Telesantos
Un camino hasta ahora no frecuentado por nuestros variopintos canales de televisión es el de los telepredicadores. No me refiero a los aficionados, los que aprovechan sus programas para dar doctrina, sino a los santones en serio y en serie, los profesionales de Biblia en mano y telecepillo. Supongo que debemos agradecer el que todavía carezcamos de tan estimulante distracción al monopolio tradicional del catolicismo. Pero comprenderán que no es lo mismo encajar un sermón del Papa de vez en cuando que entregarse al disfrute de un programa planteado cabalmente por evangélicos a tiempo completo, videntes de El Escorial con sonido di gital o exorcistas en estéreo. La sociedad norteamericana, en la que tanto nos fijarnos a la hora de imitar el reality show y otras cosas aún más nocivas, produce predicado res a punta pala. E incluso ahora que los televangélicos están algo de capa caída porque, pastor más, pastor me nos, han sido pillados con las manos en la masa, un nuevo espécimen se convierte en el rey del asunto.
Tony Robbins, un hombre joven con mucha labia, se ha hecho millonario convenciendo a la peña de que cualquiera que sea su mierda de vida le puede gustar. Así de fácil: sin Dios, sin rezar. Te levantas por la mañana, te miras, y si no te gustas, no tienes más que convencerte de que eres otro. Es más, imitas al otro, hablas como el otro, y acabarás siendo tan feliz como, tu modelo. Robbins empezó a captar adeptos organizando shows para eje cutivos desganados. La cosa consistía, literalmente, en caminar sobre carbones encendidos, y le encontraron tanta gracia que desde entonces ha sido un no parar. Sus cursos sobre Poder Personal y Exito Sin Límites y Despertemos al Gigante Que Llevamos Dentro arrastran a cientos de miles de seguidores, a unos 15.000 dólares por barba.
Dicho todo lo cual, queda claro que todavía estamos en mantillas.
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