual jugador del Stuttgart, para informarse de las características de la selección alemana. También se agenció varios videos que sirvieron para destripar el entramado táctico de sus rivales Stoichkov manda, no hay duda. Y sus compañeros obedecen. Es el líder de una banda singular, un equipo que ha acudido al Mundial con nueve delanteros, que cuenta con jugadores procedentes de las Ligas española (Stoichkov, lotov y Kiriakov), portuguesa (Kostadinov, lordanov y Balakov), francesa (Mihailov, Georgiev e Iliev), suiza (Ivanov), alemana (Hotibtchev y Lechtkov) e inglesa (Guentchev). Y cuentan también con Nikolov, el portero suplente. Hace algún tiempo fue sometido a prueba por el Palamós. El entrenador, Juanjo Díaz, sacó tan mala opinión de él que le colocaba como extremo derecho en los entrenamientos.

Todo es heterodoxo en Bulgaria, incluso la manera de clasificarse para el Mundial, con aquel remate a la escuadra de Kostadinov en el Parque de los Príncipes, en el último minuto, ante la desolación de los franceses. Siempre puede suceder lo inesperado con los búlgaros. Fuera el método, viva la improvisación. Es la divisa de los zíngaros de Hristo Stoichkov.

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