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La cosa caballo

Fernando Savater

El camino hacia Epsom es algo mucho más trascendente que la vía sagrada de Eleusis, aunque se nos permita ir en tren. Pero el tren sale por lo general, a las 11.16- de la estación Victoria. ¡Victoria! ¿Podía tener otro nombre? Vamos desde Victoria hasta la victoria, pues de eso se trata, y apenas recordamos a Victoria Regina, cuyas iniciales escribía a balazos Sherlock Holmes en las paredes de Baker Street: esa buena mujer sólo fue una vez al Derby (en años abundantes en imperio, pero hambrientos de lo demás) y la multitud irreverente se lo hizo pasar fatal. Escarmentó. Y es que sea para reinantes o plebeyos, la peregrinación a Epsom propicia siempre la reflexión filosófica. Por ejemplo, este año yo la emprendí dándole vueltas a un enigma planteado por Ortega (en ¿Qué es filosofia?): "En el caballo que vemos en el hipódromo, ¿qué es el ser, la cosa caballo?". Tremendo reto, cuya relevancia metafísica sería ocioso encarecer a mis lectores mayores de edad, que aún cursaron obligatoriamente filosofía en su bachillerato. ¡Ahí es nada, el ser de la cosa caballo!Por un momento me animó ver que uno de los participantes en el Derby de 1994 tenía un nombre que lo afiliaba a mi gremio: Plato's Republic. Pero de inmediato comprobé que su cotización en las apuestas era ridículamente baja, pues salía 500 a 1. Los boomakers, que en cuestión de la cosa caballo son la máxima autoridad, descartaban sin miramientos a este candidato platónico. Como siempre, resultaba más aconsejable remitirse a los aristotélicos, aunque fuesen de la línea moruna de Avicena, ya que el máximo favorito era el potro Erhaab propiedad de uno de los jeques del petróleo. Ese nombre, Erhaab, significa en árabe algo así como atemorizante o intimidador. Tales antagonismos nominalistas y de cotización cara a la victoria tienen su incidencia metafórica, al menos en Inglaterra. En un artículo que yo acababa de leer sobre la sucesión del fallecido John Smith a la cabeza del Partido Laborista, se decía que el Erhaab de esa contienda era Tony Blair, mientras que a Robin Cook lo comparaba con el postergado Platos Republic. Y es que allí el Derby es aún algo respetado y, por tanto, polimórficamente significativo. La disputa sobre si la carrera debe trasladarse del miércoles en que ahora se corre (como hace siglos) al fin de semana para aumentar la asistencia de público es un debate que ya dura años. En España, en cambio, la cosa caballo no goza de tantos miramientos: acaba de suprimirse por decreto el Gran Premio de Madrid, la única carrera española que venía sucediéndose desde hace 75 años, y nadie ha respingado públicamente ante semejante atropello, ni siquiera en el mundillo hípico. No me recuerden, por favor, que atropellos más graves no faltan: sigo creyendo que es mejor no aumentar tampoco el número de los veniales.

Ycontinúa su reflexión Ortega: "El verdadero ser del caballo está debajo de sus elementos aparentes, visibles y tangibles: es una cosa latente bajo esas cosas presentes, color, forma, etcétera". ¿En qué puede consistir esa cosa latente, debajo de todas las aparentes? ¿Cuál será, por ejemplo, el verdadero ser de Erhaab? En apariencia, es un potro más bien pequeño, de pelo castaño sumamente oscuro, robusto y compacto, torneado todo él en formas redondas. Tiene más aspecto de millero que de fondista, por lo que quizá la durísima milla y media del Derby pueda resultarle excesivamente larga; en cambio, su conformación física es la más adecuada para las ondulaciones de la pista de Epsom, cuyas subidas y bajadas han desequilibrado fatalmente a muchos estilizados zanquilargos. Podemos calibrar estas apariencias, el garbo de su paso, el lustre de su pelo, y también estudiar minuciosamente las gestas de sus padres y demás ancestros: pero lo que hay bajo todo eso, su verdadero ser, no se demostrará hasta que se enfrente al reto de la gran carrera. Como bien dijo hace mucho el maestro Federico Tesio, el criador de pura sangres más importantes de este siglo, lo que decide la grandeza o mediocridad de un caballo no es la genética ni la estética, sino un simple poste de madera: la meta del Derby de Epsom.

