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El juego de los errores

Massimo Ghirotto se impone en la etapa de transición prealpina

Carlos Arribas

Primero, sobraba Berzin. El líder ruso se había colado de rondón en una clase que no le correspondía. Llovía a mares y los corredores iban con chubasqueros. Se había producido un corte casi espontáneo de unos 20 corredores a causa de lo quebrado del terreno. Berzin no iba de rosa. Cuando salió el sol, 10 kilómetros después, el líder hizo en plan superman: se bajó la cremallera del chubasquero y sacó pecho, rosa.Ghirotto, ya activo en el kilómetro 120 de la etapa, hizo de portavoz del estupor general y se lo hizo saber de inmediato. "Lárgate", le dijo. "Si no te vas, nuestra escapada no llegará a ninguna parte. Tu puesto está atrás y no en esta guerra, que sólo es para ganar la etapa". "Lo siento, lo siento", le respondió el líder. "Me he quedado delante sin darme cuenta. De todas formas, sois 20 y tampoco llegaréis muy lejos". Y en ésas llegó Chiappucci tirando del pelotón y restableciendo la calma.

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Lo contaban luego los protagonistas riéndose. GhIrotto, feliz porque había ganado finalmente la etapa -se escapó con otros tres justo después de enviar a casa a Berzin-; Berzin, porque había pasado sin daños un día temido. Pese a ser ruso, no le gustan ni la lluvia ni el frío. Fue de los pocos que llegó a meta aún vistiendo los manguitos largos. "Empezaron a acelerar delante y me fui para allá por prudencia, porque no sabía quién iba. De todas formas, mejor. He hecho trabajar al Banesto y al Carrera y mi equipo ha podido descansar. Yo no me he cansado nada simplemente porque siempre fui detrás en la escapada. Nunca me puse a tirar. Siempre a rueda". Era un juego que llegaba poco después de un momento de nervios: un pinchazo del líder. "Tardó en llegar mi coche y perdí tres o cuatro kilórnetros".La comedia fue bonita. De los cuatro escapados, el más veloz era Sorensen. Los otros tres -Ghirotto, Podenzana y Massi- lo sabían. Y cada uno utilizó sus armas. Podenzana, la sinceridad, intentando huir sin más a falta de 5 kilómetros; Massi, la sorpresa, haciendo ver que iba con la lengua fuera y saltando cuando nadie lo esperaba; y Ghirotto, la astucia. Ganó el zorro que engañó a un Sorensen que no tenía más remedio que salir a por los que querían pirarse.

Después de las risas, el champán y los juegos, llegaron las preocupaciones y las seguridades. Ambas, ofrecidas por el líder. "Sí, me preocupan las dos etapas alpinas, pero ¿qué puedo hacer?, no puedo cambiar el recorrido. Sí, me preocupa un ataque en los últimos kilómetros del último puerto. Sí, me preocupa el mal tiempo. Sí, me preocupa un ataque lejano de Chiappucci. No, no conozco los puertos, pero me parecen duros. No, no saldré a por Chiappucci si ataca desde lejos para hacer de puente.

El Diablo, el dueño de la llave del Giro, según el líder, no cesa de hablar con su compañero de habitación: "Le he dicho que, ante todo, nada de miedo, que hay que ir a por todas. Ahora mismo firmaba que todo pasara como en el Mortirolo".

Induráin, tranquilo: "Tampoco es mal sitio el podio. Claro que si puedo ganar, mejor. Ha brá que intentarlo. El problema es que estos puertos le van mejor a Berzin que el Mortirolo: son duros porque son largos, no por las rampas. Y, además, hay mucho llano entre el Izoard y el último. Demasiado para irse solo frente a un equipo que trabaja bien".

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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