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El Barça exhibe su carácter ganador

Los azulgrana derrotan al Oporto y disputarán la final al Milan en Atenas

Ramon Besa

El Barcelona atrapó Atenas con la credencial que sólo portan los equipos de naturaleza ganadora. El colectivo de Cruyff simplificó una semifinal europea en un espectáculo relajante, incluso para el hincha más cenizo, y en el mejor discurso de la victoria. O del arte de cómo ganar. No tuvo nunca la contienda el carácter épico que anunciaba el cartel.La sobriedad azulgrana dejó al Oporto en pelotas. No encontraron los forasteros la portería contraria. Una vez desnudados en ataque, sintieron el bisturí local en defensa. La plasticidad de los tres goles barcelonistas alumbró el campo. Encontró el grupo la clarividencia ofensiva de los que adivinan el futuro. Fue todo tan sencillo y efectivo como bello. No hubo ni una sola bala malgastada.

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No desfallecieron ni un minuto los azulgrana. Mantuvieron siempre el mismo tono. La pulcritud con la que todos cumplieron su trabajo resultó encantadora. Zubizarreta atrapó los tres balones que le alcanzaron. Ferrer marcó y robó. Nadal le puso una camisa de fuerza a Kostadinov y anticipó su cabeza para largar el cuero. Sergi fue un cursor que abrió en canal la defensa forastera. Koeman y Guardiola leyeron el encuentro como los músicos otean la solfa. Bakero juntó a los de arriba con los de abajo. Amor e Iván después barrieron la divisoria. Romario ejerció de hombre diana. Begiristain explicó que es un jugador entre líneas. Y Stoichkov ajustició al contrario.

El saldo resultó acorde con la tarea: tres goles a favor, ninguno en contra y ni una sola tarjeta, pese a que hasta nueve jugadores estaban amenazados con quedarse en tierra y ver la final por televisión. Perfecto. Fue el Barça una máquina de matar. Sabía el plantel que una vez pisado el Camp Nou no tenía otra elección que las nubes del Olimpo o el lodo de Hades. La diferencia entre ganar o perder era abismal, y la lógica empujaba al equipo a la victoria. La trayectoria no admitía excusas: campeón de su grupo, invicto, máximo goleador y mínimo goleado. Tampoco la entidad del rival acompañaba. Una caída frente al Oporto no tenía cura. Los portugueses aparecían más como el invitado perfecto para arruinar la fiesta que como el máximo aspirante a ganar la Copa de Europa.

El presunto antijuego forastero anunciado por Cruyff resultó un engaño. El conjunto de Robson no se enteró del partido. Fueron los blanquiazules de arriba abajo del campo sin ton ni son. El Barcelona le dio un ritmo al balón que sacó al rival del campo. Guardaba el cuero, iba de pie a pie, y los forasteros detrás de él. Pacientemente esperaban los azulgranas que el campo se aclarara con tanta velocidad de pelota, y cuando aparecía el hueco metían el balón hacia la carrera de Sergi o Stoichkov.

El búlgaro le recordó a Aloisio sus tiempos de lateral en el Camp Nou. Metido en la banda izquierda, el brasileño nunca le vio la cara al azulgrana. Stoichkov aprovechó el desierto que se abría entre Aloisio y Folha en la franja zurda portuguesa (Robson renunció a un lateral marcador izquierdo como Rui Jorge) y remachó las dos carreras por el lado opuesto de Sergi. La forma en que el Barcelona dinamitó la defensa zonal portuguesa puso en entredicho el prestigio de Robson, un técnico que al entender de Romario es tan buena persona como mal entrenador.

El brasileño lleva ya siete jornadas sin salir de noche y, consecuentemente, sin marcar un gol. Inutilizado por la marca de Jorge Costa, el ariete estuvo listo, sin embargo, en la gestación de los dos primeros tantos. Dos dianas que llegaron en los momentos en que se cuecen los partidos. Resuelta la contienda, el Barca adornó su faena con detalles como el de forzar la expulsión del capitán Joâo Pinto o el de marcar un tercer gol sin pasar del medio campo contrario. Koeman le puso el epílogo al choque.

El Oporto cayó con el fútbol con el que quería derrumbar al Barça. El contragolpe azulgrana resultó digno de un manual. La lucidez del colectivo de Cruyff se impuso de forma rotunda en un club muy pasional. Ha aprendido el equipo a jugar con cabeza. Es paciente cuando el partido requiere calma, agresivo si el rival toma el mando, y imparable cuando hay campo para correr. La ausencia de Laudrup, el mejor intermediario futbolístico en un campo, llevó el encuentro a un terreno más directo en el que las jugadas se resolvieron en décimas de segundo.

No existió tiempo ayer para las dudas. El Barça respondió desde el inicio al reto de alcanzar su segunda final de la Copa de Europa en tres años. No pudo, sin embargo, sacarse de encima ese talante deudor que tiene desde que lo parió Cruyff. Lo ha ganado todo. Pero ahora se le pide que acabe con el mito de que el Milan es el mejor en el hogar de los Dioses.

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Sobre la firma

Ramon Besa
Redactor jefe de deportes en Barcelona. Licenciado en periodismo, doctor honoris causa por la Universitat de Vic y profesor de Blanquerna. Colaborador de la Cadena Ser y de Catalunya Ràdio. Anteriormente trabajó en El 9 Nou y el diari Avui. Medalla de bronce al mérito deportivo junto con José Sámano en 2013. Premio Vázquez Montalbán.

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