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El juez reabre el caso del, guardia muerto de un tiro en la cabeza en un cuartel

Jan Martínez Ahrens

El tiro que mató el 15 de agosto de 1992 al guardia civil Óscar Pérez Bravo, de 23 años, aún resuena en el cuartel de Villamanrique del Tajo (590 habitantes). El caso, tras quedar archivado como suicidio en enero, ha sido reabierto por el juez. La familia, ante las carencias de la autopsia y las contradicciones de los guardias, atisba un homicidio. Los testimonios, en cambio, dibujan el colapso de un hombre violento y racista tras una pelea de discoteca. Su memoria resurgiría el día de la muerte de Lucrecia Pérez.

Los guardias que siguieron los últimos pasos de Bravo prestaron declaración la semana pasada. Y el próximo día 28 se efectuará la reconstrucción en la casa cuartel. Se reinicia así la investigación en torno a un hombre que se convirtiría en objeto de culto para su hermano Felipe y para su amigo el guardia Luis Merino Pérez, acusados del asesinato de la dominicana Lucrecia Pérez.Aquella noche de verano, siempre según las primeras declaraciones, Bravo, un hombre aficionado a las armas y que alardeaba de pegar a gitanos y negros en sus andanzas por Madrid con Merino, acudió a la discoteca local La Jardinera. Le acompañaba el guardia José Manuel Raiz. Bailó el ritmo duro de Los Ilegales. Cuando el pinchadiscos puso a Los Chunguitos, se encrespó. "Los gitanos me están poniendo nervioso", comentó a Raíz. Estalló una trifulca. Bravo sacó un puño americano. Su compañero trató de tranquilizarle. Bravo, ya fuera del local, amenazó con ir al cuartel y coger un arma, porque le habían humillado. Al arrancar el coche chocó contra un BMW.

Armas ocultas

Entretanto, el guardia que custodiaba el cuartel, Miguel Carrasco, alertado por un vecino, se personó en la discoteca. Carrasco, según las declaraciones, adelantó a óscar en su camino al cuartel y supuestamente escondió las armas.

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Una vez en allí, tras discutir con Carrasco, Bravo -entre bruscos cambios de humor- llamó por teléfono a Merino. No hubo comunicación. Otro guardia que dormía en el centro apareció. Eran las 2.30. En un momento de aparente tranquilidad, Bravo corrió hacia las habitaciones. Aquí, los relatos entran en contradicción sobre el recorrido y la procedencia del arma mortal. Los testigos, empero, coinciden en que entró en su habitación y disparó. La bala atravesó de izquierda a derecha su cabeza. Bravo ingresó cadáver en el hospital.

Parte de su familia está convencida de que la muerte fue obra de un guardia. Su imputación se basa en que la autopsia carece de la prueba del tatuaje (la que analiza la marca impresa por el disparo en la piel). Esta ausencia da pie a pensar que falleció por un tiro que no dejó señal, es decir, efectuado a más de 45 centímetros y por otra persona.

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Sobre la firma

Jan Martínez Ahrens
Director de EL PAÍS-América. Fue director adjunto en Madrid y corresponsal jefe en EE UU y México. En 2017, el Club de Prensa Internacional le dio el premio al mejor corresponsal. Participó en Wikileaks, Los papeles de Guantánamo y Chinaleaks. Ldo. en Filosofía, máster en Periodismo y PDD por el IESE, fue alumno de García Márquez en FNPI.

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