El rey de la maraca
Excelentísima señora Defensora del PuebloMadrid
Muy señora mía y de todos los españóles: la que suscribe, Luzdivina Reyes Pinheiro, de 31 años, casada, comadrona y residente en Madrid, acude a usted en busca de remedio para su esposo, Iván Ortiz Rubio, de 33 años, auxiliar administrativo, cuyos desatinos paso a especificar con todo despecho:
1. El susodicho, visitador reincidente de los cafés cantantes, ha acabado cayendo en las garras de la farándula y el delirio. Los cafés cantantes, señora, jamás habían tenido en Madrid una época de tanto esplendor, hasta el punto de que cualquier chiquilicuatre, como es el caso, encuentra escenario para pregonar sus ineptitudes. Esos bares debieran ser prohibidos, porque incitan a los ciudadanos a convertirse en artistas, abandonando sus obligaciones, el pudor, la vergüenza y, en fin, la alcoba conyugal. Mi incauto esposo, que nunca estuvo dotado para la música, se ha dejado seducir por las maracas. Lo que empezó siendo una broma ahora es una cruz como el Valle de los Caídos. Siga usted leyendo y se percatará de que no miento.
2. En esquema, éstos son los hechos: el verano pasado, mi marido y yo fuimos de vacaciones a Cuba y compramos unas maracas. Las pusimos de adorno encima del televisor, donde han permanecido hasta el 24 de diciembre de 1993. Ese día, mi marido, en la cima de una inmensa borrachera, agarró los instrumentos y no los soltó durante 48 horas inolvidables. Alguien, con cruel cinismo, le sugirió que no lo hacía. mal, que lo caribeño volvía a estar de moda y que no sería dificil infiltrarse en un grupo musical, habida, cuenta de la escasez de maraqueros. Él se lo creyó a, pies juntillas. Ni corto ni perezoso, se matriculó en una academia de percusión, donde recibió tres horas diarias de clase durante cuatro meses. Allí conoció a un vocalista de boleros a quien Dios confunda: le dijo que, si se ejercitaba un poco más, podría colocarlo en su orquesta.3. Los dos últimos meses, mi hombre sólo se desprende de las maracas para ducharse. A todas horas tiene puestos discos de Los Panchos a todo volumen; él les acompaña con la cara extasiada y bailando al compás. Y no para, oiga, ni siquiera a la hora del telediario. Muchas noches, en sueños, se alborota y me tiene los pechos como una coctelera. Pero lo que más me inquieta es que le han suspendido un mes de empleo y sueldo en la sucursal bancaria: el desquiciado sacó el otro día los malditos instrumentos en momento de gran aglomeración y se puso a tocar Invítame a pecar, de Paquita la del Barrio.
4. El castigo laboral, en vez de amilanarle, le ha ensoberbecido. "Luzdivina, éste es el momento de lanzarme al estrellato", me dijo el otro día. Dicho y hecho, señora Defensora. Se ha incorporado a la orquesta de la susodicha bolerista y ya he presenciado dos conciertos. El esquivo sale al escenario con chaqueta de lentejuelas y más ínfulas que don Rodrigo, en la horca. Aunque parezca increíble, el mamoncillo triunfa y las mujeres se lo comen con los ojos. Yo me reconcomo, trago quina y cualquier día les arranco los pelos a esas garduñas. Estoy de maracas hasta el moño, señora.
5. Pero la cosa no ha hecho más que empezar. Mi marido anda por ahí haciendo proselitismo entre sus amigos. Les cuenta maravillas de las maracas y de la vida disipada de los artistas. Y como tiene labia para dar y tomar, ya ha embaucado a dos compañeros del banco. Ambos han sido suspendidos de empleo y sueldo, pero se pasan el día en mi casa tocando Si tú me dices ven. Uno de ellos, totalmente enajenado, se pinta la cara de negro porque se cree que es Antonio Machín.
6. Creo que la Defensora del Pueblo debe tomar cartas en el asunto: las maracas y los cafés cantantes son un peligro sibilino para Madrid. Si no se corta a tiempo, este virus enloquecerá a los ciudadanos.
7. De todas formas, mientras espero a que . usted intervenga, he iniciado por mi cuenta una campaña entre mis conocidas. Se trata, simplemente, de paliar la atracción masculina por las maracas mediante una estrategia temeraria: ponernos nosotras a tocar las castañuelas hasta que se aburran los maromos. En la academia a la que acudo me han asegurado que los crótalos están de moda, que yo prometo y que es buen momento para infiltrarse en cualquier orquesta sinfónica, porque ya quedan muy pocas castañuelistas.
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