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Si quisiéramos describir en líneas generales las características del más acerbo opositor al proceso de paz entre Israel y los palestinos, siempre se nos presentará como un hombre religioso, tocado con una kipá de punto, que se para en los cruces de carreteras ondeando pancartas en contra del proceso de paz. En las grandes manifestaciones organizadas por la derecha frente al Parlamento o frente a la oficina del presidente del Gobierno, lo que más destaca es el hecho de que la mayoría de los participantes son jóvenes con kipá de punto. Muchos manifestantes de la derecha, laicos y tradicionalistas, habitantes de los barrios y de los suburbios que llenaban en masa la plaza Malkei Israel, en Tel-Aviv, o la plaza Tsion, en Jerusalén, para escuchar a los líderes de la oposición y al presidente del Gobierno, el fallecido Menájem Beguin, arremeter contra el Partido Laborista, desaparecieron como si no hubiesen existido.Cuando los parlamentarios del Likud acuden a las manifestaciones en los cruces de carretera y piden hablar ante las cámaras de televisión, los manifestantes religiosos les dicen: "Traed primero manifestantes de vuestro partido y entonces os dejaremos hablar". El gran número de manifestantes religiosos contra el proceso de paz no proviene sólo del hecho de que su número es mayor entre los habitantes judíos de los territorios ocupados, ni de que su lucha contra el proceso de paz sea en realidad una lucha por mantener sus asentamientos dentro de la zona de soberanía israelí, sino también porque desde 1967 este grupo de religioso-nacionales es el que abandera, en la forma ideológica más pura, la idea del Gran Israel, y en cierto sentido existen en su seno personas cuya biografía personal se identifica con los últimos 25 años de lucha por la unificación del territorio.

Lo interesante es que, desde el punto de vista religioso general, estas personas están lejos del extremismo, y muchos de ellos se encuentran en el lado moderado del sector religioso en todo lo referente al cumplimiento de las leyes religiosas o en relación al Estado y a la política en general. La mayoría de estas personas cumple el servicio militar, participa por igual en todos los sistemas políticos, trabaja en profesiones modernas, son también activas en los campos de investigación y ciencia, y en muchos temas se comportan de la forma más racional. Y sólo en este campo, el de ceder territorios, y en el de la concesión del derecho de autodeterminación a los palestinos, revelan un fanatismo sin cuartel.

Si analizamos esta postura desde el punto de vista histórico, la protesta va en aumento. Así, antes de la Guerra de los Seis Días, y justo después de conquistar la franja occidental, ahora sagrada para ellos, el movimiento religioso-nacional era de lo más moderado desde el punto de vista político. Y en la discusión entre extremistas y moderados en los Gobiernos, en los cuales este movimiento político siempre participó, sus representantes secundaron de forma constante la precaución y la moderación militar en los asuntos políticos. El concepto del Gran Israel no era sólo un concepto dormido en su ideología política, sino también en los colegios y en los movimientos juveniles que se encontraban bajo su patrocinio. La idea del Gran Israel no tenía ningún significado didáctico especial.

En el tercer día de la Guerra de los Seis Días, cuando fue conquistada la Ciudad Vieja de Jerusalén, el fallecido ministro Moshe Shapira, cabeza del movimiento religioso-nacional, propuso durante la reunión del Gobierno llamar a las fuerzas internacionales y poner bajo su control los lugares santos con el fin de evitarle a Israel complicaciones inútiles, tales eran su prudencia y su moderación. No pasaron muchos días y la gente de su propio movimimiento fue la primera en hablar en términos completamente místicos, no sólo sobre la santidad de la Ciudad Vieja, sino también sobre la santidad de todo lo que hubiese sobre la tierra de los territorios "liberados" durante la guerra.

¿Por qué, por tanto, se da una revolución repentina y nacionalista como ésta, en la concepción de este grupo religioso? ¿Y existe la posibilidad de que en un futuro no muy lejano se dé una contrarrevolución que cicatrice la grave herida y neutralice la intransigencia de estas gentes con el proceso de conciliación que empieza a germinar ahora entre los dos pueblos? Las causas de esta revolución repentina y nacionalista después de la Guerra de los Seis Días están relacionadas con las profundas reservas que, desde siempre, ha tenido el sector religioso sobre cualquier proceso de normalización del pueblo judío. La animosidad de los religiosos hacia el movimiento sionista, ya desde el principio de este siglo, es bien conocida. Millones de judíos cuya identidad era claramente religiosa se opusieron al asentamiento del pueblo judío en su tierra y a la construcción de un Estado plural e independiente, por temor a que, de esta forma, naciese el nuevo judío, que ya no tendría necesidad de elementos religiosos para preservar su identidad, pues ésta sería completa y natural por estar basada exclusivamente sobre los componentes nacionales clásicos de territorio, idioma y marco político. La posibilidad de que los judíos se convirtiesen en un pueblo como cualquier otro les parecía una ofensa contra algo inherente al ser judío. Y en el fondo de sus corazones también temían que en un Estado judío así, en el que sólo hubiese judíos, éste perdiese el conflicto clásico con el gentil, conflicto que sirve como una importante vitamina en la creación del sentimiento de identidad del judío como alguien diferente, para el cual siempre es de utilidad cierta dosis de antisemitismo.

Ciertamente, la gente del movimiento religioso-nacional fue excepcional dentro del sector religioso, en el sentido de que fueron los únicos que se adhirieron al movimiento sionista para, en colaboración con los laicos y en especial con el movimiento socialdemócrata, intentar introducir valores y contenidos religiosos tradicionalistas en el Estado en vías de creación. Sin embargo, cuando vieron, por una parte, que no podían fijar valores religiosos por la vía del encanto democrático en el joven Estado que se transformaba cada vez más en liberal-laico, y, por otra parte, que no tenían en su seno la suficiente energía religiosa como para competir con los círculos ortodoxos extremistas, convirtieron los territorios conquistados durante la guerra de 1967 en un instrumento muy útil para traducir valores religiosos a una moneda nacional usada para comerciar con ella; y así, adquirir adeptos dentro del sector laico y preservar, a través del conflicto israelo-árabe, el eterno conflicto del judío con el gentil que siempre es provechoso para aguzar la identidad judía clásica de que "el mundo siempre está en contra nuestra".

Ciertamente, en su oposición al acuerdo de paz, intentan expresarse en un lenguaje de política real, en términos de pérdida de posiciones estratégicas y falta de confianza en los árabes y en sus promesas; sin embargo, cuando ante ellos se presenta una impresionante batería de militares y expertos en seguridad de primera categoría que apoya el proceso de paz, ellos saben que estos argumentos no convencerán al hombre sencillo de la calle, que ha sentido la calma y la tranquilidad, y ya no ve finalidad alguna en correr por las callejuelas de los campos de refugiados en Gaza o Shjem para imponer el gobierno de Israel a un pueblo que no lo desea.

En esta fase todavía son muchos dentro del sector religioso-nacional los que esperan que el acuerdo de paz se desmorone; sin embargo, ya se oyen en su seno palabras de desaliento sobre el Estado en general, y se terne que parte de este público se decante, con la creación de un Estado palestino, hacia una actitud religiosa extremista. Pero también hay personas serenas y realistas en el sector religioso-nacional que piden un camino hacia la retirada digna de una ideología que llenó sus almas durante casi treinta años. La pregunta es si podrán encontrar bastantes nuevos adeptos entre los nuevos laicos para, juntos, buscar los caminos del enriquecimiento de la identidad israelí posterior a la paz, con valores éticos y culturales cuyo origen esté en la tradición religiosa.

A. B. Yehoshúa es escritor israelí.

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