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Casas viaja por España

Los míticos cuadros salvados del fuego del Liceo se exponen por vez primera en Madrid

En el alba del siglo -no se sabe con precisión si en 1901 o en 1902- el pintor catalán Ramon Casas recibió un encargo de los miembros del Círculo del Liceo, acaso el club privado más tradicional de la ciudad, creado, como el propio teatro, en 1849. Se trataba de decorar el salón del fumador del Círculo, y Casas convirtió el encargo en una alegoría pictórica sobre la música. La disposición de las 12 telas, la propia iluminación de la rotonda -con ese nombre ha sido conocido comúnmente el salón-, el diseño de los soportes y otros detalles menores corrieron también a cargo del pintor.Durante muchos, muchísimo años, los casas del Liceo ocuparon un lugar mítico en el catálogo de necesidades artísticas difícilmente satisfechas d los ciudadanos barceloneses. A ello contribuyeron factores diversos: la propia factura de las telas -no todas, pero algunas de ellas de indiscutible valor artístico-, el espacio amniótico flotante, en que se hallaban expuestas y el hecho, contundente, de la reserva que todo club privado dispone alrededor de sus bienes. No era fácil verlos. Y mucho menos para las mujeres: sólo los hombres pueden ser miembros del Círculo y las mujeres sólo pueden acceder a él acompañadas de un socio.

El incendio del Liceo del pasado 31 de enero vulneró el mito a media mañana -era un espectáculo turbador -casi una venganza de la memoria- observar cómo los empleados del Círculo cargaban Ramblas arriba con los casas, en busca del regazo protector de una dependencia municipal cercana. Lo cierto es que el fuego fue clemente con ellos y a su desalojo rápido contribuyó también un sencillo mecanismo de ajuste de las telas, que fue ideado hace poco años, cuando ya la sombra tiznada de lo que vino después planeaba sobre la actividad del Liceo. En cualquier caso, el impacto solar fue decisivo: los responsables del Círculo permitieron que las obras fueran expuestas en el Museo de Arte Moderno de Barcelona, y de ahí han viajado hasta Madrid. Desde ayer se exponen en la Fundación Central-Hispano y la muestra durará hasta el próximo 15 de julio. Los dineros que se obtengan de la venta de catálogos y carteles serán destinados a la reconstrucción del teatro asolado.

Casas trabajó con mucha rapidez en esos cuadros. Hay trazos inacabados, superficiales, justificados conceptualmente por el hecho de formar parte de un conjunto coral. La presencia, de las mujeres es central -como en casi toda la obra del pintor- y los tipos registrados permiten una aproximación divertida a las presuntas características iconográficas de la catalana. Las mujeres conducen suavemente el ojo hacia los fondos de bruma donde se registra la música, la música de los cafés cantantes, del propio Liceo, de las caramelles -agrupación coral muy popular y arraigada en Cataluña-, la música de los teatros, de los bailes callejeros.

Junto a la alegoría musical, la muestra recoge también obras de otros pintores catalanes, más o menos vinculados con el Modernismo: Brull, Canals, Masriera, Rusiñol. Y recoge especialmente uno de los mejores cuadros que Ramon Casas pintó en toda su vida: La Sargantaine, un retrato provocador y cargado -eróticamente cargado-, en el que posa Julia, la que fue durante toda su vida amante del pintor y que muy al final acabó siendo su esposa. La morbidez y la osadía del retrato de Julia contrasta con el aspecto amable y dulzón de las otras telas de Casas. Cuando pudo verse en Barcelona el comentario era casi unánime: "¿Pero cómo pudieron comprarlo los respetables señores del Círculo?". Julia, La Sargantaine, estaba, en efecto, absolutamente fuera de lugar.

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