En la insólitamente soleada tarde de junio en la que debe dar la verdadera medida de su ser, Erhaab no se enfrenta a un problema o dos, sino a 24, pues tantos son los participantes que este ano aspiran al Derby. Bueno, lo cierto es que muchos de ellos no pretenden tanto la victoria, sino una simple colocación en la carrera, considerando que también el tercer o cuarto puesto están muy bien remunerados. Como no hay ningún favorito indiscutible, pues caben dudas sobre la resistencia de Erhaab y hay otra media docena de corceles a los que la cátedra hípica concede casi las mismas probabilidades de triunfo, muchos propietarios (entre ellos, el del pobre Plato´s Republic) se han apuntado con la esperanza de que las incidencias de la prueba les sean casualmente favorables. Esta aglomeración de convocados, la mayor en bastantes años, augura un Derby lleno de problemas de tráfico, en el que jamelgos agotados obstaculizarán en el momento menos oportuno el avance de los que tienen más probabilidades de triunfo. Como única ayuda para afrontar tales inconvenientes, Erhaab no cuenta más que con Willie Carson, el diminuto veterano escocés (52 años) que ya ha acompañado a otros tres ganadores del Derby en su paseo triunfal. Erhaab cuenta con Willie... y, desde luego, también con su verdadero ser.

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Quien tiene oficio sabe hacer las cosas como mandan los cánones; quien tiene también talento, las hace como mandan en cada caso las irrepetibles circunstancias. Desde el punto de vista de la ortodoxia, Willie Carson se saltó casi todas las reglas que se aconsejan a los jinetes en el Derby: ocupó una posición demasiado rezagada, avanzó por el interior de la pista en lugar de intentar abrirse hacia el exterior, se vio obligado a cambiar espectacularmente de línea para poder rebasar a sus adversarios. Pero gracias a que fue muy atrás no se vio mezclado en los choques y empujones del tumultuoso recorrido, uno de los más sucios que se han visto en el Derby de los últimos años. Al avanzar por el interior de la pista, Erhaab redujo al máximo la distancia que debía correr, aunque no siempre le fue fácil encontrar hueco para colarse: Willie llegó con la garganta destrozada de tanto gritar a sus contrincantes pidiendo paso, ronquera muy explicable pues ese tipo de favores no son frecuentes, y más cuando uno de los que le cerraban el camino era Lester Piggott, que es sordo como una tapia. Cuando Erhaab salió por fin de la mêlée, a poco más de doscientos metros de la meta, llevaba muy delante a tres escapados entre los que todo el mundo creyó que debía decidirse la victoria. Con decisivo ahínco, Willie Carson zigzagueó hasta el exterior de la pista, emparejándose casi por fuera con el trío de cabeza. Faltaba ya terriblemente poco para la llegada y todos los caballos parecían haber hecho su máximo esfuerzo, sin guardarse ni un átomo de energía. Y entonces llegó el momento del ser verdadero, de lo que se oculta bajo las apariencias, de lo que no se muestra, sino que se demuestra: Erhaab cambió de tranco, se equilibró como un bailarín después de su pirueta y aceleró. Ganó por casi un cuerpo de ventaja.

Después hubo debate sobre si no será mejor restringir la participación en el Derby, limitando el número de contendientes a 15 o 20 todo lo más y rechazando a los que nada tienen que hacer en la carrera salvo estorbar, como ese Plato's Republic que salió último y último llegó, a una distancia estelar del triunfador. Vivimos tiempos en que siempre sobra gente y a los perdedores se les designa y descarta de antemano. Pero lo hermoso del Derby es, a mi juicio, que a nadie se le niegue la oportunidad de probar su valía, su substancia. Hasta Plato's Republic tiene derecho a intentarlo una vez en la vida. A fin de cuentas en eso consiste la verdad de la cosa caballo, su nobleza. Por cierto, ¿qué es eso de la nobleza? Muy sencillo: fuerza sin avidez ni exclusiones. Nos- convendría recordarlo también a quienes queremos ser humanos. Supongo que a eso apunta Canetti en uno de sus aforismos, cuando habla de implantar en nosotros otros corazones "de caballos en vez de hÍenas".

es catedrático de Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid.

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